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Sissel tenía que resistir al menos unas casi veinticuatro precedentes desde el termino de esa llamada, hasta que el Psiquiatra lograra atender su caso e indagara en la fuente de los problemas y, sin embargo, a pesar de que en su conciencia reposaba estáticamente esa falsa calma de estar cumpliendo la parte más importante del trato impuesto, no podía evitar preguntarse en un extraño monólogo de ideas sueltas con un temblor en las manos:
<<¿Qué podría hacer yo para soportar el terror de lo que no tiene forma ni cuerpo propio? ¿Cómo me defenderé si se vuelve a repetir?>>
Las palmas le comenzaron a sudar frías con solo pensar en la cantidad de tiempo que le alejaba de la ayuda médica; se encontraban temblorosas, eso le obligaba a batirlas de golpe en sus mejillas para recuperar esa noción elemental que alguna vez gobernó cabeza sin conflictos internos. Se sentía miedoso y aterrorizado de creer que era perseguido por la degenerativa mentalidad, al jurar que esto era una bizarra clase de juego de "atrapar al conejo oculto en la madriguera" persiguiéndole sin darle tregua. "Sissel el frágil". Si, en eso se veía reducido. Él era ese pobre lepórido oculto bajo la estrecha red de túneles de tierra húmeda, con el corazón palpitándole a mil revoluciones por minuto como un pequeño motor de combustión diesel a punto de explotar por la reiterada fricción de sus minúsculos pistones, al presentir el verdadero peligro del exterior que irrumpía en su vida; y que quién intentaba dar caza al indefenso, fuera una docena de bracos alemanes con un hambre de carne tierna, otra del miedo desbordante, y la última, con una sed insaciable del dulce sabor de la sangre de Sissel el frágil al ser derramada sobre sus desgarradoras fauces. Toda una atrocidad para la pupila. De pronto, una estridente llamada sacó agresivamente a la mente nerviosa del humano, desde su abismal idea, junto con un respingo y un susto de muerte de las que hasta el aliento te arrebatan. ¡Era una llamada telefónica! En la pantalla digital arrojaba un numero que, a tantos años de servicio que Sissel ofreció a SignaCorp tras el modulo separador, se le gravó en la masa encefálica con punzones de metal en efectos de golpe martillo para toda la vida.
Sujetó el auricular, y contestó al llamado:

--¿Cómo vamos con el primer día de vacaciones, Sissel?-- preguntó una voz conocida que irregularizaba las pulsaciones cardiacas del estresado--. ¿Me tienes alguna novedad sobre tu asunto? Si no te llamo, tú ni te dignas a hacerlo.

--¡P-por supuesto, Sr. Pigpen...

Procedió a contarle sobre la cita psicoterápica del miércoles por la mañana, y la embriagadora garantía de satisfacción personal que quedaba en sus clientes. Pigpen oía en silencio las palabras de su brumoso empleado, pensando y a la vez golpeando en el instante un objeto minúsculo contra la solidez de su escritorio (de seguro era su lápiz de oro sobre el roble), y luego se echó a reír. Las carcajadas eran horribles matraqueos de cerdo que le hicieron retirar por un instante a Sissel el oído del auricular.

--Tal parece que tendré que pagarte todo si es que te recuperas, pequeño Sissel-- rió, y en elipsis de lo que le causa gracia, agregó:-- ¡Tic toc, tic toc! el reloj sigue corriendo.

Indecentes risas estaban al reemplazo del dialogo, para luego recobrar fuerzas en una pausa y colgar al llamado sin despedirse. Sin saludar ni decir adiós. Típico del único porcino que el hombre conocía...
La mañana pronto comenzó a ser la tarde, y el ocaso le tomó la mano al anochecer para que le acompañase; otras aves de áspero sonido eran los que cantaban ahora, y todo seguía siendo tan inexorable como el tiempo que corría tanto para el jefe como para él; algo que no podría ser retenido ni aprovechado por otros medios más inteligentes. Ya daba ese día por perdido, y no podía hacer más que esperar...

Con esperanzas implantadas en su descorazonado interior, confió en la ayuda que recibiría; quería volver a sonreír de manera natural y pura, y ser verdaderamente alguien que se autodenomina a sí mismo como un ser humano feliz; uno que quiere moldear sus logros y darle orgullo a su cuidadora hasta que su propia longevidad futura reclame su termino. Solo los viejos cabalgan hacia el atardecer para completar su ciclo natural, y él no quería ser esa excepción.
En el tiempo de su descanso, no soñó, o si lo hizo, todas esas imágenes que se presentaron frente a él y le ofrecieron ser el protagonista de un onírico mundo, fueron disueltas con la conciencia de la mañana cuando abrió los ojos y se sorprendió de seguir respirando. Otro día se vivía bajo la luz natural, uno ya de miércoles, y le daba trabas a Sissel luego de la ducha, de vestirse con su formalidad  y del nulo desayuno que la ansiedad quita siempre esos deseos de nutrir la barriga, y todo lo otro que conlleva a la preparación de un ser listo para poner un pie en el exterior: aunque era buena hora, el transito causaba embotellamientos; muchos monstruos citadinos de distintas edades, razas y géneros concurrían a sus responsabilidades, y eso prohibía el tiempo a la vida que se sometiera a la puntualidad para que esta no se detuviera a pensar, sepultando la calma de cualquiera con un bullicio difícil de tragar tan igual a una seca y áspera pastilla sin una sola gota de agua. A prisas caminó al salir del edificio, idealizando sobre el gran personaje oculto detrás de su psiquiatra, y lo que este evaluará; sobre qué tanto indagará en su vida privada, y sobre qué conclusiones sacará de una cabeza irreflexiva cuando comparezca en el sitio acordado. Con un paso apresurado y una molestia similar a una angina en su caja torácica, Sissel llegó a su punto de encuentro: un enorme edificio de veintiún plantas de múltiples secciones en renta, y otras que ya ofrecían su especialidad. Entre esas tantas oficinas del famoso Sky & Crapper, alguna del decimonoveno piso debía ser la sala del Dr. Cooger. La respectiva oficina #1802 fue hallada sin tiempo a desperdiciar desde la salida del elevador. Ya serían a marcar en el reloj las nueve con cincuenta y cinco de la mañana, y frente a la puerta de su destino, la estética de la madera se notaba en deplorable estado. El nombre de Cooger junto a su especialidad estaban grabados en una placa de metal en posición oblicua en la parte superior, casi a punto de caerse por unos tres tornillos faltantes, y el botón del timbre estaba defectuoso. Eso a Sissel le pareció extraño de visualizar en el área de un médico exitoso como lo presumía el Sr Cooger. ¡Aquello no era normal! se preguntó. Claro que no era normal, pero recordó el slogan enunciado del periódico, y la procedencia de dónde correspondía su mensaje de aceptación: <<No existe una definición estándar de "normal".>> Ya con eso, golpeó con los nudillos la puerta, y quien abrió desde el lado interior, le hizo pasar tan solo con la seguridad de su voz.
Un Canis Lupus de pelaje ceniciento, con aproximadamente 1,88 cm de altura, y finos cabellos delgados en una elegante cola de caballo eran su estilo; sus ojos eran azules como el cobalto, y llevaba gafas redondas vintage con colores impares de amarillo y rosa con efectos bifocales, al igual que un suéter negro de cuello largo junto a unos pantalones color beige. Ese lobo se presentó al humano con el destacado nombre de Dr. Cooger. Este era ya un adulto que rondaba con seguridad entre los treinta y cinco a cuarenta y cinco años de edad y de seguro fuera de su trabajo, portaba un matrimonio próspero por la sortija puesta en su vena amoris del índice izquierdo; con eso, suficiente tiempo de aprendizaje para conferirle un conocimiento avanzado sobre su don de la sanación mental a los acongojados. Cooger caminaba por el pasillo interior, un lugar regularmente ventilado, sin acondicionamiento de aire en épocas de verano, ni calefacción apropiada en invierno; un lugar que desprendía desde alguna parte concentrada el aroma del tabaco barato que ya se ha impregnado hasta en sus prendas de vestir. Dialogaba con su particular voz suave sobre el clima, el exterior y el trayecto que recorrió Sissel hasta el Sky & Crapper para incorporarle en un ambiente de confianza libre.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now