Dos lados de un mismo bando

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En los brazos de Rey, Ben se sentía seguro, libre al fin de expresar todo el amor que su corazón solo a ella le guardaba.

Cada que lo envolvía, lo recibía en su cálido pecho y lo apretaba ferozmente contra sí, todos sus temores se disipaban para ser reemplazados por una gran e incomparable dicha. No importaba ya que tanto discutieran sus amigos entre sí, que tanto se mataran con las miradas asesinas que se lanzaban, él simplemente no podía dejar de abrazarla, de demostrarse a su ferviente manera lo mucho que la había extrañado en esos dos eternos en los que estuvieron separados. 

—¡Ben! —lo nombraba, removiéndose entre sus fuertes brazos e intentando en vano escaparse de él y los tiernos besos que en la base de su cuello le regaba —¡me haces cosquillas!

Más que cosquillas, en realidad, sus mimos la apenaban de cierta forma frente al dúo de chicos que todavía los observaban con suma atención desde el primer abrazo que se dieron.

Poe no parecía molesto, únicamente frunciendo el ceño, un tanto extrañado por el cariño que ella y Ben se compartían. Finn, por el contrario, estaba furioso, bufando exasperado y empuñando con fuerza las manos. Sentía su mirada quemarle la espalda, como si nunca la hubiera apartado de ella y solo estuviera esperando el momento preciso para “atacar” e interrumpirlos.

Paralelo a lo que pasaba, el cazarrecompensas no necesitaba preguntar para saber lo que ella pensaba al respecto. Claramente estaba incómoda, enfadada de que su amigo no confiara en ella y la estuviera vigilando como si de una niña pequeña se tratara.

—Oh, cariño, mi bella reliquia.

Para calmarla y llamar de nuevo su atención, le acarició el rostro mientras se inclinaba a besarla, a reclamar sus labios en un beso dulce y pronto arrebatador. La mantuvo cerca suyo, abrazándola en lo que se separaban y se veían nuevamente a los ojos. Si fuera por él, ya estarían lejos, sentados uno al lado del otro en el Halcón y viendo las estrellas que la extensa Galaxia les ofrecía.

Rey lo miraba sonrojada en lo que regresaba en sí y besaba ligeramente su frente. Sus pecas decoradas por el rubor le enternecieron, dándole de paso el ánimo que requería para pellizcar su nariz y luego besarla en la punta.

—¡Ben! —se quejó, abochornada, escondiéndose en su pecho y evitando así que continuara. Él rió, reforzando su agarre sobre ella y meciéndola suavemente contra su pecho, entre sus brazos que se rehusaban a soltarla.

—Lo siento, tomatito —su disculpó sin vergüenza, apenándola más por el apodo tan acertado que le decía susurrando —. Eres tan irresistible que es difícil contenerse.

Antes que ella pudiera siquiera abrir la boca, Ben la alzó en brazos para dar vueltas y hacerla reír en alto. Daba igual si Finn los seguía viendo, él se encargaría de que supiera que con ellos no podría meterse nunca. Porque se amaban y harían lo que fuera para proteger su amor y ese lazo especial que lo unía.

—¿No crees que ya es hora de irnos?

Poe, que había estado mirando a la nada, esperando a que su amiga volviera y les dijera que ya podían marcharse, rodó los ojos cuando escuchó esa pregunta por milésima vez desde que llegaron a Takodana y se encontraron con el cazarrecompensas y sus colegas de viaje. No es que él quisiera quedarse por siempre, era consciente de los peligros que allí corrían, pero tampoco deseaba romper el momento tan único que la Jedi tenía con el muchacho que la miraba como si no existiera nada más valioso en la Galaxia que ella y sus ojos brillantes ojos verdes.

—Por última vez, Finn, dales un tiempo, ¿sí? Llevan días sin verse.

—Dos días no es nada, Poe —su fastidio era palpable, sus celos, lamentablemente, también lo eran, siendo lo más resaltante ahora en su semblante —. Rey lleva años sin ver a su Maestro y, aun así, no se pone sentimental cuando él la contacta una vez cada dos meses.

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