Fuera de control

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—¡Rey!

El nombre salió de sus labios como un ruego desesperado por que se la devolvieran. Desgarrado, lastimero. Sus manos se apresuraron en descubrirlo de las sábanas y sus pies, de llevarlo directamente hacia su ropa para ponérsela y prepararse para la nueva misión que él mismo se había encomendado desde que esa terrible situación empezó.

Abajo, en la sala, Han y Leia ya lo esperaban, abriendo los brazos apenas se acercó para despedirlos y enterrándose en ellos apenas lo invitaron y recibieron con su calidez para desearle la suerte que claramente necesitaba, y agradecía que le dieran.

—Prométeme que tendrás cuidado —Ben se encogió ante sus caricias, facilitándole de paso el trabajo en lo que ella lo tomaba del rostro y le impedía irse hasta que le respondiera como suplicaba.

—Cuando esto acabe y la recupere, mamá, te prometo que nunca más te preocuparé con mis escapadas —pegó la mejilla contra la palma de su mano, queriendo memorizar su tacto y consiguiéndolo con gustoso éxito —. Ella es mi Díada, la única presa que quiero. Mi cuidado también es suyo. 

Su madre asintió, juntando su frente con la suya antes de que se apartara y finalmente se marchara. Aunque lo hubiera querido, ella no era quién para detenerlo. La Díada tenía que estar unida, y sabía que él era el único que podría lograr que así fuera. 

—Oh, princesa —notándola afligida, Han la atrajo dulcemente a su pecho para abrazarla —. Confía en él. Todo saldrá bien.

La Fuerza lo había bendecido con el don de poseerla corriendo por sus venas, pero Rey se había encargado de que la aceptara, quitándole el miedo que pudiera sentir por ella y reemplazándolo con valor. Al igual que ella, él era más especial de lo que simple vista podría ser para cualquiera que lo desconociera.

Su pequeña luciérnaga.

Además de dejar claro su sentir hacia él, el apodo representaba lo que él significaba para ella en la Oscuridad que día a día amenazaba con consumirla. Una pequeña chispa de Luz que ella no dudaría en proteger y siempre mantener encendida para que su esperanza no muriera jamás, y, con ella, su radiante sonrisa llena de esperanza.

Ya dentro de Halcón, Ben contactó rápidamente con Rose y Hux para que lo acompañaran en esa nueva locura que estaba por cometer. Necesitaría de todos sus seres queridos para no enloquecer. El poder que rugía en su interior lo cegaba como nunca antes lo había hecho, mostrándole cosas que hubiera preferido no ver, como la imagen de Rey arrodilla ante Palpatine o muchas más que lo paralizaron en sobremanera contemplar sin poder hacer algo para detenerlas.  

—¡Ben!

Al escuchar que su amiga prácticamente corría en su dirección, el aludido se giró para saludarla. Su abrazo por poco lo derribaba de no ser porque pudo estabilizarse a tiempo en su sitio. Ella lucía dolorosamente preocupada por él.

—¿Dónde está Rey? —le preguntó tranquilamente, separándose para ver sus ojos y limpiarles con dulzura las descontroladas lágrimas que derramaban.

Un tanto apresurado, los puso al corriente de los sucesos que ocurrieron en su ausencia, cuando ellos creyeron prudente irse para no molestarlo con su Jedi.

Desde su llegada hasta su partida, ambos compartieron su desagrado por las acciones que tuvo el Maestro hacia su propia aprendiza. Ni Poe ni Finn se salvaron de sus críticas. Todos eran culpables de que su lazo como Díada estuviera tenso y parcialmente rasgado por el extremo que le pertenecía a Rey.

—Tengo que recuperarla, Rose —le aseguró, tomándola fuertemente de los hombros sin lastimarla —. ¿Me ayudarán?

Respondiendo afirmativamente por los dos, Hux asintió. Aunque la petición iba más dirigida hacia su pareja que hacia él, no permitiría que su amigo librara esa batalla solo.

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