Capítulo 42 - Felicidad

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—¡Princesa! —exclamó con mucha alegría apenas la divisó, al estar cerca inmediatamente se abrazaron y se fundieron en sus emociones, cada una alegre, una más o igual que la otra, pero juntas al fin, era como la recompensa después de semejante odisea; sus labios transmitían, claramente, la magnitud de los sentimientos a cada una.

—Dios, Maca, pensé que nunca íbamos a terminar con esto, perdona lo mucho que nos hemos tardado —susurró luego de detener el beso y en medio de un fuerte abrazo.

—¿Qué te voy a estar perdonando? —refutó luego de unos segundos, y se separó del abrazo, pero quedaron frente a frente—. Si más bien tengo es que agradecerte demasiado —con sus dedos acarició la barbilla partida que le encantaba de sobremanera—, actuaron con mucha rapidez y eso es lo que nos tiene juntas ahora que es lo que más ansiaba —explicó sonriente—. Ven, vamos a sentarnos.

Pero antes de comenzar a caminar Bárbara la tomó del brazo y se acercó a ella, no dejando ningún tipo de espacio entre sus bocas y cuerpos, y la besó profundamente demostrando toda la urgencia que le había embargado durante esa etapa tan fuerte.

—Mi amor —habló jadeante, lamentando tener que cortar el contacto—, ¡Cielos!

—Pensé que...

—Vamos a hablar —la interrumpió la rubia—, mis padres, están por llegar. Necesito que estés preparada quiero presentarte. ¡Estoy muy feliz! —lo dejó muy claro con el brinco, moderado, de alegría que dio al recordar tal hecho.

—En cuanto a eso, bebé —su voz dubitativa le encantó a Macarena—, no crees que es muy precipitado, tus padres están saliendo de esto al igual que tú, entonces, vamos a dejar que terminen de celebrar y después lo hacemos, no sientas ninguna presión de mi parte —dijo la morena con algo de aprensión en sus palabras que denotaba temor. Pero fue lo que pensó en el camino hacia el apartamento; sus manos temblaban de nada más pensar que la familia Achaga pudiese renegar o hacerle pasar un mal rato a la rubia tras el impacto de la noticia y no deseaba que nada estropeara la felicidad de su ojiazul, eso y aparte de que la palabra compromiso y la formalidad de conocer a la familia le anudó la garganta.

—Bárbara López, ¿tienes miedo o son ideas mías? —se burló, obvio sabía la respuesta. No la juzgaba, le parecía tierno que se intimidara por su familia y el hecho de asumir su relación ante ellos, pero ella estaba muy clara en su accionar, era solo una formalidad, sabía que contaría con el apoyo de ellos, no obstante, si no fuese así sabía que no dependería de ellos el hecho de ser feliz; le representaban una parte importante, pero ella había decidido por su propia felicidad.

Bárbara suspiró y tomó sus manos.

—Es que temo que ellos puedan reaccionar mal y opacar esa sonrisa tan hermosa que tienes ahora —explicó no mintió, pero omitió información puntual—, has pasado unos días de mucho estrés. Eh —chasqueó su lengua—, no quiero, mejor dicho, lo último que quiero es que te sientas incómoda o triste de nuevo.

¡Por todos los cielos! ¡Cuánto amo a esta mujer!, pensó mientras soltaba el agarre de aquella nerviosa morena y la abrazaba por el cuello.

¡Por todos los cielos! ¡Cuánto amo a esta mujer!, pensó mientras soltaba el agarre de aquella nerviosa morena y la abrazaba por el cuello

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