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Cooger entornó todas las ventanas sin ejercer una mayor destreza física, luego cogió una silla giratoria alejada del circulo de rehabilitación, y la llevó a empujes al centro del grupo. Se sentó cruzando con sofisticación su pierna derecha por sobre su rodilla izquierda, sacó de una cajetilla su infaltable pitillo del vicio procesado, y se lo mandó a los labios sin encenderlo para entrar en calor.

--Ya estamos en la hora, mis pacientes. Es momento de comenzar a expresarnos...

Como siempre, seguía el ABC tradicional de preguntar a los afectados sobre los ya insipientes problemas que lidian cada uno en su vida cotidiana. Y desde el primero al último, se dio a actualizar esa información al médico; anotó lo que consideraba necesario de evaluar, simple y efectivo para comprender los otros mundos oscuros que le estaban rodeando. Y en efecto, ya tragaba humo a su rápido análisis, y no tardó en ver que todo seguía siendo igual. Mientras que del filtro de nicotina caían restos de ceniza chamuscada, comenzó a parafrasear sobre laxos ejemplos de mortífera consecuencia para cada uno. Explicaba girando su silla a la velocidad de una manecilla de segundero sobre el eje de su asiento, que la vida es importante, que tiene valor más allá de lo que a veces le podemos dar cuando nos levantamos de la cama en las mañanas.

--El clotiazepam y sus parientes más cercanos que son el clonacepam, la sertralina, el prozac, y una infinidad de drogas nunca harán que se alcance la plenitud si no ponen motivos de su parte. Ustedes saben muy bien eso--. El grupo respondió unánimemente con afirmación.

Hubo un estirado silencio que prolongó lo suficiente para crear intriga mayor, y eso fue cuando Cooger recitó sus pensamientos fuera de sí como un monólogo disperso.

--No debo recurrir a ese método, o... ¿si Debería? No estaría bien, no lo estaría para ellos en las primeras etapas. No. No es una buena idea al parecer...

--Emm... ¿A qué método se refiere, señor?-- preguntó Ralsei un tanto asustado, pero no recibió una respuesta--. ¿Señor Cooger...?

Cooger ahora parecía estar lejos de sí mismo, construyendo un plano de desconocidas posibilidades en su cabeza, dejando tan solo en reposo su vasija de carne y hueso frente a todos los pacientes. Eso alarmó un tanto al grupo al punto de mirarse entre todos por lo extraño del suceso. Sus ojos, aunque estaban tras aumentos de vidrio de colores intercambiados, Sissel podía ver que tenía sus pupilas dilatadas, como si de manera literal su etéreo espíritu hubiera abandonado el cuerpo para irse a buscar una respuesta mejor. Luego, algo había hecho encaje de acople perfecto en el puzzle analítico del Canis Lupus, cuando se levantó de la silla, y caminó, desperdigando una cilíndrica ceniza sobre el asqueroso cubrepiso de fina alfombra de concho de vino hasta la puerta del pasillo. Los ocho pacientes quedaron estupefactos con lo reciente.

--¿Qué demonios está tramando ese perro?-- preguntó Susie en voz media, rascándose la cabeza con su garra diestra.

Su compañero, el de piel amarilla, le miró bajo su flequillo, sin aportar nada.
No hubo tiempo para más preguntas que se apilaban con el montón; el psiquiatra había regresado siendo el mismo de hace solo unos minutos atrás, y ahora traía consigo una enorme caja de cartón con artilugios: entre eso, ocho cascos de correa con nodos de interconexión sobresalían. El grupo comenzó a inquietarse de inmediato...

--Por años la neuropsiquiatría ha buscado maneras de llegar al paciente, tanto por medios del lenguaje como de la medicina y la ciencia moderna. Estos cascos inalámbricos que ven aquí son un milagro para nosotros tanto como lo serán para ustedes. Electroestimulan las células del cerebro donde la sangre no fluye con mayor presión, lo que está provocando a palabras más simples las deformidades que padecen cada uno de ustedes. No quería verme obligado a usarlos; sin embargo, debo tomar las medidas que sean necesarias.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now