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El hombre no le respondió nada, pero las ocho silabas y el ¡saz! que siempre están en paralelo con el caos habían desvanecido de su mente, y borradas de la punta de su lengua. No duró mucho conservando el compulsivo deseo del mal. Cuando fue acompañado a la salida, y observó el pasillo externo de la institución de la psiquiatría con su paso no tan a rastras, ya no había ninguna alma que rondara de camino a las escaleras ni esperara el elevador. Había sido el último en abandonar la planta, al final de esa pesadillesca sesión. Con truco, el alto le guiñó un ojo, ninguna palabra más se dijo en eso, y cerró delicadamente la puerta con el acompañar del leve crujir de los goznes con lo que todo había dado en su comienzo.
El joven debía ir a casa, y así lo hizo.

La prosa había sido sazonada con hiriente franqueza del Canis Lupus, y fue tan horadante que no había sido olvidada para Sissel. Lo recordaba todo en el ocaso de su confort mientras comía desde el sofá un trozo de pizza del clásico peperroni con queso del Fast Pizza delivery que había mandado a pedir en una breve llamada para no cocinar; interés no tenía para jugar al gastrónomo, mucho menos se había puesto del todo cómodo: Apenas se había quitado su chaqueta, y remangado las mangas con descuido hasta el codo para no manchar los bordes de aceite caliente ni grasa. Masticaba con lentitud, recuperando fuerza, nutrición y algo de buen sabor hasta volver a hacer reconstruida la amarga terapia, y el disgustante momento en el que las palabras del terapeuta habían pasado de ser constructivas guías de paso a feroces críticas de rendición voluntaria. Por subsiguiente, no le parecía que aquello formulara a más que sentir recelo con el médico. Muy en el fondo sabía que no podía prescindir de su servicio, y eso no le hacía gracia.
<<Necesitamos la ayuda del señor Cooger nos guste o no,>> había dicho Noelle dando algo de consuelo barato en el elevador poco antes de la terapia.
Todos lo necesitamos, meditó, pero ¿cuál era el costo a pagar por una vida limpia, perfecta, y sin pecados que mancharan una sola hoja más del historial de nuestra biografía? ¿Experimentar con la sanidad de la psique juvenil adulta hasta reventarla como si eso fuera un globo sujeto a la boca de la llave del grifo? El pelmazo tal vez no era más que un chiflado de todos en la enorme ciudad de Ebott, falsificando su diplomatura y su pasado para engañar a los crédulos por unos buenos billetes grandes, pero... de ser así, pensó, ¿Qué sentido tendría de llevar esto tan lejos para acabarlo con una devolución total de lo que serían sus honorarios a los insatisfechos?
Haciendo uso en razón de la memoria en el que siempre las preguntas estarán ahí, en todo momento y en todo lugar que el pensador se digne a prestarle un poco de su atención, Sissel trató de reencontrarse con las suyas; así desenredaba la bola de estambre de nudos ciegos, mientras hincaba el diente y respiraba de vez en cuando.
Odiar al mentor lo sentía por una parte una conducta anormal, aunque no era ajeno a esa creencia por todos esos momentos en los que Cooger se le había pasado la mano, cuando sus palabras perdían un tanto de control y recurría a la displicencia ofensiva:
<<Que los psicóticos respiren profundo, cuenten hasta diez, hasta cien o hasta mil de ser necesario cuando la realidad parezca perder el contacto con ustedes. Los bipolares con exceso de energía tanto como quien podría tener una déficit, usen el narcótico prescripto. Que la gordita canalice el hambre con distracción, y el otro, si, usted, ofidio flaco postulante a cinturón, saliendo de aquí, trague todo lo que la gata rechoncha no debe comer. Ralsei, se oculta como un molusco de su verdad. Y Sissel... frágil humano, ¿qué puedo decir sobre su persona?>>
Nada bueno me has dicho antes, mentalizó el humano a regañadientes, y recordó las últimas palabras que escuchó antes de irse. El diálogo impropio del animal no tenían sentido con el monólogo final...
Ya había comido suficiente pensando en ese odioso énfasis de antes, guardando el resto de las rebanadas en la nevera junto al plato de correosos hotcakes tan duros como el cuero, como un cinturón de cuero de ofidio pasado de moda contemporánea. No rió de esa ironía absurda para nada.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Onde as histórias ganham vida. Descobre agora