Tomó un respiro profundo y apretó con fuerza la mandíbula para lo que estaba apunto de hacer, y cuando reunió el coraje suficiente se impulsó con fuerza contra el árbol detrás suyo provocando que las flechas que tenía clavadas la atravesaran de lado a lado. El dolor fue espantoso por lo que irremediablemente dejó espacapar un alarido desgarrador.

Sin embrago, con esto logró dos cosas, la primera fue que ganó distancia entre la espada y su abdomen y la segunda era que ahora las flechas le habían salido por delante y por ende, las puntas envenenadas habían abandonado su cuerpo. Rápidamente mandó una patada al sujeto de la espada y no esperó a ver el resultado de la misma para salir corriendo de allí.

Los tipos se le fueron encima como bisontes furiosos en cuanto ella comenzó a ganar distancia. Era rápida, más que cualquier persona común, pero estaba envenenada y herida así que su velocidad se había visto afectada, por lo que no logró una gran ventaja, además aún cojeaba y para su mala suerte terminó tropezando y se fue de trompicón al suelo.

—¡Maldita zorra! —exclamó uno de ellos. Le saltó con un grito de furia, espada en mano y dejó caer el acero con todas sus fuerzas. Ella atinó a girarse al último segundo pero no pudo meter las manos, y en consecuencia, más de la mitad de la hoja le atravesó el abdomen hasta incluso perforar la tierra bajo su espalda.

—¡Tenemos órdenes de llevarte con vida, pero de ser necesario te llevaré en pedacitos! —decía al tiempo que empujaba con fuerza.

Dhalia se quedó mirándolo fijamente a los ojos, presa de la impotencia. Ahora le estaba costando hacer entrar el aire a sus pulmones, su inhalación era entrecortada y el dolor había escalado a un grado infernal.

Por un momento sintió que el tiempo se había detenido, o que todo parecía moverse con extrema lentitud. La Nana superior le contó una vez que eso es lo que se siente cuando estás a punto de morir, quizá para atesorar tus últimos instantes de vida y arrepentirte de lo que hayas hecho mal a lo largo de ella. Pero ante ese panorama, Dhalia se convenció de que ella no quería morir, y como si de una descarga eléctrica se tratase, la adrenalina le recorrió el cuerpo y tensó sus músculos en un parpadeo, al mismo tiempo que su expresión se contrajo en una mueca torcida de rabia.

Fue como un golpe rotundo volver a la realidad, de pronto escuchaba de nuevo los sonidos a su alrededor y desde su punto de vista, todo cobró movimiento de nuevo cuando advirtió algunas gotas de sangre brotando de la boca de aquel hombre. Y es que ni ella misma supo cómo ni en qué momento, pero su antebrazo ahora estaba atravesando al tipo con una perforación en el abdomen. Algunos pasos más atrás, los otros dos sujetos miraban horrorizados aquella mano con garras afiladas saliendo de la espalda de su camarada.

La mujer estaba en trance hasta ella misma, intentando asimilar lo que acababa de pasar. Sintió que todo aquello había cruzado muchos límites y llegado a un punto al que no debía llegar, sin embargo, por alguna extraña razón sentía un conflicto interno, un sentimiento que se abría paso segundo a segundo como el agua entre los arroyos. Y es que haber liquidado a un bastardo como ese resultó jodidamente placentero...

Entonces se lo quitó de encima y sacó el brazo de su estómago sin asco ni remordimiento. Ahora la embargaba una emoción difícil de describir, a decir verdad se sentía extasiada y recuperada, quizá porque el veneno había perdido fuerza también, pero muy en el fondo, podía percibir una especie de instinto carnívoro y depredador abriéndose paso por su sistema.

Se levantó, ante la mirada atónita de los sujetos, quienes se aferraban temblorosos a sus espadas; hizo acopio de fuerzas y voluntad y se sacó la hoja metálica del estómago, de nuevo, con un dolor espantoso. Aún seguía teniendo problemas para respirar, lejos de sentirse bien estaba hecha polvo y sentía los músculos molidos. Aunque eso no importaba ahora, debía lidiar con la peste primero. Alzó la mirada, dura y penetrante, con un semblante férreo y una sonrisa escalofriante que dejó perplejos a los dos hombres; se lamió la sangre que había salpicado en su mentón y por alguna extraña razón eso la llenó de entusiasmo.

Dimensión en llamasWhere stories live. Discover now