En sueños

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Por más que se la explicaran, Ben en verdad nunca podría terminar de comprenderla. La Fuerza era misteriosa incluso cuando todo parecía ya descubierto. El vínculo, por ejemplo, que lo unía a Rey, si bien no le asustaba ni nada por el estilo, aún le era increíble.

Tantas vidas, tantas realidades. ¿Por qué ahora y no antes? No se quejaba en sí, pero la duda del qué hubiera pasado si él aparecía antes en su vida persistía en su cabeza. ¿Habría podido evitar también con su presencia que sufriera durante varios años por culpa del desgarre que le causaron sus padres en su alma? Suponía que solo la Fuerza debía saber esa respuesta.

Se estiró en suelo, sin despegar la vista del cielo. Ya estaban vestidos. Ninguno había querido permanecer en la cabaña cuando toda Chandrilla les ofrecía distintos lugares en los que pudieran estar para que disfrutaran junto a su verdosa belleza de su amor.

—¿Estás dormida, mariposa? —le preguntó a Rey, ciertamente en vano. Su voz solo había hecho que se acercara más a él y usara su pecho de almohada.

—Mm, sí, sí —fue lo único que dijo, que más bien murmuró, más sumergida en el mundo de los sueños que en el del exterior.

—Sigue así, entonces. Necesitarás energía para después —besó su frente y sonrió, con picardía.

Adoraba ese relajo que habían decidido tomarse por igual de cualquier encargo o problema que requiriera de ellos para resolverse. Después de lo sufrido, no les vendría mal ni siquiera cerrar los ojos y dormir un día entero. Sus corazones se sentían finalmente en casa.

Con una mano, le acarició lentamente la espalda. El cabello le había crecido. Sus dedos ahora podían enredarse con él cada que subían y jugaban ligeramente con las puntas.

Respiró profundo. Su aroma estaba impregnado en el aire que curiosamente le golpeaba en la nariz. Y si a eso le añadía que su calidez corporal tampoco se quedaba atrás, con facilidad, Ben podría asegurar que nadie tenía pensado apiadarse de él en esos momentos que lo que más quería era calma para no acabar despertándola a besos.

—Eres un sueño hecho realidad, mi bella reliquia —deslizó las manos suavemente hacia sus caderas, pegándola de ahí con tranquilidad más contra él —. Te amo.

Ben de repente se paralizó. Las manos de Rey se habían aferrado a su ropa apenas cerró la boca luego de hablar. Lo que sea que estuviera soñando, debía ser bueno para que incluso murmurara su nombre, con una felicidad mal camuflada que le hacía latir con fuerza el corazón.

—¿Qué está sucediendo allí adentro, preciosura? —La linda y leve sonrisa dibujada en su rostro lo animó a imitarla —. ¿Acaso estás reviviendo alguno de los varios encuentros que hemos tenido? —rió, alzando la mano y pellizcando las pecas de su nariz —No somos tan distintos en eso después de todo.

Cauteloso, Ben juntó su frente con la suya. Lo había hecho una vez, en el pasado. Tal vez si se concentraba podría entrar en su mente y descubrir por sí mismo qué bella fantasía debía estar viviendo para que luciera tan hermosamente contenta.

Se zambulló en su imaginación con el máximo cuidado para que no la notara. La barrera que una vez había puesto Palpatine ahí para impedirle adentrarse gracias a la Fuerza ya no existía más. Ahora era libre como antes de leerla y verla tal y como ella con él era capaz de hacer.

Sin embargo, se equivocó al pensar que nadie protegería lo que podría considerarse una entrada. Una sombra custodiaba ese camino invisible que conectaba sus mentes. Era alta y corpulenta como él. De hecho, incluso podría decir se trataba de él mismo.

—¿Kylo?

Pero ni tanto porque este lucía diferente al que habitaba en su interior. Con los ojos ámbar feroces totalmente fríos, con las manos enguantadas fuertemente alrededor de un sable en forma de cruz que solo había visto en sus pesadillas. ¿Qué hacía él en la mente de Rey, supuestamente cuidándola?

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