Cara a cara

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Si bien Pryde no sabía donde exactamente buscar, suponía que Takodana podría ser un buen lugar para comenzar.

Según sus fuentes, los cazarrecompensas solían reunirse allí para hacer tratos más exclusivos de los que se hacían en Coruscant, así que esperaba que alguno quisiera ayudarlo en la cacería que él mismo se había impuesto mucho antes de que su Líder cambiara de opinión y prefiriera ir tras una presa distinta a la primera.

Bajó de la Lanzadera de mando con sus soldados por detrás, cuidándose de que nadie en el bosque los viera dirigirse de lleno al Castillo que orgulloso se alzaba entre los árboles. Solo cuando estuvo a unos pasos del sendero que lo llevaría al establecimiento, le pidió a su escuadrón que lo dejara, pues no podía arriesgarse a armar un escándalo y que luego Snoke se enterara y lo matara por su desobediencia.

—¿Está seguro que quiere ir solo, señor? No sabemos con qué clase de criaturas se encontrará. Podría ser peligroso —se preocupó uno de los tantos hombres, ofreciéndole un arma para que la usara en caso de que la necesitara. El General la tomó, colgándola pronto en su cinturón y escondiéndola con él bajo su capa.

—Preocúpese mejor por que nos los descubran mientras no estoy, capitán. No me gustaría tener también que deshacerme de usted si me falla —amenazó fríamente, mirándole con una dureza que lo paralizaría por completo e impediría incluso tragar en seco.

—Entendido, señor —respondió como pudo, retrocediendo después rápidamente hacia los soldados que lo esperaban expectantes. Ellos también lucían asustados, aunque al menos sus cascos disimulaban bien sus semblantes.

Una vez solo, Pryde se dio la vuelta y comenzó lentamente a recorrer el largo sendero que la llamativa entrada implicaba. No miraba hacia atrás ni por asomo, únicamente hacia el frente como si así pudiera evitar que la gente lo observara como lo observara. Con fijeza, con suma atención y extrañeza.

Maz Kanata, que lo había visto apenas entró acomodándose sospechosamente la capucha por sobre la cabeza, buscó el arma que tenía guardada bajo la mesa para dejarla a su lado en caso de que las cosas se pusieran feas y le hiciera falta desenfundarla. El sujeto no le daba buena espina, no con toda la ropa negra que vestía y el rostro que se esforzaba por ocultar. Lo presentía. Algo tramaba.

De repente, justo cuando planeaba hacer justicia con sus propias manos, un nuevo ruido en la entrada le hizo olvidar el arma y prestar atención a los pasos que a continuación hacia ella resonaban. Casi se desmaya al reconocer a su cazarrecompensas favorito, al joven que ella prometió con su vida cuidar de cualquier peligro que sus cacerías supusieran, acercarse a largas zancadas a la barra con sus amigos siguiéndole muy de cerca por detrás.

—Ben, por favor —lo tomó Rose del brazo, zarandeándolo para que cambiara esa actitud tan derrotada que sus ojos expresivos reflejaban —. Solo han pasado dos días. Aún tenemos todo el tiempo del mundo para hallarla.

Para Ben ya no había tiempo, para él simplemente ya no había razón para persistir en la búsqueda. No la sentía por ningún lado, ni siquiera a través de la conexión tan especial que ambos compartían. Era como si hubiera desaparecido, como si hubiera dejado de existir en toda la galaxia entera para solo traerle más miseria que tranquilidad. No había tampoco rastro que pudiera seguir, que pudiera calmarlo ni mucho menos llenarlo de esperanza.

Se ha ido, Rose —resopló dolido, llevándose la mano al pecho y sintiendo su corazón latir desazonado —. No tiene sentido sonreír si ella no está.

—Ben…

Quiso abrazarlo, decirle que todo estaría bien siempre y cuando no se rindiera, pero Hux la detuvo, apoyando las manos en sus hombros y pegándola suave y lentamente contra él. No comprendió el por qué hasta que le habló al oído y le explicó su motivo entre susurros para que solo ella escuchara.

•La Cacería• Où les histoires vivent. Découvrez maintenant