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Pocas horas quedaban para que Sissel regresara al hogar, pero por restantes que presumieran estas de una larga jornada, fueron todo un martirio al recibir la excesiva atención de quienes dicen ser "los grandes amigos". Los malditos se confabulaban con un mismo interés, alimentándose de los chismes, y disfrutando ver a alguien sentirse mal, preguntando estupideces que serían evidentes hasta para el que tristemente carece de la vista. No importaba. Él no les dio el placer de gozar esa pena; no respondía nada a nadie. Solo se limitaba a ahogar el barullo de los alrededores con el sonido de las teclas bajo los rápidos dedos frente a la computadora, con la mente enfocada en regenerar la brecha emocional. No era bueno mostrar debilidad en un lugar lleno de animales cizañeros dispuestos a destruir a la competencia por un poco de estabilidad y reconocimiento barato, como el perro hambriento que con las payasadas de atención, desea que el amo le arroje por misericordia un pedazo de hueso desmenuzado. Y así, todo acabó en esa última jornada de trabajo de lunes, y del mes para Sissel, llegando a casa como todo un moribundo malviviente junto a la caída de la oscuridad crepuscular, hasta observar cómo las estrellas más pequeñas tomaban cada vez mayor reconocimiento en el infinito cielo. El departamento le quedaba lejos y eso calmaba su pena interior como suaves pinceladas sobre el lienzo estirado de un marco de madera.
Introduciendo la llave luego de dos primeros intentos fallidos sobre la cubierta de la chapa, girándola delicadamente como acto instintivo de preservación a la única copia existente, el hombre ingresó al domicilio para dar la espalda al mundo y a sus malas criaturas por esta noche. Pudo lograr ejecutar todo eso al pie de la letra, pero a la pena no le pudo hacer lo mismo.
El dolor penetró su saturado corazón como una filosa saeta y se echó a llorar sentado en el piso con la espalda adosada en la puerta del recibidor sin que importaran las consecuencias: el comprobante de las vacaciones que comenzarían a correr desde mañana martes por un total de veintiún días, se aplicaría así porque, de incumplir en el trato con Pigpen, este le correría de su empresa sin remunerarle las vacaciones retenidas, ni los seis años de servicio. Sissel evaluaba siempre su condición cuando tenía su reflexión natural, sin lograr desglosar sobre el origen de los daños y, sin embargo, con eso, reconocía entre lagrimas de frustración e impotencia que le era imposible lograr buenos resultados en tan poco tiempo. El cerdo lo sabía mejor que nadie; con ese mezquino fin quiso hacer un trato del que nunca perdería. Ya no podía sentirse más humillado ni derrotado bajo el hilo de las lagrimas. Ya no...

Pero si. siempre hay algo que puede suceder en todo momento y lugar menos indicado, como el recibir una llamada telefónica de tu madre en el peor caso; justo lo que estaba pasando en su falta de compostura.
El instinto maternal debe ser algo sumamente trascendental e innato en las mujeres que cumplen ese rol, que en su mayoría, saben muy bien cuándo algo afecta a sus hijos, incluso habiendo entre ellos kilómetros de distancia que los separan. Yo no seré ni tan parecido a su estirpe ni a su imagen, y aun con eso, nunca dejó de oír u atender mis necesidades, recordó el oficinista junto a su dolor.
Con la manga de la camisa secó sus escocidos ojos, asió el teléfono con algo de torpeza, carraspeó por la espesa saliva para entonar claridad y contestó anegando cualquier síntoma humano para no dar preocupación alguna a la mujer que se encontraba del otro lado de la línea. Pasó con eso un tiempo entre el saludo cordial y la necesidad de averiguar el estado de su hijo; en consecuencia, una poderosa intuición le advertía a esa madre sobre una olorosa mentira que no lograba ser pasada ni con bromas de un carismático:

--¡Te oigo diferente! --arrojó Jessica sin penas dicho comentario--. ¿Está todo bien, Sissel?

--S-si, mamá-- negó este con toda la voluntad que pudo--, solo... solo tuve un mal día, de esos que te causan jaquecas.

Jessica era dulce, amorosa, encantadora como madre, y como ser viviente era aún más ejemplar; sin embargo, no podías engañar a una mujer tan astuta con unas prácticas tan inocentes dignas del preescolar; no era estúpida en ese juego, y sabía por la mal lograda imitación de la calma, que su pequeño le ocultaba algo. Aun con toda esa desventaja de la distancia sin tactos afectivos y la inexpresividad de dialogo en una red de comunicación, ella llegó sentimentalmente al aproblemado con sus seráficas palabras, con su confianza y con el amor que solo una madre quiere darle a su retoño en todo momento, como también quiere darle apoyo, y que se supere cada día de su vida para que este se convierta en su principal orgullo del buen logro. Tanta falta le hacía ese cálido sentimiento de aprecio a Sissel en su espasmódica masa de tejido muscular, que no fue el fuerte que siempre deseó ser para la única integrante en su núcleo, y eso ahora le hacía alguien blando y estrujado del lloriqueo sentimental. Confesó todo, dejando salir el torrente de los llantos y las penas: le contó sobre lo mal que se siente, sobre los incipientes cambios que experimenta cada día con miedo a perder la cordura y, el reciente problema que le ha dejado exento de su labor como oficinista. Dejó salir todo como un desahogo obligatorio y sufragio de ese llanto al cual su madre seguía evaluando desde el otro punto de la línea.
Jessica sabía mejor que nadie que esos males eran causados por alguna clase de arrolladora ansiedad que se agravó con el paso del tiempo; eso flagelaría a cualquier viviente aun si fuera este un humano o un monstruo, ese mal no discriminaría. Podría llevar incluso a peores actos de los que no habría una vuelta atrás si este culminaba hasta ese deseo de escapar de la mente propia, siendo esa mala manera de conseguirlo, el quitarse la propia vida como último recurso...

--Sissel, no te dejes caer. Eres fuerte, siempre lo has sido. Lo demostraste cuando comenzaste a vivir solo. Tienes una buena vida, y me siento orgullosa de ti-- convenía Jessica con su calurosa voz maternal--. Lo eres todo para mí, y sé de manera fehaciente que te superarás sin importar los obstáculos. Eres un hombre hermoso y pletórico que solo está oculto en una coraza de miedos.

En completo silencio, ahogado en el llanto. Sissel le oía, con lamento.

--Querido, sabes que no puedes lograr esto solo. Necesitas ir donde un especialista-- mencionó interviniendo con todo lo bueno que anteriormente había dicho.

Con eso se dio el primer paso a una rotunda negación en la conversación; que Jessica no quiso insinuar tampoco que alguien estuviera loco, ni nada por el estilo. La cosa no siempre parecía ser lo que se creía ver en un primer plano cuando uno se lo pensaba a la rápida sin hacerlo realmente en profundidad; ver y descubrir que la moneda tiene más de un rostro causa impacto.
Ella convenció con argumentos de que alguien dedicado en el área de la salud mental puede ayudar con miles de maneras terapéuticas en alcanzar ese estado de satisfacción personal que muchas veces no se logra obtener. Ellos saben cómo entender; saben cómo saltar la valla de lo superficial y adentrarse a lo que sobresale de lo biológico. Agregó para favorecer a su petición el descanso merecido de las vacaciones y una más que asegurada licencia, y el recordarle que era necesario asistir el problema; de lo contrario, se perdería lo que años de esfuerzo han tratado de construir.
Sissel en este punto ya no lloraba de igual manera; había liberado entre las gotas de sus ojos quizá diez, veinte o tal vez hasta treinta y cinco gramos de una incalculable carga de presión por encima de los hombros; sin embargo, en alto está el amor por quién le crió, que por ella haría cualquier cosa, y su petición no sería dicha en vano. El humano le dijo que haría caso a sus consejos porque mientras su úrsida madre le apoyaba, ella reprimió deseos de quebrar en llanto para mostrarse fuerte. Sissel le hizo saber que todo estaría bien, pues, con el valor de una sagrada promesa de palma derecha sobre el pecho, le dijo que asistiría a alguna institución psiquiátrica, y que pronto recuperaría su empleo; que ambos reirían juntos, y que serían bendecidos por la diosa fortuna al final. Eso le hizo sentir mejor. Estaba un poco menos abatida al oír las esperanzadoras palabras de su hijo. Alegró su anímico estado y le hizo sentir calma hasta despedir su conversación en otra noche motivacional en el que gusten llamarse...

Jessica ya había sufrido mucho por la muerte fetal de su primer y único hijo; ese pequeño que no logró ver la luz tenía que haber sido la razón de su sonrisa, pero el destino decide siempre por todos. Quedó acabada cuando supo la verdad. Tuvieron que intervenir mucho antes del parto para extraer el diminuto cuerpo sin vida en su interior. Eso ante los ojos del humano, se ha convertido en un ejemplo de valores fundamentales de amor e inspiración al verle continuar con su pena; que el llanto más genuino como expresión de dolor, se relaciona siempre con otro más allá de uno mismo. Ello depende del grado de unión, y se manifiesta de manera particular con quién ama más que a su propia vida. Sissel comprende aquel análisis por que le vio llorar por ese bebé. Tanto como un joven e iluso Sissel vio esa marcable escena sin poder hacer algo, también ella le hizo ver al niño que la vida le había dado una segunda oportunidad de ser feliz cuando le adoptó. Vivir cobró sentido; lo cobró para ambos, y así supo avanzar al ver que alguien tan desamparado como un infante lampiño seguía en ese nuevo comienzo sus pasos.
Le debe todo a Jessica, y por eso, tiene que cumplir la palabra...

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora