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Eterna le siguió siendo esa noche que envolvió la gracia del entorno, con el frío ropaje de su sombría indiferencia, y oculto de un súbito miedo, el humano teme a las represalias de su mal, deseando por favor que la paz tome pronto el control de su corazón. Con un largo sollozar de angustia lo pide sin descanso desde su cama, oculto con necia protección de sus sábanas, mientras cubre su rostro con las manos y humedece en el proceso los dedos con la salinidad de los lamentos. Su llanto crece, y con eso, le sigue el irracional peligro; su cuerpo se tensa rígidamente, sus pupilas se dilatan del terror incontrolable, su respiración se satura sin motivo, se híperventila, y se le dificulta mantener la calma. Está asustado, mientras el cerebro no recibe la suficiente cantidad de oxígeno requerida para pensar. Las desfiguradas facciones de la deambulante ansiedad le acechan en su lugar de descanso, con esa particular compañía del dulce aliento a putrefacción y unos ojos tan minúsculos como canicas de vidrio de brillos opacos sobre el lóbrego ambiente. La esencia de un mal de antaño que persigue a muchos, incorpóreo de una lógica sumisa, ahora estaba presente en esa helada oscuridad de martes por la madrugada, oliendo el miedo de Sissel a través de la traslucida seda, percibiéndoselo desde sus mal logradas exhalaciones como un terrorífico fantasma con instintos completamente desarrollados. Persiguen con afanado propósito su sueño y arrancan de jalón todas las esperanzas con su poder; de alucinógenas criaturas pesadillescas con expresiones de la burla, de la incomprensión, la soledad y las amenazas. Eran crueles, hirientes; lastimaban mucho a Sissel al punto del entumecimiento corporal. ¿Qué he hecho mal para sentirme así? con dificultad se lo preguntaba, sin estar preparado para morir ahogado en el fondo de las negras aguas del temor, pidiendo en cada lagrima derramada un poco de misericordia. pero en su lugar, perdía lucidez mental cercano a un desmayo, incorporándose a toda esa saturada adrenalina, una inevitable arritmia cardiaca que pronto le siguió. Una crisis de pánico estaba tomando posesión de todos sus sentidos que seguían bregando por mantenerle presente; su cuerpo se estremeció al punto de la desfiguración facial y la contracción muscular, tirándole de la cama, y aplastando su aterido cuerpo al extremo de la desesperación máxima a morir; y ahí seguía la ansiedad presente, riéndose de Sissel en un estado casi visible de los efectos con esa figuración de todos los monstruos que alguna vez le lastimaron. Gozaban y reían mientras Sissel gritaba sofocadamente desde el suelo a toda esa fatalidad. La estrepitosa tormenta negra que envolvía su habitación exigía miedo para crecer, y quería más, y más, y más. No se cansaba, lo pedía, lo requería ensordecedoramente para tomar mayor cuerpo, y seguía y seguía:
<<El pasado te condena, cobarde Sissel. Tu miedo sigue fresco, como la sangre en los pómulos que se unían a las lágrimas de esa p*ta, como la muerte y la culpa.>>

De pronto, a segundos antes de que el humano perdiera la conciencia, todo eso acabó: el aire en los pulmones le regresaba y llenaba los espacios con forzosa dificultad; el cuerpo empapado de sudor helado estaban agostando los esfuerzos para ponerse de pie. Al hacerlo con prisa, falló, cayendo irremediablemente sobre sus asentaderas, como un decrépito anciano que no tiene la fuerza necesaria para mantenerse sobre sus piernas sin un andador. Tener que vivir eso, le afectó, deshaciéndose en lagrimas tirado en el suelo por la traumática experiencia que había vivido. Tenía pavor, se sentía indefenso como un pequeño roedor enjaulado, escondiéndose de algo grande que no comprendía; y ese acechador síntoma, despiadado e incomprensible de su inimaginado poderío... Sissel rogaba al cielo que no se volviera a repetir nunca más en su vida...
Esa noche no logró entregarse al sueño ni por un descuidado segundo, y como un catecismo sobre la búsqueda de la paz mental, se repitió a si mismo una y otra vez en su cabeza como plegaria inconexa:
<<Todo está bien, solo enfócate en el mañana. Un psiquiatra nos ayudará y todo volverá a ser como antes.>> Así muchas veces se mencionó lo mismo con el propósito de no volverse loco en el proceso, ni adquirir las repentinas ganas de querer saltar por alguna de las ventanas del décimo piso. La ansiedad se mantuvo aún más baja de lo que aparentaba en ese entonces, aunque estaba lejos de ser curada, manteniéndose lo suficientemente tensa y firme como la cuerda de una ballesta; eso era lo necesario para ser empírico de toda creencia interna, como igual para tener los ojos rojos del cansancio, un dolor persistente en el diafragma y la cabeza cargada de inseguridad a la muerte.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora