CAPÍTULO 37

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VOLTERRA.

Pandora

El viaje duró apenas una hora y media debido a la velocidad que Marco conducía y, durante ese tiempo, el ambiente del coche estaba amenizado por una lista de reproducción de Artic Monkeys. El grupo de música favorito de Dante por lo que he podido deducir.

Dante estaba enfrascado en su lectura dejándome con la duda de por qué lee poemarios. ¿Tramará algo? Tampoco me dejó mucho tiempo como para poder apreciar el contenido de esas páginas.

Ojalá fuese poesía erótica... Lo que podría hacer yo con eso, aunque hace mucho que no le recito nada subido de tono. La última vez fue tumbados frente a la chimenea del palacio Medici mientras lo hacíamos. Y qué épico fue ese momento.

Me pasé el viaje recordando momentos y sumida en mis propios pensamientos acerca de esta reunión. Cuando me di cuenta, Marco acababa de aparcar frente a la modesta casita de su propiedad aquí en Volterra.

Abro las puertas de la casa mientras ellos bajan las bolsas y voy iluminando las habitaciones, abriendo ventanas para que se disipe el olor a casa cerrada. Todo está como la última vez que estuvimos aquí.

Nada ha cambiado. Sin embargo, las personas que venimos aquí sí que hemos cambiado desde la última vez que vinimos aquí. Hay un nuevo integrante, por ejemplo.

—¿Y ahora qué? ¿Cuándo es esa reunión de la que habláis? —cuestiona Dante cuando se deja caer en el mullido sofá del salón mientras yo miro a través la ventana la plaza principal del pueblo.

—Al anochecer en la mesa redonda del castillo situado a las afueras del pueblo —Marco le responde sentándose a su lado.

—¿Y qué vamos a hacer hasta ese entonces?

—Marco aprovecha para revisar como va un club que tiene cerca de aquí —digo cuando aparto la vista de la plaza y los miro.

—¿Y tú?

—O le acompaño o me quedo paseando por el lugar —después de mucho tiempo, me quedo mirando fijamente a Dante y lo leo de la misma forma que lo hice cuando nos presentaron—. Iremos los tres a revisar el club —sentencio para que no ponga como un niño pequeño que se aburre.

Al bajar del coche una vez estábamos frente a uno de los tantos clubs de Marco, los tres nos ponemos las gafas de sol de forma sincronizada. Me ajusto el sombrero que siempre me pongo en esta ocasión y los chicos se colocan a ambos costados, como si fueran mis guardaespaldas.

Mientras Marco revisa los números y la contabilidad, yo reviso el cargamento de droga que ha llegado y la guardo en la barra, lista para ser distribuida mientras Dante observa curioso lo que hago.

No estoy a favor de esto, pero luchar con erradicarlo es como querer encontrar la cura al cáncer en un día, prácticamente imposible. Sé que, en la mayoría de los casos, es la propia persona la que decide conseguir y joderse la vida, pero no puedo olvidarme de ese pequeño porcentaje de gente que es sometida al efecto de las drogas contra su voluntad para fines nada bonitos.

En cuanto hubo la oportunidad, nos fuimos de allí. Me sentía incómoda y Dante lo notó. Ahora estamos en la tranquilidad de la casa, cada uno en su propio mundo. Marco habla de negocios en la sala contigua al salón, Dante sigue con su lectura haciendo anotaciones en el margen y yo estoy concentrada en leer toda la información que puede serme de utilidad para esta noche.

Desde que Marco me avisó de esto he hecho mi propia búsqueda de trapos sucios con lo que negociar mis términos y reglas. Y encontré oro y diamantes en bruto.

PANDORA © (Sombras #1)Onde histórias criam vida. Descubra agora