Capítulo 8

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Severus estaba sentado detrás de la mesa de su despacho, corrigiendo las redacciones de tercer curso y lamentando el hecho de estar atascado enseñando a semejantes imbéciles. "Bezoar es un corazón de hipogrifo lapidado". ¿Cómo se les ocurren esas tonterías?.

Su pluma de tinta roja cortó la absurda frase con venganza. -Señor Spencer, si vuelve a entregar sus deberes sin investigar de verdad, le daré personalmente su próxima poción a su familiar-.

Suspirando cansado, Severus estiró los brazos y miró el reloj.

No durmió bien anoche, con la amenaza de Potter y Azkaban rondando su cabeza. En primer lugar, le preocupaba que Potter no se despertara. Poppy había levantado el coma curativo a medianoche y ellos -(Poppy, Albus, Minerva y Severus)- se sentaron con el chico durante dos horas, aunque seguía inconsciente. Finalmente, se habían retirado pero Severus no podía dormir. ¿Y si el niño no se despierta nunca? ¿Y si se despierta mañana y ésta es la última noche que Severus pasa como hombre libre? Los pensamientos seguían dando vueltas en su cabeza.

Llegó el jueves por la mañana y el estado del chico seguía siendo el mismo, toda la preocupación hacía que Severus estuviera aún más irritable de lo normal. Sus clases matutinas eran horribles, quitaba puntos a diestro y siniestro, ni siquiera sus Slytherins se atrevían a superar sus límites.

Por fin, en el almuerzo llegó su salvación. Potter estaba despierto y no culpaba a Severus de su lesión. ¿Y no era eso curioso? Severus aún no podía asimilar esa revelación.

Las cavilaciones del maestro de pociones fueron interrumpidas por un fuerte golpe en la puerta de su despacho. Cogió su varita con los ojos entrecerrados y abrió la puerta de golpe.

Ronald Weasley entró y se paró frente a Severus desafiante, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón.

-Señor Weasley, creo que no le he permitido entrar-. Severus siguió marcando los ensayos, sin mirar al Gryffindor de sexto año más allá de la mirada inicial.

-¿Qué? ¡Pero si has abierto la puerta!- Exclamó el pelirrojo.

Severus se mofó de él. -Cinco puntos de Gryffindor por no dirigirte correctamente a tu profesor. Otros cinco por ser irrespetuoso-.

La cara de Weasley se puso casi tan roja como su pelo, dando la impresión de que toda su cabeza estaba en llamas. Miró a Severus con odio, aparentemente conteniéndose para no gritar a su profesor.

-¿Quiere compartir algo, señor Weasley?- El tono de Severus era deliciosamente venenoso y estaba disfrutando del efecto que causaba en el espigado muchacho. El cuerpo del pelirrojo se puso rígido de ira, pero no pudo soportar la mirada penetrante del maestro de pociones y agachó la cabeza.

-No, señor-. Mordió entre dientes apretados.

Severus se deleitaba con estas pequeñas victorias. Poner a los engreídos Gryffindors en su lugar le producía una sensación de intensa satisfacción. Durante siete años había sido perseguido por los Merodeadores y aunque los dos peores, Potter y Black, estaban ahora muertos, aún se sentía con derecho a vengarse de la siguiente generación.

-Muy bien, ven conmigo-. Severus salió de su despacho, sabiendo que el pelirrojo le seguiría.

Los condujo por el oscuro pasillo de las mazmorras hasta el aula de pociones. Señalando la pila de calderos sucios, dijo. -Para tu castigo, limpiarás todos estos. Sin magia, señor Weasley. Tiene dos horas, si no ha terminado para entonces, volverá mañana por la tarde. ¿Fui claro?-.

-Sí, señor-. Murmuró el chico y se dirigió al fregadero, cogiendo el primer caldero.

Severus lo observó un rato con sorna antes de volverse hacia su escritorio. Ha dejado las redacciones en su despacho pero no tenía ganas de seguir marcando. Ya leerá esas tonterías por la mañana, después de haber tomado al menos tres tazas de café.

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