—Empiezo a ver el encanto de este lugar –comentó él—, bajo la apariencia desidiosa, cada rincón alberga un secreto y los maleficios lo impregnan todo.

—Sí, te acostumbras –comentó Bellatrix—. Por la tarde te puedo enseñar los bosques, toda la mansión está rodeada de ellos y eso sí es bonito. Según me ha dicho Didi, Antonio lleva toda la noche y todo el día de caza por ahí.

—Me parece estupendo. Pero aún así, la visita ha resultado bastante decepcionante...

—Oh, vaya, lo siento... –murmuró avergonzada pues nunca había hecho de guía para nadie— Ya te he advertido que la casa no es bonita... Además soy una anfitriona horrible, a mis hermanas se les da mucho mejor lo de...

—Me refería a que vista tu habitación, lo demás ya va cuesta abajo –respondió con una ligera sonrisa.

—¡Ah! –exclamó ella— ¡Entonces volvamos!

Lo agarró (porque solo un Black podía aparecerse dentro de la mansión) y al segundo siguiente volvían a estar en la cama. Didi había ventilado y cambiado las sábanas, así que dedicaron la tarde a volver a dejar en ellas su impronta. Cuando salieron a ver los bosques, ya era de noche. Caminaron por ellos, vieron a lo lejos a la pareja de thestrals y Bellatrix le mostró sus lugares favoritos. Efectivamente ahí encontraron a Antonio, con el estómago tan lleno que era incapaz de moverse y estaba tumbado tomando el sol (que se había ido hacía rato). Didi preparó la cena en uno de los elegantes salones y cenaron en un silencio cómplice muy agradable. Después volvieron a la cama y, entre unas cosas y otras, tardaron largas horas en dormirse.

No hicieron mucho más ese fin de semana, tampoco lo deseaban. Pasaron la mayor parte del tiempo en la cama de Bellatrix, no solo conociendo sus cuerpos en profundidad, sino también departiendo sobre cualquier tema. Excepto de su futuro, ese asunto estaba proscrito; eran demasiado felices como para pensar en separarse. Poseían gran fortaleza y sentido del deber: lo harían cuando fuese necesario, pero hasta entonces, eran felices siendo fieras en su refugio.

—¿Te ayudo a corregir? –se ofreció Bellatrix.

—No, tienes que estudiar. Pese a lo buena bruja que eres, los ÉXTASIS entrañan gran complejidad y no debes confiarte.

Se miraron y segundos después se echaron a reír. Bellatrix iba más sobrada de conocimientos que Antonio de alimentos. Era domingo por la tarde y pese a que no deseaba centrarse en nada que no fuese Bellatrix, Grindelwald estaba en plenos exámenes finales y tenía unos por corregir y otros por elaborar. Aún así, no volvió al colegio: se acomodó en el sofá del salón y trabajó ahí. Ambos sabían que Bellatrix no tendría ningún problema con sus exámenes, pero aún así, la chica prefería estar segura de que sacaba la mejor nota posible. Por tanto, cogió sus libros y se tumbó colocando sus piernas sobre el regazo del mago. Grindelwald la acarició distraído mientras con la otra mano se ocupaba de los exámenes.

"Tampoco sería la peor vida del mundo..." pensó Bellatrix mientras repasaba Alquimia. "Gellert podría mantener su empleo y venir a casa en cuanto terminara las clases de la tarde. Y yo podría trabajar en el Ministerio... Quizá de Innombrable en el Departamento de Misterios o algo así" meditó. Sería una vida normal, sin grandes sobresaltos y ninguna causa a la que dedicar su vida, salvo ellos mismos. A su manera lograrían ser felices, estaba segura. Pero aún así era solo una fantasía. Ella no podía traicionar a Voldemort y Grindelwald jamás renunciaría a sus conspiraciones por un puesto de profesor que aborrecía. Por eso ni siquiera lo comentó, se lo guardó para ella.

No supo que durante muchos años, aquella fantasía se convertiría en el lugar feliz al que regresar.

—¿Podrás venir por las noches? –preguntó Bellatrix dos horas después.

El profesor y la mortífagaWhere stories live. Discover now