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Mientras el beso se separa con una distancia cercana, cuando se roban la mirada, con el corazón latiendo al unísono de sus sueños, y millares de palabras se quieren decir apiladas en las puntas de sus lenguas, los labios prescinden de la voz que conecta con el corazón; la manera de verse habla por ellos, y los consuela en el estrecho de sus brazos a todo lo que han sufrido. Pronto, el ambiente cambió: los transeúntes recuperaron el lamentado paso y sus cuellos enarcados como la triste condena expresa; los cláxones volvieron a su incansable fragor original, y aquellos grandes alzados de por la mano del progreso artificial, perdieron altitud, siendo simples edificios nada más. La brillante estrella de fuego seguía tan fulgurante sobre su mundo, y el céfiro era débil, pero eso daba igual; estaba Ralsei con él, y su sonrisa a flor de labios se encontraba en descanso con el hombro de Sissel. Con una caricia en la nuca que proporcionó al tímido caprino, le suspiró:

--Ya no más de ese canalla despreciable de Cooger. Puede irse a la...

--Ssssh. No digas malas palabras, por favor-- paró Ralsei en un tierno rumor que no cortara esa paz mutua, apegándose aún más al firme cuerpo de Sissel--. Son horribles si son dichas por alguien amable...

--Lo lamento. No habrán más...

El abrazo lo era todo en esa apoteosis. Componía calma, serenidad, y el perfume de sus cuerpos creaban nuevos fragmentos positivos de memorias autobiográficas, todo, hasta que Sissel se atribuló de la escena, casi vahído, con un ahogo difícil de disimular que alarmó a Ralsei de su fantasía lúcida cuando le notó respirar agitado, tragando la saliva con algo de sobreesfuerzo. ¿Qué es lo que te sucede? Le preguntó nervioso el animal sin separarse de su seguridad, hasta que la iris temblorosa, marrón del humano, advirtió sin dejarle voltear:

<<E-es... ¡es Cooger..! ¡Ha bajado con todo el grupo...!>>

El sol pegaba desde el centro del cielo. El grito, cuan similar al comienzo de la cacería, fue el aullido liberado por el lobo, a sus pacientes. Las aves aletearon espantadas despegando plumas:

--¡Tráiganme a la parejita esa, ya!-- Desgañitó Cooger a su equipo, marcando el objetivo con el índice--. ¡Tienen terapias, muchas terapias que recibir! ¡háganlo si quieren ustedes también su rehabilitación! ¡Corran por ellos!

El malsano gritó, y la estampida de los bravíos comenzó como los devotos del falso salvador bajo la cortina de las mentiras. Sissel tomó la mano mullida de su cercano, tiesa y sin reacción, y a tirones, corrieron sin soltarse ni esperar al coloquio que resuelva lo que las sesiones jamás hicieron en el comienzo; la misma idea se revolvía en sus mentes sobre el aberrante Canis Lupus, mientras el susto de ser perseguidos se veía expuesto en el rostro de los enamorados. <<¡Este demente nos quiere acabar! ¡Ha perdido el juicio!>> se marcaba con total perfección, habiendo una mayor sujeción de la que también un <<¡no te soltaré ni te dejaré por nada del mundo!>> se escapaba con seguridad en el fruncir de cejo mutuo. Así, corrieron juntos quebrando calles, cruzándolas en luces rojas con el riesgo que conlleva a los criminales que huyen de la cadena perpetua, zigzagueándolas en un desorden sin detener ni mirar atrás. El cardio pronto creó ácido láctico que apuñaló los hígados de los corredores poco empedernidos, partiendo por catti que de su cuello colgaba el ofidio Jockington con lentes de sol, restando pronto a Berdly, a Noelle, Kris, y por último a Susie. La selección natural cobró a su favor.
No te detengas; te lo pido, le rogaba Sissel a su cansada luz de azabache, aferrando este sus pocas fuerzas restantes a sostener la húmeda mano del humano en el jalón adrenalínico, sin dejar que se desprendiera su pomposo sombrero de verde manzana en la carrera. No pararon a mirar, no dieron tiempo al que las malas oportunidades los aturullaran más de lo que se encontraban. El susto era categórico, llevado a lo caótico en su máximo punto a pasar. El parque central estaba cerca. Corrieron, manteniendo un ritmo ligeramente desacelerado, que devolviera el alma al cuerpo.
¡Resiste un poco más. Ya casi los perdemos...! Quejó Sissel, cansado. Al llegar, en el arrullador canto del agua junto a los nenúfares, y los violáceos pétalos, Ralsei comenzó a llorar por lo sucedido. Sissel le abrazó con dilección para menguar todo lo que le afectase a los dos, besando su frente; los pétalos del árbol del amor les daba cariño en sus rostros, y el joven mimaba el terciopelo de su favorito.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now