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Un comportamiento sostenía en apagado suspenso, el desayuno de Sissel. El apetito no estaba siendo amable con el rugir de su estómago; empero, su alimentación era casi frugal. La barriga es de comportamiento similar al uso de la masa encefálica, que a los primeros rastros de ansiedad, esta prueba a cambios tensiónales en sus paredes musculares, reduciendo tu apetito, presionando la pared abdominal con retorcijones por la falta de cortisol en las glándulas suprarrenales. Dolor y malestares poco agradables simplificados para toda mente estresada del nuevo mundo. En ello, la mañana pasó, y las manecillas arrojaban con indiferencia las doce treinta de la tarde. El hígado de Sissel filtraba los restos del clotiazepam por ayuda de su sangre. Aquellos cinco miligramos de tan corto efecto, estarían deambulando por semanas en su sistema. Así comienza la adicción a todo, con tan solo media pastilla; la puerta a la locura parecía estar abierta a su ingreso, y tan cerca para él en cualquier momento y lugar, siempre disponible para recibirle cuando se duplicara o triplicara la cantidad por evitar el espanto. Con apariencia similar de presentable que su formada educación lo pedía, Sissel imaginaba en vestirse y salir a dar un paseo, pero apeteció por mucho el encierro como las otras veces que disponía de tiempo para él. Le parecía seguro no dejar el confort del hogar ni exponerse a lo improbable; sin embargo, le invadían las palabras que fueron meditadas ayer por el agresivo terapeuta sobre cambios que a conciencia debía mejorar. Con eso, trató de sustituir la anterior idea tóxica del enjaulamiento, y dejó todo para abrir camino al parque central de la gran Ebott. El aire del exterior le entraría mejor que quedarse en cautiverio con la irracional tensión para ver quién de los dos se terminaba por matar primero, por que sabía que, si no entretenía al cerebro como fuese, o si en el peor de los sucesos el inhibidor de la demencia se duplicaba como medida reductora del pánico, perdería esa ronda al instante.

Un confortable y fresco día de Sábado bajo los cálidos rayos de vitamina D acariciaban su cara con algo de mal logrado cuidado. Con pasos acompasados por su vacilante mente inundada de contenido mortífero, eso le parecía indiscutiblemente similar al agua de una pecera que es llenada con una manguera de gran presión, hasta hacerle rebalsar al pobre pececito dorado en su interior por los bordes; su tonta cabeza le tenía estresado, pero ponía todo empeño en seguir para dejar a espaldas esa escaramuza de combate y a su enemigo natural. Llegó sin apuros mayores al destino que le ayudaría a pensar diferente de su punto de inflexión que ha cambiado su vida. Entre pocos rodeos que dirimían debate interno, los árboles de cercis daban sus hojas sueltas al público, y rumoraban cantos sibilantes con el ulular del viento entre sus ramas y el sonido de los gorriones. Los niños pequeños jugaban con inocencia bajo sus copas, mientras eran acompañados por sus padres. Los adultos jugaban con sus nenes, queriendo volver a ser pequeños.
<<El maldito núcleo familiar aparenta mayor perfección de la que aparentó la mía. Papaíto corazón juega con sus niños. El mío debe seguir buscando la manera de saciar su libido. Maldito descorazonado hijo de la...>>
Una frustración llenó los ojos de rabia conservada en Sissel, una no muy desigual a la de una envidia sana por lo ajeno, pero pronto fue guardado sin remedio entre su pecho y la boca del estómago como un rápido jab de corrección personal. De pronto, frente al estanque de los patos y los nenúfares, el camino que conformaba una hilera de bancas frente a la alberca, un ser perseguido por una negra nube imbuida en lluvias de tristeza le anegaban cualquier grano de alegría y felicidad. Su encorvada silueta peluda, y sus prendas de vivos colores de verde manzana, o de los vivos tréboles, hacían presencia con penas similares a las del primer reencuentro de terapia. Sissel le miró llorar quedamente, y vio detenidamente el cómo la flor de esa pena tomaba un aspecto marchito, parpadeando hasta dos, tres, cinco repeticiones, como esos que se le dan a los que son realmente atractivos y atraen la atención en la calle. Un rubor desdibujado de cereza estaban en su fisonomía del que no notó. Y el joven estaba parado frente a la conmoción del apagado, enmudecido internamente por la escena frente a su nariz, sin siquiera seleccionar una palabra adecuada a las pocas veces que alentó a los entristecidos. En esta ocasión su fuero interior le decía que no se quería guardar la duda en el cesto del <<silencio que nadie te pidió que preguntaras, maldita sea.>>

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now