Siempre tú

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La Fuerza siempre trabajaba de formas misteriosas. Uno ya no sabía qué era real y qué no por todo lo que podía mostrarte, haciendo uso de tu lamentablemente innata sensibilidad a ella.

—¿Dónde… estoy?

Ben, por ejemplo, no creía lo que sus ojos recién abiertos descubrían a su alrededor. ¿Desde cuándo el vacío entre su mente y la de Rey era tan grande, tan laberíntica con un camino iluminado que además poseía especies de círculos a los lados, marcados con símbolos que no podía reconocer por lo desconocidos que le eran?

Pensó en llamar a su abuelo. Él siempre sabía qué hacer cuando en sus problemas la Fuerza estaba terriblemente involucrada. Pero para su buena suerte y gran alivio, él apareció antes de que abriera la boca.

—¡Qué bueno que estás aquí! —exclamó. Por fin una cara familiar entre tanta locura presentada —Debes ayudarme a salir de aquí y a encontrar a Rey —pidió de inmediato, ajeno al como él admiraba su entorno y se tensaba —. ¿Qué te pasa? —cuando lo notó, él también se preocupó.

—Nada, Ben. Es solo que… —extendió el brazo y los símbolos que vio emitieron una luz, como si de alguna manera lo hubieran reconocido —Ahora todo tiene sentido. Tus recuerdos, tus otros yo…

—¿De qué hablas, abuelo? —se ofuscó. ¿Qué tenían que ver Kylo Ren y el otro Ben Solo con su imperiosa necesidad de hallar una salida que lo llevara a Rey? —¿D-dónde estamos?

—En el Mundo entre Mundos.

Su corazón se congeló. Creía haber escuchado a Luke mencionar un lugar así durante su juventud, cuando solía contarles a él y su madre los descubrimientos que había hecho gracias a los Textos Jedis.

¿No se suponía ahí solo iban los que tambaleaban entre la vida y la muerte?, ¿o él habría oído mal y quería convencerse de que no estaba como pensaba cobardemente que podría estar?

—No estás muerto, Ben —Anakin respondió su pensamiento, relajándolo en demasía —. Ni tú ni Rey. La Fuerza no puede reclamarlos aún, no ahora que están tan cerca de su propósito como Díada.

—Entonces, ¿Rey está también aquí? —se asustó cuando Anakin comenzó a asentir.

—De hecho, niño, estoy aquí precisamente para llevarte con ella —los ojos casi ámbar de Ben se iluminaron, llenos de esperanza —. Como legítimo protector de la Díada, es mi deber reunirlos cada que el destino se atreve a separarlos.

Después de muerto, Anakin nunca creyó que la Fuerza le daría semejante oportunidad para reivindicarse con ella. Tal vez había fallado con sus hijos, pero no lo haría esta vez con su nieto, el último descendiente de su línea. La paz debía ser establecida. Su linaje merecía el final que por mucho le negaron siquiera alcanzar.

—¿Adónde iremos primero, abuelo? —le preguntó, refiriéndose a los que ahora sabía eran portales y no simples dibujos flotantes —Los recuerdos son… infinitos.

En efecto. Parecían serlo cuanto más se asomaba hacia adelante y notaba que no solo eran suyos los que había, sino también de sus otras líneas, que tenían detalles interesantes que no podía ignorar por más que apartara la mirada y se concentrara en su impuesta misión de encontrar a su Jedi perdida en el tiempo.

—No dejes que te distraigan, Ben —lo tomó de ambos hombros por detrás, regresándolo de un modo a él —. Da igual que veas o que te digan. Rey te necesita y eso es lo único que importa.

Pero ¿qué pasaba con los recuerdos que mostraban a una Rey que sufría por su ausencia y lo anhelaba desesperadamente a su lado? ¿Cómo resistirse a tremendo desgarre cuando él podía consolarle, aunque fuera solo por unos segundos? Su corazón traicionero la extrañaba en todos los sentidos de la palabra.

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