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El día del baile Caleb visitó la casa de Jared. Sally, al ver al adolescente en la puerta después de tantos años, no pudo evitar bombardearlo de preguntas y rodearlo con los brazos. El pelinegro bajó las escaleras, separándolos con amabilidad mientras se disculpaba con su amigo.

     —No te preocupes —Él le restó importancia y sonrió—. Yo también la eché de menos, Sally. La próxima vez vendré con mamá.

     Conforme con la respuesta, la mujer los dejó ir. Ambos subieron las escaleras para dirigirse al nuevo dormitorio de Jared: una habitación un poco más pequeña de paredes color celeste pastel, con una ventana de marco blanco y algunos muebles a juego. La brisa que agitaba las cortinas brindó al lugar de una mezcla de calidez y paz.

     Jared quitó la ropa de una silla y la colocó cerca de la cama, luego invitó a Caleb a tomar asiento, este eligió la primera.

     —Lindo cuarto —comentó el rubio, mientras Jared respondía un mensaje con los hombros ligeramente tensos—, ¿estás bien?

     —Ajá, es más pequeño pero me gusta —respondió con vaguedad—. No, deja. No es nada.

     —Vamos, escúpelo. —Caleb chasqueó la lengua—. Soy tu mejor amigo.

     A punta de suplicas y hacer pucheros, logró convencerlo de hablar al respecto:

     —Pensé en cómo cambió mi vida, la apuesta, ser descubierto, ir a terapia y mudarme con mamá... —enumeró—. Estoy nervioso sobre si llevar a Félix al baile, digo, no sé si soy lo suficientemente bueno para él.

     Caleb apoyó la barbilla en el respaldar de la silla, observando como el pelinegro era una bola de nervios. Intentó golpear al adolescente frente a él, quien seguía sentado al borde de la cama, pero este lo esquivó.

     —A veces eres un poco tonto —comentó el rubio—. Si, fuiste el rey de los idiotas, pero te disculpaste y lo probaste con tus acciones.

     —Gracias Cal. —Jared sonrió— ¿Cuándo fue la última vez que hablamos así?

     —No lo sé, no estamos acostumbrados a hablar sobre sentimientos, universidad, cosas... —admitió Caleb.

     —Creo que después de los catorce dejamos de hablar o vernos muy seguido.

     —Eh... solo fueron reunirnos a fiesta, cubrirnos entre nosotros...

     Decidieron guardan silencio por unos segundos, saboreando esa complicidad.

     —Sí, tengo muchas cosas que contarte —Jared levantó el mentón, embozando una sonrisa sincera.


En la noche Jared se dirigió a la casa de Félix en el auto y tocó la puerta, sintiéndose nervioso al respecto. Fue Arthur quien abrió la puerta en lugar de su hijo porque este luchaba de nuevo con enderezar la corbata. En respuesta, retrocedió unos pasos de la impresión de ser recibido por su suegro.

      —Ah, hola señor —saludó—. Vine por Félix.

     —Pasa.

     —Lo siento, estaba terminando de vestirme —El aludido apareció justo detrás de su padre.

     El pelinegro entró a la casa y saludó al resto de la familia, entre ellos a los curiosos hermanos menores de su novio. Se acercó a Félix, en su mano izquierda traía consigo una bandeja de plástico que contenía la clásica rosa blanca.

     —¿Puedo? —preguntó el joven.

     —Ajá —respondió Jared.

     El castaño abrió la caja con cuidado y con delicadeza colocó la flor en la solapa del traje de su novio, quien luego hizo lo mismo. En tanto, Sam y Natalie observaban la escena romántica desde la entrada del pasillo con una mezcla de felicidad por su hermano mayor pero a la vez de intriga porque nunca imaginaron que a él le gustaría un "chico malo".

Rompimos la tramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora