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Las manos torpes, de dedos delgados y semi sudorosos seguían manteniendo conflicto con lo que antes era pan comido frente al espejo. Solo que ahora no estaba contando con el reflejo de uno, y el décimo piso ya se había dejado abajo hace pocos segundos. No quería presentarse con la indecencia de vestir mal, convirtiendo su callada paciencia en un voluble cambio de ánimo. Creaba un nudo que en pasos mal ejecutados desenredaba pronto para tomar otra oportunidad, y lo volvía a fallar. Exceptuando el sueño, el comienzo de su jueves se estaba convirtiendo en una MIERDA con palabras en mayúsculas. En el quinto nudo que deshacía, su vista enfocó ahora a la profundidad, a quien estaba tras el nudo que esas trémulas manos sostenían. La mirada de Ralsei era puesta sobre los ojos del joven. Hacían contacto en esos escasos centímetros de encierro. A Sissel se le antojó tan iguales como los de su sueño en la isla, cuando el caprino le vio y la distancia lo tradujo con encantadora intuición: <<Ven conmigo, por favor. Vamos juntos>>. El monstruo de azabache se le acercó sin decir algo, tomando con delicadeza cada extremo de la corbata para nivelar, cruzó la parte ancha por sobre la estrecha; en seguida, con calma y cuidado rodeó la parte estrecha con la ancha, que al elevar su vista en ese inocente momento de manualidad, otra vez conectó con la de Sissel, y enrojeció mejillas con un hermoso brillo de carmesí. Continuó. Pasó luego la parte ancha por detrás de la corbata, y puso con enternecedor cuidado, un dedo sobre el nudo que había formado para que conservara la forma geométrica. Solo le quedaba pasar el lado ancho sobre ese nudo, y lo hizo perfecto, deslizándolo suavemente hacia arriba, hasta formar un dedicado triángulo morado en el cuello de Sissel. Un elegante y formal nudo Windsor que acomodó con suma atención. Ambas miradas ahora compartían el mismo color rojo por la cercanía, y el humano le obsequiaba una sonrisa de gratitud. Era la primera vez que estaban de tal manera, uno frente al otro, expuestos delante de la verdad que demuestra el tono facial. Todo eso que se expresaba sin palabras, el ¡Ding! ya los había devuelto a tierra a los soñadores que parecían querer orbitar en la platónica luna del deseo. Ya estaba en el decimonoveno piso. Era justo la hora de ingreso al instituto de psicoterapia.
El obligatorio quiebre, el pasillo y la puerta con la placa de metal que arrojaba el nombre del desgraciado doctor; eso seguía oblicuo por la falta de los tres tornillos que nunca jamás repondrá por mala costumbre; el timbre dañado era otro fallo que se sumaba a la espera, y la descascarada fachada, del todo, nunca dejaría de ser un asco. Tres toques de nudillo frente a la puerta amortiguaron casi parecidos a una insonora brevedad exterior de la que no hicieron falta más golpes. En cosa de segundos los goznes rechinaron corto y preciso, y se había abierto el acceso a poco menos de la mitad de lo que abarca, y, asomándose con simulado gesto de prohibición , una cabeza cenicienta de hocico dentado, cola de caballo colgante y los dispares lentes, salió.

--¡Lo veo y no lo creo! Con que otra vez parejitas del gremio llegan tarde-- susurró en cierta burla Cooger. Seguido, comenzó a figurar con:-- ¿Esa es la manera que tienen mis pacientes de evadir su enfrascada realidad? ¿En qué malos pasos te estás metiendo, Sissel?

--Apenas han pasado cinco minutos de la hora-- adujo Ralsei con dulce, pero temerosa voz detrás de la espalda del humano--. Lamentamos descuidar el tiempo. Por favor, señor Cooger, permítanos entrar.

--¿Y qué hay de ti, señorito? ¿Logras ver más allá de donde la discrepancia te deja? Porque, de ser lo contrario, te atenderé hasta que te salgan arrugas y tu cuerpo despida el intolerable aroma de un anciano, a no ser que quieras tu dinero de...

--¡Permiso, permiso! ¡Ya vamos tarde!--interrumpió Sissel ya cansado de oír aquellas tonterías indecorosas, y empujó la puerta con ambas palmas sin querer causar daño, (o solo un poco, si se le permitía la suerte).

Cooger cejó al instante en un susto de reflejo.
<<Es el momento, el momento, pensó Sissel detrás del paso con el terapeuta. El momento es ahora, el de ser humillado de las convalecencias mentales por este lobo sin conmiseración por los demás; que su diálogo desapacible y su desalentadora sátira sea esa de la de bajar los brazos, porque los congregados están condenados. Otro día más es ese momento, donde ya nada pareciera ser normal, cuando Cooger toma el control de los pacientes. El momento... ¿Por cuánto tiempo se repetirá? ¿Cuánto ha de hacer falta para que el globo en el grifo estalle por la presión? Se preguntó el joven en su analítica, siguiendo el paso atrás del Canis Lupus, junto con Ralsei.
La bomba de agua está por reventar.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now