10. Resignarse a la vida

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Narra Caitlyn

— Déjame aquí papá. — Le pedí al pasar por el frente del vecindario de William.

— ¿Estás segura? — Inquirió dudoso. — Ya es de noche y puede ser peligroso.

— Es zona de ricos papá, no me sucederá nada.

— Bueno. — Aceptó resignado y aparcó el coche cerca de la entrada. — Cuídate y me llamas cualquier cosa.

— Sí papá. — Besé su mejilla y me salí del coche.

Al llegar al portal, un hombre más o menos alto, me pidió alguna identificación con desgano, yo se la di de igual forma y luego me dejó pasar.

Toda la calle estaba desolada, sólo algunas bombillas se mantenían encendidas y daba un poco de miedo así que apuré el paso.

Caminé una cinco cuadras hasta llegar a la casa de William, entré al jardín y caminé hacia la puerta principal, donde había una única luz iluminando el lugar.

Toqué el timbre, varias veces, quería que el muy cabrón se despertara, ¡¿Quién diablos se duerme a las ocho de la noche?!

— ¿En qué le puedo ayudar? — Una chica baja, que reconocí como la empleada doméstica, me abrió la puerta con cara de pocos amigos.

— Vengo a ver a William. — Me crucé de brazos observándola.

— El joven William está dormido, como todos, debería irse a su casa señorita. — Me respondió con aires de grandeza y eso me molestó.

— Pues fíjate que no me voy de aquí sin hablar con "el joven William". — Hice comillas con los dedos al mencionar la última frase e hice también una mueca.

— Si no te vas buscona, llamaré a la policía, ¿cómo ves? — Levantó la barbilla intentando parecer altanera, pero lo que parecía era una payasa.

— ¿Me llamaste buscona mucama? — Ella entrecerró los ojos con aparente enojo, pero yo no me iba a dejar insultar por esa enana.

— Te llamé como eres, zorra. — Su expresión al enojarse no hizo más que dirvertirme.

— Ay, ¿se te entró el espíritu de chucky sirvienta? Estoy segura que esa es la cara que pones mientras espías a William desnudo. — Me burlé de ella.

Saqué mi teléfono rápidamente de mi bolso y le tomé una foto. Observé la imagen con burla y se la mostré.

— Dámela idiota. — Ella con su poco tamaño intentaba quitarme el teléfono de la mano, pero yo levanté mi brazo en el aire, dificultando aún más su tarea.

Se abalanzó sobre mí y casi me caigo pero luego recobré el equilibrio y me mantuve en pie con la enana intentando arrebatarme el teléfono.

— ¿No quieres que le muestre a tu jefe tu cara cuando piensas en él y te tocas? — Me burlé de ella nuevamente y me reía porque parecía un mono intentando treparme.

— ¿Qué está pasando aquí? — Mi vista viajó hacia la puerta donde estaba William con una taza en la mano. De pronto toda mi risa desapareció y me recorrió la ira.

Quité a la enana de mí y me acerqué hasta él señalándolo con la mano en la que llevaba mi teléfono.

— Tú, rubio imbécil. — A medida que yo avanzaba hacia él, él retrocedía hacia a la casa. — Por tu culpa Caroline se irá. — Lo acusé y él pareció sorprenderse.

— ¿Caroline se va? ¿Por qué? ¿A dónde? — Sus preguntas solo hicieron que mi ira aumentara más.

— ¡No te hagas el idiota! Le escribiste que era una puta y que ese bebé no era tuyo después de que me dijiste que estabas enamorado.

DisforiaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt