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Encontró la pequeña caja de Clotiazepam, triturando con un descuidado reflejo una de las mitades y dejándola a reposar en la lengua. Se tambaleó con el corazón en la mano, luchando por no agravar su mal en un desesperado intento de no perder el control y, desde el lavamanos de su baño, dejó correr la llave; unió ambas manos en uniones cóncavas, y las llenó con cuánto pudo de agua para tragar el medicamento. Hubiera administrado la pastilla sin dividir, o peor, una tira completa en un excusado movimiento de acciones desesperadas requieren de medidas desesperadas, pero no; el instinto de supervivencia estaban en su zona interior para evitar la sobredosis no letal. Tan solo esa pequeña mitad fue suficiente para dejarle en un estado por debajo de las capacidades receptoras de un beodo que en la práctica, no es capaz ni de recordar su propio nombre. Ya había entrado la dosis desde el estómago hasta su torrente sanguíneo, abriéndose paso por los conductos venosos para dopar al entumecido cerebro como un efectivo dardo tranquilizante clavado en el culo de una bestia inquieta. Minutos después se fue a dormir, y no se preocupó de nada más esa noche.
Una noche en modo stand by, sin sueños para su librería de recuerdos.

Durante el desayuno, Sissel sopesaba los inestables beneficios que esa droga le ofreció. Lo consideró de igual forma que portar un revolver desde una discreta sobaquera interior, para desenfundar y accionar gatillo en los momentos de peligro. Eso le hacía sentir valiente; sin embargo, era entendedor sobre el terrible efecto adictivo de dejarse llevar por esa facilidad de disfrute enfrascado. Comprendía de leyendas urbanas sobre la dependencia del dopaje como medida reductora, y más requerido podría llegar a sumar esto, el hecho de la resistencia al medicamento. Si padecía de ataques constantes y su deseo de alivio imperativo le obligase a consumir más para alcanzar el efecto deseado, ya media tableta no le serían suficientes para erradicar la compulsiva adrenalina. Generaría una indeseable adicción, sumando así otro mal su lista.
El resto de ese jueves discurría sin problema alguno, hasta que hizo llegada la tarde. La calma daba reposo; el hombre estaba dócil del soponcio, siendo solo un analítico perceptor de su vacío existencial que le ha llevado a tantos cambios desvencijados de la cordura en el transcurso de las casi setenta y dos horas de tiempo vacacional, todo eso en compañía de su antitética mente que le daba a probar de nuevos cambios.
Get down de los Kool & the Gang sonaban en la radio a volumen armonioso, pero fue interrumpido por el estrépito sonar de una llamada al teléfono. La pantalla arrojaba el nombre de "Madre" en los registros guardados; con eso, Sissel contestó. Hablaron largo y tendido sobre la cita que el humano tuvo con su nuevo psiquiatra, y el diagnóstico rápido que este le arrojó; también le comentó pasajeramente sobre la terapia de grupo del viernes (omitiéndole todo detalle a Jessica acerca de los anteriores ataques) para darle solo buenas noticias en esta ocasión.

--Es bueno saber que te sientes mejor, querido Sissel-- le expresó Jessica con un suspiro de alivio tras el micrófono--, no sabes las esperanzas que regresar a mí al oírte hablar todo eso.

--Recuerda que estoy bien-- le respondió el joven--, solo necesito tiempo, y terapias, aunque no sé cuántas serán necesarias para ver resultados.

--No te preocupes por eso --justificó la madre--, con que asistas ya estás obrando bien a tu salud. No apresures lo que el tiempo te depara, querido.

Ambos aunaron ideas suficientes, hasta que la madre se despidió, deseándole entre afectos, el éxito en su recuperación.
La música siguió siendo su compañía auditiva que suaviza los encantos y disminuyen las tensiones. La tarde se retiraba de su turno, para darle apertura a otra noche de soledad en el apartamento. Pensaba sobre la vida (la p*rra y salada suerte de vida que le ha tocado), y sobre si tendrá alguna fuerza de voluntad propia para mejorar lo negativo. Un sustento mental le era su madre, y él le quería con toda el alma. Pero, a pesar de que corría esa fortuna de tener una preocupación materna y no tan sobreprotectora sobre sus sienes, algo le hacía sentir vacío al final de todo. Solo era un hombre joven, uno con miedo al porvenir, e igual uno que, a la única seguridad que le devolvía en el ilusorio camino de las correcciones hasta entregarse por completo con los brazos abiertos a la confianza, era al clotiazepam. Un mal apoyo reflejado en el largo plazo de cualquier individuo que bregaba con garras y dientes sobre las áridas llanuras de la desesperanza.

Sin más en la mísera existencia de un humano sobre el inconmensurable globo de los engañosos progresos utópicos, bajo el brillo de la noche, del cielo despejado, y de lo que habita en su corazón, por esa noche, Sissel pudo dormir con fe de un mañana mejor; sin embargo, su descanso no era el fruto de un progreso positivo. Todo, tanto lo bueno y lo malo se suelen tomarse un respiro de vez en cuando, para luego aparecer y hacerse escuchar con la particularidad de sus medios de contacto. Ellos siempre saben cómo hacerse escuchar. Su miedo a lo que no tiene forma sigue ahí, observándole con detenida fascinación y en silencio desde un hosco sitio neurológico imperceptible, viéndole dormir con estoico interés, y esperando el preciso momento de invadir esa calma cuando su brillo anímico flaquee. Emite en esas sombras un leve ronroneo de incomprensión a sus causas; susurros de daño, de la paciencia que moldeó sus malos deseos de herir al santo, y de la esencia de la inseguridad en Sissiel. La rumora en su desactivado subconsciente, convirtiéndolo eso en un lejano encuentro de macabra y excitante perfección de la realidad que nunca, nunca debiera existir fuera de su mundo:
<<No puedes huir de mí por siempre, cobarde. Ese medicamento no te curará, y cuando menos lo esperes, regresará tu condena. Te maltrataré como el indefenso que eres y te haré daño. Te haré mucho daño. Haré que sientas miedo de los que te rodean. He atormentado a grandes, a pequeños, y ahora, a ti. Nunca has dicho una sola palabra, desde que esa sangre cayó. Gracias a tu silencio, me apoderaré de tu mente y devoraré tu corazón lleno de temores.>>
Sissel se dio media vuelta en su lecho sin despertar, y todo siguió en silencio, y oscuridad.

El reino de los sueños de Morfeo le concedió en esa noche a Sissel una historia en qué pensar: él era un pequeño niño inocente, criatura de cristal del basto mundo, y juguete emocional de los crueles latentes. Muchos se burlaban de él en ese sueño; igualmente atendió a otros que acabaron respondiéndole con las risas de la misma burla sobre su silencio. No supo expresar su llanto, tampoco defendió su nombre a las ofensas; estaba perdido en medio del ojo de un huracán de pecados ajenos; nunca pudo decir lo que sentía. No sabía hablar...
El despertador le sacó del onirismo en la mañana, y el presente del desayuno le dejó suspendido en el significado real de lo que vio en sus sueños; empero, poco duró esa pregunta al mentalizar el gran paso de asistir a su primera cita grupal de psiquiatría; eso significaría el comienzo de un gran cambio, y eso le gustaba; significarían cambios aceptables en su vida. Ya no más problemas, ya no más ansiedad, y sobretodo, ya no más ansiolíticos. El "salvador de lo insólito" le había dado su palabra de médico psiquiatra si le obedecía, y eso para Sissel, era atractivamente embriagador como los efectos de su medicamento inhibidor del estrés en su peor momento.
El día siguió el camino que conforma el presente de todos, y ya se aproximaba el tiempo de la cita médica. Se preparó con un cómodo terno negro liso; camisa blanca sin dar a exigirse portar de una corbata bien ajustada, y unos zapatos de cuero de mismo tono. Su estilo favorito de vestir para la imagen que gustaba dar siempre. Pronto a eso, dejó el fuerte, y se adentró a la fauna de cemento para recibir la ayuda que el salvador le aseguraba devolver.
El imponente coloso de hormigón; el gigante edificio multiservicio Sky & Crapper; Sissel estaba bajo sus pies, observado lo poco que la vista le permitió ver de sus ventanas polarizadas. Su destino una vez era la planta n°19 y la oficina #1802; una dirección que le fue simple de grabar en la memoria. Su reloj desde que tomó el elevador marcaban cerca de las trece con cincuenta, se encontraba a buena hora de llegar, y como acto instintivo, otra vez en el decimonoveno piso quebró camino, y avanzó a la descuidada estética del centro de la salud mental. Golpeó con los nudillos, y Cooger le recibió con mismos gestos de la anterior sesión, aunque en este caso se conocían un poco más, solo un apretón de manos bastó, hasta que Cooger le mencionó:

--Le estábamos esperando, Sr. Sissel. La terapia grupal está a punto de comenzar.

Le guió a otra sala, una de las que anteriormente permanecieron bajo llave, abrió, y en su interior se encontraban ahora un grupo de seis monstruos tomando posición en un conjunto de sillas amontonadas en círculo con un total de ocho puestos. Una de esas sillas vacías es mi sitio, pensó el estresado, pero ¿de quién era el otro? se preguntó vagamente sin ideas claras.
El silencioso humano por un pequeño momento de incorporación se sintió con el pecho tomado por la incomodidad de las miradas depositadas, que las recordó de sus lejanos años mozos, como cuando fue su primer día de escuela y todos le miraron con desaire; igual a como fue su primera experiencia de trabajo, con mismos resultados. Daba igual en el tiempo que se desarrollara eso, el efecto seguía siendo el mismo: los ojos exculpatorios nunca dejarían de serle distintos.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu