Capítulo XXXIV

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"Érase una vez una oruga y dos mariposas con heridas demasiado grandes para ser curadas."

Rini


Recuerdo haberme preguntado una vez cómo es que los personajes de las películas de acción podían sangrar tanto. Bromeé con Dimitri sobre el tema y luego papá y mamá nos callaron replicando que todo era ficción.

Que no le tomáramos importancia al tema.

Y eso hice hasta ver el pequeño océano de sangre que se formaba alrededor de Daisy.

Me acuerdo haber gritado que me dejaran ir con ella cuando los paramédicos se la llevaron. Pero mi voz era como un corto soplo de viento en un día de verano.

Insignificante.

Esto era mi culpa.

Daisy estaba herida por protegerme. La chica más ególatra y vanidosa de la academia Abingdon había saltado para defender a una equis que había conocido hace menos de un año.

A mi, la becada. Una chica insulsa y aburrida.

Ella, un hada que desafiaba la gravedad. Carismática y ambiciosa.

Ambas intentando encajar en un mundo que nos estaba haciendo daño.

—Rini, solo dime algo por favor.

Los sonidos me llegaban como si estuviera debajo del agua. Ronan no solía llamarme por mi nombre. La primera vez que lo hizo logró que mi corazón saltará de emoción pura, pero ahora solo lo quería lejos de mí.

¿Cómo detenía esto? ¿Cómo evitaba temblar de miedo ante él cuando quería llorar escondida en su pecho? ¿Cómo?

—Rini, por fav-

—No me toques —solté al ver su mano acercándose a mi brazo.

Giré solo para toparme con su expresión destrozada. Parte de su ceja tenía una gasa que la cubría, supuse que le habían cosido la herida. Su rostro era un mosaico de manchas rojizas y moradas. Sus manos, que habían retrocedido ante mi orden, tenían vendajes con rastros de sangre.

Alain nos estaba observando desde la cama del costado.

Nos separamos en las ambulancias y luego de que determinarán que estaba fuera de peligro, me dejaron en la misma habitación con ellos. Aún no sabía que hacía Alain ahí si no tenía ninguna herida, pero supongo que es más fácil mantener la seguridad si estábamos juntos.

Aún no nos habían dicho nada de Daisy.

La puerta se abrió dejando ingresar la familiar figura de Luciel Lockland. Se cargaba un gesto de cansancio y preocupación que nunca le había visto antes. Era curioso pensar que hace unas horas atrás había estado hablando con él sobre temas triviales.

Camino hacia mí con extrema delicadeza y aun así se mantuvo a una distancia prudente. Alain y Ronan sí se acercaron a él.

—No pueden pedirle declaraciones si no están sus padres presentes Señorita Gallardo, ellos son los únicos que pueden autorizarlo al ser usted una menor de edad. Igualmente los señores Valle-Rojo y Rothschild han decidido declarar bajo mi tutela para evitarle a usted más malos ratos.

Quise brindarles un gesto de agradecimiento pero no me sentía en la capacidad de dárselos. Pregunté lo que me angustiaba.

—¿Cómo está Daisy?

Lockland tomó un respiro y luego me brindó una sonrisa que alumbró un poco la oscuridad en la que me estaba ahogando.

—La señorita Camps ha salido de cirugía. El pronóstico es bastante favorecedor según indican los médicos, asimismo su madre está resguardada por un contingente policial.

CrisálidaWhere stories live. Discover now