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El jueves por la tarde Jared se detuvo frente a la casa de Félix y envió un mensaje para avisar que ya estaba ahí. Giraba sobre si mismo, impaciente, cuando le pareció ver una figura conocida caminando en la vereda de enfrente. Sin embargo, perdió la oportunidad de distinguirla ya que su teléfono se cayó del bolsillo de su chaqueta de cuero.

    —No será... —soltó en un pequeño murmullo, pensativo.

    Apenas se incorporó, examinó la calle con curiosidad, pero no había nadie que le resultara conocido. Probablemente esa persona ya se estaría demasiado lejos como para encontrarla.

    Limpió la funda gris de su teléfono con la remera azul y buscó un número entre sus contactos. Apretó el botón de llamar sin dejar de mover los pies. Cuando lo atendió el buzón de voz tras varios segundos de espera, se dispuso guardarlo en su bolsillo, pero fue entonces que este comenzó a vibrar.

    —¿Mamá?

    —¿Jared?

    La voz de su madre hizo que el tiempo se detuviera pero el sonido del picaporte lo obligó a cortar. Giró su cabeza, frente a él estaba su escritor favorito en carne y hueso, con una sonrisa dibujada en su rostro.

    —Eres el amigo de Félix, ¿no? —preguntó Arthur, deslizándose unos pasos al costado para dejarlo pasar.

    —¿Qué? Sí, soy Jared —dijo. Tardó unos segundos en reaccionar.

    —Entra —insistió él—, Félix está terminando de cambiarse.­

    Ingresó a la casa a pasos lentos, torpes, casi como si sus articulaciones fuesen de mental oxidado. Esperó al castaño en la sala de estar, con las piernas ligeramente abiertas y con las manos juntas, sin dejar de mover los dedos de los pies.

    Félix entró a la sala sin hacer ruido, embozó una sonrisa al divisarlo tan concentrado en sus pensamientos. Se acercó al sillón desde la parte atrás y se inclinó hacia adelante, acortando la distancia entre ellos.

    —¿Quieres un autógrafo de mí padre? —bromeó Félix.

    —¡Mierda! —Jared se estremeció al sentir un ligero cosquilleo en su cuello, sobresaltado—. ¿Qué? No, gracias, creo. Yo no, si me gustaría es mi autor favorito pero recién nos conocemos y... no importa.

    Félix negó con la cabeza, como si el otro no tuviera remedio.

    —Hay que irnos —dijo, incorporándose del sillón.

    Decidieron dirigirse a la clínica en taxi. Apenas llegaron, él observó cómo pelinegro era llamado por secretaria y le dio una serie de instrucciones. Aguardó en las sillas al lado de consultorio a que lo recibieran.

    Cuando la psicóloga llamó a Jared, este echó un vistazo por encima del hombro al castaño antes entrar y cerró la puerta tras de sí. Apenas escuchó el sonido de la cerradura y soló el picaporte supo que estaba solo, examinó el entorno: la estancia era color gris con unos panales de madera en la mitad inferior. Había un sofá, un escritorio de madera oscura junto a dos sillas con almohadas. Además del otro lado del mueble se encontraba la psicóloga, quien le dedicó una sonrisa.

    —Eres Jared, ¿verdad? —preguntó—. Siéntate donde quieras.

    —No, prefiero la silla —Se acercó nervioso, arrastrando los pies.

    El adolescente tomó asiento y comenzó a observar los objetos del escritorio en un gesto nervioso: se dio cuenta que había muchas fotografías familiares y no pudo evitar levantar ligeramente las comisuras de los labios.

Rompimos la tramaWhere stories live. Discover now