12. Mente en blanco

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Narra Caroline

Había pasado una semana desde que salí del hospital.

Estaba en una habitación exageradamente grande y no había salido de esta en todo el tiempo que llevaba en la casa.

Una chica que apenas cruzaba palabras conmigo, me traía todas las comidas y cosa que necesitara, en la habitación había un baño, así que no podía salir bajo esa excusa, no tenía teléfono, ya que Ernesto no me lo había devuelto desde aquella vez que me lo había incautado porque supuestamente debía reposar.

Ese fue el último día que lo vi, justo hace una semana, cuando me sugirió que si quería relacionarme con el ambiente de afuera podría asomarme por el balcón de la habitación.

Eso y los libros se habían convertido en mi único entretenimiento. Era como estar secuestrada pero bien cuidada.

Cuando salía a sentarme en el balcón por las mañanas, solía ver al jardinero que amablemente me saludaba y a dos gorilas vestidos de negro que siempre estaban vigilando la zona y no entendía porqué tanta zozobra.

Había intentado salir de aquella habitación pero siempre me dejaban encerrada sin posibilidad de salir y desconocía la razón. Por la distancia entre el suelo y el balcón, calculaba que yo me encontraba en el tercer piso. Así que la idea de escapar por allí, estaba completamente descartada.

Extrañaba a Caitlyn, estos días me sirvieron para darme cuenta de que en verdad había sido una perra con ella que era la única que me había ayudado en este proceso o al menos, lo había intentado. Quería verla y disculparme con ella pero empezaba a dudar si pronto podría verla.

Calculaba que eran las seis de la tarde, imaginaba que Ernesto no estaba en casa pero no tenía forma de saberlo, ya que nunca lo veía.

Decidida a intentar salir de allí una vez más, me acerqué a la puerta y giré el picaporte. Realmente me sorprendió que este abriera, pero la puerta comenzó a ser empujada y yo no era la causa, así que por acto de reflejo, retrocedí unos pasos evitando que la madera me golpeara.

— Caroline... ¿Ibas a algún lado? — La figura imponente y masculina de Ernesto apareció frente a mí, perfectamente peinado, enfundado en un traje azul oscuro, camisa blanca, corbata negra y zapatos del mismo color.

En su mano derecha llevaba un portatraje que enseguida captó mi atención y me sacudió la curiosidad.

— Ehh... no. — Respondí observándolo y tratando de adivinar hacia dónde iba él. — ¿Y tú vas hacia algún lado? — Me atreví a preguntar y señalé el objeto en su mano.

— Voy a una fiesta. — Sonrió y levantó el portatraje, ofreciéndomelo. — Y tú vienes conmigo, si quieres.

— ¿Yo? — Él asintió en respuesta y me animó a tomar la funda, la cual acepté dudosa. — ¿Y dónde es exactamente?

La idea no me agradaba pero era mejor que estar encerrada y sola.

— Es aquí mismo, en la casa. Y no te preocupes que, para ti no habrá alcohol. — Acercó sus manos hasta mi panza, la acarició levemente y luego sonreí.

Yo me sentí algo incómoda pero tan pronto cómo él acercó sus manos, las apartó.

— La fiesta iniciará dentro de una hora y Marian vendrá a ayudarte enseguida, mientras puedes ir probándolo. — Señaló el traje en mis manos y yo lo observé durante unos segundos intentando adivinar qué era exactamente. Para cuando volví a levantar la mirada, Ernesto ya no estaba.

Me atemorizaba quedarme encerrada otra vez, así que sólo entrecerré la puerta, además la tal Marian podría llegar en cualquier momento.

Me dirigí hasta la cama y coloqué la funda sobre la cama, bajé el cierre y pude apreciar un hermoso vestido azul, justo del mismo tono que el traje de Ernesto.

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