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Un grito gutural desde lo más profundo de los pulmones del humano turbaron el lugar, cansado de la desdicha y del temor irracional que lo ha convertido en la frágil ave de corral abusada. El aire crepitaba al ingresar por las ranuras de las ventanas junto a poder de esa vociferación, que en violenta reacción, Sissel se puso de pié, tirando su silla con el respingo de los músculos poplíteos. Cooger se sorprendió con un cortado pestañeo.

--¡Ya estoy cansado de tener que tragarme mis palabras, maldito desgraciado-- bramó Sissel al doctor--. ¡Mi padre fue una mierda con nosotros, y estoy cansado de ocultarlo y creer que todo ello fue una mentira. ¡Estoy cansado de temer, de mi trabajo, de las drogas, del aroma de tu cigarro y de estar aquí rogando soluciones para recuperar una vida tan mundana como la mía, soportando todo tipo de pugna que nos arrojas como si nos gustara el diario vivir que llevamos! ¡Tienes la hombría de lastimar a seres que acérrimamente creen en tu sátira porque sabes que no se defenderán, pero yo ya me cansé de ti! ¡Has lastimado los bellos sentimientos de alguien que tiene corazón y que ha confiado por mucho en tu rezo; no le diste más remedio que el escape! ¿¡Esa es tu manera insólita de ayudar al paciente!?

--¡Pero, Sissel...!-- se sorprendió el alienista--, ¡cálmese! ¡Por el amor de Dios. ¡Cálmese, tome asiento y...!

--¡No quiero calmarme, maldita sea!-- interrumpió con una chispa de histeria--. ¡No quiero! Llevo veintidós años tratando de buscar la calma en el rincón del silencio por culpa de la mala suerte, pero ya no más...

La mirada seguía fija en Cooger; tenía los labios rosados iracundamente apretados y las mejillas enrojecidas mientras su arritmia y su hiperventilación se convertían en una fuente de coraje desde lo más recóndito de su pecho. Esa sensación tan abrumadora como la adrenalina sin uso que le maltrató, ahora la percibía tras los ojos, todo dentro de su órbita, ante el abrupto estallido de la ira de un hombre amable. Lloraba al darle cara al animal de tal modo, pero esas gotas no eran lágrimas de pena; eran de la rabia absoluta y contenida. El tórax ya no le dolía, no mucho, tampoco temía ante un nuevo efecto que encrespaba sus bellos desde la nuca hasta los muslos como los aguijones de un erizo de mar, y luego, miró a sus afectados compañeros con gesto de tristeza. Consultó su palma derecha, y vio la pastilla, que con ímpetu la apretó al punto del temblor de pulso del que sus uñas clavaron en la palma, haciendo el además de triturarla con nulos resultados, para al final arrojándosela a Cooger en su pecho en estado intacto. Te has pasado de la raya, condenado animal, fueron sus últimas palabras dichas, y abandonó la sala, dando un estruendoso portazo en su camino que le arrebató el suspiro a todos.
Bajó con apresurado interés el elevador pulsando el botón a la planta primera como un condenado impaciente ante la lentitud maquinal. Quería interceptar a Ralsei antes de que fuera demasiado tarde. Tenía que detener su paso; debía hablarle, hacerle saber que su consternación era errónea de su nula debilidad, y no lo contrario que su pena le hacía creer. El infecto lugar del instituto era la falla real de la no se hallaría nunca la paz interior. Todo retazo de fe que pudiera haber sobrevivido entre las infernales terapias, desapareció desde que Ralsei escapó, e igual lo acabó así su estallido de la que no existe una vuelta atrás. Sissel ya no podía regresar a ese lugar nunca más, vaticinando al hecho sobre los claros presagios de las que poco menos que la nada importaban ya. Lo hecho hecho estaba, y dijo lo que debía decir cuando su instinto clamó. Se puede lamentar cuánto quieras, que los platos rotos seguirán estando rotos en el final del arrepentimiento, meditó en descenso.
Con su coraje, el aura perturbadora que impregnaba su mente en las noches solitarias ahora se había disipado. El mundo tomó su color característico incluso en el encierro de la jaula de acero. Los instintos del temor se dispersaron sin más y se perdieron para siempre en el estruendoso grito de la decimonovena planta, más fuerte que el fragor de las armas accionadas que le dio al cruel lobo. Su músculo de bombeo latía con total certeza, y así el miedo perdió relevancia, ante la presencia de la bendita seguridad propia. En aquel análisis del hombre que lo ha experimentado todo en su pequeña mente, que ya no siente pudor ni temor ante el peligro inminente, el reconocible ¡Ding! marcó la apertura, y las puertas se retrajeron en sentidos contrarios. Ya estaba en el lobby del Sky & Crapper, y a diez metros desde la traslucida salida de las puertas de vidrio templado del edificio, Ralsei se hallaba llorando solo y aislado sin un destino en el círculo de la indiferencia que le daba la sociedad, abriendo a caminos inciertos como decaídas sombras homogéneas e ignorantes por igual bajo el haz de sol de atardecer que bañan a toda la moderna ciudad.
El rosapálido caminó a la salida. Sus pasos reverberaban con los rítmicos latidos cardiacos. Su mirada dilatada estaba depositada en su dulce amigo, compartiendo el dolor en su punto de enfoque, y su llanto. Al poner un pie sobre la acera de adoquines, la inmensidad obnubiló pronto a Sissel con visiones de horror y tinieblas: los gigantes de hormigón reflejaban el brillo vespertino en sus espejos, y ello le hacía sentir infinitesimal; los autos con una sempiterna falsa de la del ir y venir adueñaban la remota calzada como un hato de animales enloquecidos tras el volante; y los pasos de seres cansados por una vida sobrellevada que no despega de lo conservador, eran el resto del desafortunado escenario. Pero pronto fue nimio. Caminó, y en un total de veintidós pasos contados por una pizca de hesitación cuando la oportunidad obliga a las decisiones prontas, se acercó al triste caprino, queriendo tocar su hombro con la yema del índice, vacilando lento en su punto como si fuese a dañar una inmaculada poesía recién concebida en pergamino por la bendición de Clío.
Sissel le habló desde su espalda.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ