Página #12

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La madrugada era lóbrega como su mal, y este ya no poseía interés en caer en los sueños para no encontrarse con lo peor frente a él. En ello, eran destruidas las pocas pautas establecidad de conducta y pensamiento; no obstante, por razones menos que comprensibles, Sissel pensaba en Ralsei, en el abrazo que le ofreció, y en los problemas que tenía. Pensaba en su dolor emocional como falsa disuasión propia cuando hablaron, aun padeciendo del suyo en mismos instantes, y engañándose de que todo tiene una solución; una salida a la libertad espiritual oculta en los túneles de un laberinto neuronal entre las venas y el blando tejido encefálico. Está lejos, muy lejos de encontrar el camino que le lleve a esa satisfacción. Su silencio no le permite ver más allá de lo que ven sus ojos. ¿Por qué pensaba eso...?
Seguía sin comprender nada...

El alba traía consigo un brillo damasco en su cielo, y ocultaba en cada minuto que corría, una estrella de la nebulosa. Un nuevo día llegaba a todos junto al coro de las aves madrugadoras, y Sissel las oía a la perfección desde su dormitorio en todas direcciones: no durmió un solo misero segundo, por no dar su brazo a torcer. Se mantuvo lo más cuerdo e inmóvil posible, con el ineficaz efecto del ansiolítico, sujeto a una vena de confusión, y otra del instinto silente y combativo bajo los actos de la inercia.
Todo era igual de gris y friolento en su empalado pecho. Su asqueroso sudor de la cobardía se lo recordaba como el aroma de una presa de corral cubierta de porquería que desconoce su propia incapacidad de sanación. El humano se sentía más perdido que antes, más atormentado y nervioso por su complicación, que todo el espectro de terror de este mundo viviente parecían serle suyo, solo para él y de nadie más. Le daba inseguridad sentir que algo se aproximaba desde algún oscuro sitio de la mente para hacerle daño en cualquier momento, aunque en toda la noche de ayer este nunca se manifestó por completo. Aquel intocable pecado se limitó a mantener la distancia necesaria sin dejar de prestarle atención a su favorito: a Sissel el frágil, como si ese desquite por no propinarle sufrimiento en anteriores noches, fuera ahora saboreada lenta y morbosamente al ver cómo el humano perdía la cabeza entre pasos y corría por todo su apartamento como un pollo decapitado. Su verdadero placer malévolo reposaba en la observación invasiva, y se convertía en una amenaza de ataque inminente, del que nunca termina por llegar. Tan solo te prepara, y repite sin más. Te prepara, te cansa, y continúa, hasta volverte loco en el final.
La mañana fue sucedida pronto por la tarde con mismo caso, y algo descompaginó pronto en las intenciones de Sissel. Este tenía un compromiso informal que con buenas intenciones quería hacer respetar para quien se identificaba ahora como su nuevo amigo, pero no poseía la fuerza de voluntad necesaria para derribar a su arritmia nerviosa. No era tan simple para él el tener que lidiar con algo que le aseguraba su perdición inmediata, como en una muerte fugaz de estallido en su pecho, o por la cercana desconfianza a perder la cabeza en público por un ataque. Complicación que podría llevarse de la mano entre similitudes con la peculiar agorafobia que prohíbe el exterior y los contactos visuales.
¿A qué le temo exactamente? Recordó de la primera cita médica con Cooger cuando este le formuló esa pregunta. Su miedo carece de sentido. Es estúpido, muy estúpido, y a la vez no lo es.
<<¿Y qué es normal? No existe una definición estándar de normal. Sentir esto no es normal. Tener miedo, y recurrir al suicidio como lo han hecho otros tampoco es normal. Las drogas como sustituto del miedo menos lo han sido. La perra vida está dejando de ser normal...>>
La menuda pastilla se estaba convirtiendo lentamente en una moneda de dos caras para el aproblemado. Ya no sabía qué hacer. Ya no... Se odiaba a sí mismo por ser como era, por no comprender, ni por ser capaz de sujetar a su propio sistema desde las riendas sueltas. Y sobretodo, se odiaba por fallarle a quien en cierta parte le hacía pensar en alguien más que no fuera a si mismo...

Los transeúntes caminaban con el descuido que ofrece el atardecer de domingo, los árboles de ciclamor abanicaban con suavidad sus copas, y desprendían pequeños pétalos de vivas tinturas sobre los rostros de los presenten; un dulce beso en la mejilla de llamativos aromas era su efecto para quienes estaban en el parque central. Ralsei permanecía sentando en la banca con las manos levemente apoyadas entre si, atisbando a su al rededor en silencio pensativo y esperando tímido a la llegada de su amigo, contemplando por igual la belleza de la vida silvestre, y evitando de buena manera el deseo de llorar por una vez en su vida. Era infrecuente ese deseo en anteriores ocasiones y, sin embargo, recordaba toda su charla junto a Sissel; la recordaba con rubor y abrigadora esperanza, con cariño, y con aprecio. Le hacía sentir mejor pensar en que alguien interrumpió lo que él consideraba, como una bifurcación de la vida propia la tarde del ayer, para interferir de buena manera sobre la suya. A pesar de que por años se ha ocultado de su complicado mundo retrogrado, y se ha tratado de engañar con la decisión de los demás por encajar en algún sitio, pensaba con cierto calorcito interior que aquel humano de discreta apariencia y singularidad le generaban. Sin mucha lógica debatible que complicara sus emociones y las enredara aún más, sentía un cariño de valor platónico en su corazón, contraatacando por segunda vez a su negación con el propósito que buscar su tratamiento psiquiátrico.
<<¿Aquello era algo cercano a..? ¿podría ser esto...? ¡No! Esto no está bien. Esto nunca ha sido aceptable ni bien visto por mi familia. Pero... él... ¡No! Simplemente no...>>
Se interrumpió al instante. Lo pensaba en el proceso, lo negaba en seco, y se lo repetía otras varias veces para convencerse de que era un error de su parte; y también, en el instante, se ruborizaba sin poderlo evitar. Su instinto reaccionaba en esa situación mucho antes de que él y sus palabras pudieran armarse o decir algo que tuviera alguna clase de aparente sentido propio. Su ser interior se había marcado con la inherencia que le había sido otorgada desde el nacimiento, y eso le hacía sentir como alguna vez en el pasado cuando fue un pequeño escolar de primaria que se sonrojaba fácilmente por la cercanía de quien fue alguna vez, su compañero de pupitre. Todo se cierne desde ahí: el primer pequeño ser que se apareció en su vida taciturna, lo hizo para aunar palabras con un apocado caprino, para compartirle de su merienda en los recesos, sus ideas, sus sonrisas de amistad, para defenderle de los abusivos, y mismo que, sin que se lo hiciera saber realmente, también fue el primero que conectó un poco más allá de la amistad pasajera, para hacerle ver a Ralsei el mundo con otros colores de acuarela en cada termino de la jornada. Un sentimiento de niño enamorado le tuvo alado esa primera vez para alzar el vuelo de la bendita inocencia, a lo más alto del entendimiento básico y las malas criticas superficiales que le lastimaban, entrelazando sus manos con las del afortunado, y surcando con el poder de los lúcidos sueños amorosos, las nubes compuestas de leche. Le gustaba pensar en su amigo por aquellos años y se dejaba invadir por el encantador efecto de las pequeñas mariposas pululando en su aterciopelado viente azabachado, porque sentía verdadero amor por alguien más. Fue como comenzaría todo de ahí en adelante; y las memorias fragmentadas permanecerían a su lado eternamente como la raíz de un principio, a pesar de que eso le costó el nunca más volver a ver al latente que le hizo sentir eso. Su amigo querido, su bello compañero le había dejado, para no volver nunca más a la ciudad de Ebott. Así lo decidieron los suyos cuando se mudaron.
Lo recordaba todo con un suspiro, llevando su palma de cojinetes rosados al pecho, y ahora, daba un lugar en su mente para pensar en Sissel...
<<Ahh, Sissel, ¿por qué pienso de este modo en ti? ¿Acaso me he enamorado..?>>
Pero... esperó y esperó. El tiempo pasó, la tarde caía con el lento cantar de los pájaros que dejaban en reemplazo el vuelo por el descanso; sus melodías se las llevaba la fresca brisa del viento junto a la danza de los pétalos de ciclamor que nunca más regresarían, y un punto brillante comenzaba a marcar en el cielo crepuscular mezclado con el azul marino de la pronta noche. Aquello era el brillo de Venus, y pronto a su al rededor le seguirían las demás estrellas que conformarían el manto nocturno. Ahora, había pena contenida en los ojos claros del caprino bajo la tenue luz del lugar, porque sabía que, como al igual que siempre, nada estaba bien en su corazón. Nadie permanecía mucho tiempo a su lado por ser la clase de monstruo que el mundo evitaba enseñar a los demás, y eso siempre le dañó. Muchos que se acercaron a él en el pasado y le extendieron una mano de apoyo, siempre terminaron siendo cortados por el mismo cuchillo coloquial, y le abandonaron sin siquiera mirar atrás; así lo percibía también por parte de Sissel ahora en su decepcionada suposición.
Los fragmentos de emoción que palpitaban en su corazón, se detuvieron, y se diseminaron con aplastante crudeza mientras Ralsei se marchaba de ese hermoso parque. Todo lo pronto y ciego que había comenzado a sentir, se alejó ásperamente de él por las corrientes de viento, junto a los dulces pétalos de cercis, y los cantos de un adiós en su interior.
<<Pensé que esto te importaba tanto como a mí, Sissel...>>
Y así su voz se cerró dando la espalda al lugar, con el prisma reflejo de una lagrima que desprendió su párpado bajo los últimos trazos de luz del horizonte, para surcar el viento junto a su hermano sentimiento, y la fragancia que desprenden los lamentos...

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now