Capítulo 15:

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Di otra vuelta en mi sitio, antes de escuchar pasos acercándose, resonando sobre el piso de baldosa blanca de la sala de espera del hospital.

Me giré cuando un hombre de mediana edad, cabello rubio y gafas, enfundado en una bata blanca, se detuvo a unos pasos de mí.

— ¿Usted es familiar de Evan Reeve?— inquirió, leyendo algo en la carpeta que traía en las manos.

— Soy su nieta— informé, asintiendo con la cabeza.

Pasaron unos cuántos segundos y el médico no dijo nada, sino que siguió mirando los papeles que sostenía delante de él.

— ¿Cómo está mi abuelo?— inquirí, comenzando a desesperarme.

— El señor Reeve sufrió daño cerebral masivo, señorita— dijo entonces, directo al punto.

Fruncí el ceño, algo confundida.

Vale, la parte de daño cerebral masivo, la entendía, era algo malo, pero necesitaba saber con exactitud lo que ocurría.

Como si el doctor pudiera leer mi expresión, siguió hablando.

— De un momento a otro, sus conectores neuronales dejaron de cumplir sus funciones, y quedó en un estado que se conoce generalmente como, vegetal. El daño se expandió, haciendo que sus pulmones y corazón dejaran de funcionar seguido de esto; por eso fue el paro cardiorrespiratorio— explicó fluidamente, y por increíble que parezca, yo estaba comprendiendo todo a la perfección.

Entonces el hombre me miró con aire de tristeza y seriedad.

¿Por qué no seguía diciéndome lo que pasaba? Imaginé que en ese momento vendría la parte de: "lo único que nos queda es esperar"; "ahora todo depende de él". Pero esas palabras nunca llegaron, sino que fueron sustituidas por unas mucho peores.

— Lo siento, señorita Reeve, pero su abuelo falleció.

El mundo a mí alrededor se detuvo, cortando de paso mi respiración. Un extraño pitido comenzó a extenderse por mis oídos, aunque yo estaba segura de que solamente yo podía escucharlo. Entré en algo parecido a un trance, uno en el que todo lo que me rodeaba parecía lejano; uno en el que yo parecía ida de mi propio cuerpo.

Creo que escuché a lo lejos al doctor articular un último lo siento, antes de dar la vuelta e irse pasillo arriba otra vez. Caminé dando pasos torpes hasta los asientos de plástico del área de espera, en la sala de urgencias del hospital. Me senté con movimientos automáticos, como si fuera un robot. Entonces, y sólo entonces, el llanto, la tristeza, y la ira por no haber estado junto a mi abuelo en sus últimos momentos, me invadió en forma de llanto.

Las lágrimas comenzaron a caer, mientras que yo me sostenía el pecho, intentando aplacar de alguna manera, todo el dolor que sentía. Nada podía calmarlo, porque en mi corazón se había abierto una grieta tan enorme, que nada podía llenar ese espacio, lo único que podía hacer era llorar.

Después de unos minutos en los que lo único que hice fue llorar desconsoladamente en esa vacía sala, impregnada con olor a desinfectantes, pasos apresurados resonaban por el pasillo, acercándose a donde estaba. Carla, Ari, Jace, Jed y Lilly —quien estaba ahí también por alguna razón—, entraron en la sala de espera a paso veloz, casi corriendo.

La primera en verme fue Carla, quien corrió —literalmente— hasta mí.

— ¿Jade?— llamó, agachándose para quedar a mi altura—. ¿Jade qué pasa? ¿Qué tienes?— preguntó apresuradamente, muy preocupada.

Jace vino hasta nosotras y la apartó con delicadeza para tomar su posición.

— Hermanita, ¿qué pasa?— inquirió con voz suave, poniendo sus manos sobre mis rodillas—. ¿Dónde está el abuelo?

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