--Su indecisión le va a alejar de todos como ya lo está haciendo con el señorito. Recuerde: si quiere su vieja vida de regreso, no cuestione ni critique nunca mi integridad ni mis prácticas morales. Solo así tendrá su monotonía de vuelta. Ya lo sabe...

Habiendo dicho eso, acompañó al humano hasta el recibidor, donde él mismo giró la manilla de la puerta, y le abrió para dejarle salir.
Nos vemos mañana, Sr. Sissel, susurró con la horrible sonrisa de rojas comisuras circulares como un par de estrellas flameantes, y cerró suavemente.
La terapia ya había dado por finalizado.

Para Sissel, caminar de regreso a casa fue un trabajoso martirio que le persiguió en carrera: su pecho no había cesado a ese aplastante hormigueo ni un poco desde que dejó el edificio multiservicio, además, ahora debía soportar aquella pugna que le recordaba bajo un ligero rumor amenazante, sobre no discutir ni interferir, ¿y qué pasaba con el sentido común? No la necesitaba para ser un paciente, ni para ser dopado por los fuertes medicamentos. Luego de llegar a su domicilio y forzar a que la calma tomase las sueltas riendas de la incontrolable bestia, la negra tormenta comenzó a cundir, ocultando la luz de su ánimo para traer desesperación al humano. El reloj siguió su curso, y cada vez la línea occidental vislumbraba menos bajo los trazos del crepúsculo vespertino dando un hermoso atardecer semi nublado, y con un sol tan rojo e hirviente como la sangre en el interior de los resentidos y las blasfemias combinadas de las lenguas viperinas. Sissel era uno de ellos. Eras las dieciocho con cuarenta, y el cálido aire era menos que superficial para el ansioso, pues, el frígido sobrecogimiento y su cobarde sudor llenaban a mares sus prendas livianas. La desgraciada ansiedad comenzaba a cebarse en su corazón, y eso crecía exponencialmente. Conocía esa sensación tan disonante por los sentidos que le eran transmitidos. No le gustaba. No le gustaba para nada. Se desplazó con torpeza hasta el velador de su dormitorio, chocando con los muros y rebotando entre paredes para hallar estabilidad tan similar a como los borrachos que han perdido su control motriz. Miserable presa indefensa, atemorizada, débil y achacosa; Sissel el frágil se estaba doblegando, se estaba reduciendo a poco menos que un crío que se refugia en el llanto dentro de su cuarto tras el manto de plumas; el monstruo malo y feo le estaba buscando desde afuera de su morada. El monstruo malo y feo parecía querer comerle.
Llegó al mueble, y jaló con ira y desesperación el cajón donde se localizaba en ansiolítico, tirando todo su contenido sobre el piso flotante de nogal. (Entre eso había una cantidad considerable de bolígrafos baratos, un bloc de notas con unas cuantas hojas garabateadas, baterías alcalinas de doble A, una linterna acodada para los apagones eléctricos, una caja de infaltables aspirinas, y el imprescindible clotiazepam). Sentado sobre sus cuartos traseros tomó la caja del fármaco, la abrió con temblores, retirando la tira en uso, y dejando salir las otras selladas de golpe en el tirón por el nervioso temor de encontrarse con su perseguidor. Pero ya era tarde, tarde para Sissel; la ansiedad ya había irrumpido, y le ha pillado desarmado.
No tiene escapatoria...

Microvibraciones estaban recorriendo su piel húmeda, electrificando los bellos como agujas lacias. El pecho fallaba en la inhalación completa, y las insuflaciones eran apresuradas como si la falta de recuperación fuera ocasionada por una deficiencia cardiopulmonar. El resto de esa tira de pastillas en su mano... una malévola tentación se deslizaba con inconveniencia sobre su baja recepción audiovisual: <<Media pastilla no te serán suficientes. Hay que consumirlas todas y ver si te mueres.>>
Con el filo de su poca cordura, cortó esa descabellada idea de la sobredosis, evitanto así efecto de confusión, la ataxia con algún caso de hipotonía, o depresiones respiratorias. La desechó. Se levantó pronto. Entretanto perdía facultades, fue inmediatamente al fregadero por agua, y al llegar, llenó un vaso hasta el borde, y de un dos por tres se echo los cinco miligramos de pastilla a la boca, y luego tragó el liquido hasta la última gota como un moribundo sediento de esperanzas. Su sofá de tres cuerpos fue su siguiente cobijo, el mismo que nunca reprocha al usuario aun si este optara por la vía libre del exterior y el aire colmado de contaminación urbana. Y otra vez... otra vez un atento observador miraba sus movimientos con detenido interés, anteponiendo su presencia como gélidos toques penumbrosos. Reposaba ahí, en su mente, y en su quebradiza alma mientras los minutos y las horas recorrían su indetenible curso. El medicamento sedativo le tenía anesteciado, cabeceando, casi dormido. Quedaba solo una hora para la media noche. Sissel sabía que la paz había sido llamada por los ángeles, dejando en abandono su vacío reino. El crujir triste, y vago de las cortinas le llenaba de fantásticos terrores nunca antes imaginados en su pasado, ni mucho menos en su presente. Y el visitante estaba ahí; ya había tocado a la puerta, a la puerta de su alma, e ingresado como su única compañía lúgubre. La representación de un cuervo³ de plumas y ojos tan negros como el aceite. Oscuridad, solo oscuridad para él y nada más.
Aquel miedo surreal no le abandonada, ni tampoco se acercaba. La crisis no llegaba a su punto máximo, menos aún llegaría; la droga estaba haciendo su parte del trabajo. Ese miedo solo se limitaba a volar sobre su enfrascado cerebro, y a reposar en alguna columna neuronal bajo la rivera de la noche plutónica, recitando la misma idea surreal con la que atormenta al latente:
<<Nunca más... nunca más... nunca más me alejaré de ti, juguete de los crueles. Adoro verte sentir miedo así como lo sintió ella por los golpes. Por largo tiempo me he alimentado del temor de otros, y ahora tú satisfaces mi deseo eterno. Solo necesito eso para lastimarte; quizá hoy no, pero mañana, pasado, y el siguiente se repetirá. Solo necesito eso, y nada más...>>
La fatiga, la medicación y el cansancio terminaron por dar con acabado tan triste y lastimera jornada en el humano en ese asiento, del que su mente no tomaría asunción de esa derrota: la ilusión de la calma, la paz y el dulce recuerdo de un caprino seguían latiendo en su tibio núcleo como un sopor noble hasta que pronto sea retirado por la dolorosa verdad del pasado...

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3: El cuervo: referencia extraída y usada en párrafo, en homenaje al celebre cuento de terror de Edgar Alan Poe, escrita el 29 de enero de 1845.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Where stories live. Discover now