Capítulo 26

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Killian Pimentel

Camino con nerviosismo por mi habitación mientras espero que el reloj marque la ansiada hora a la que Zaid pasaría a buscarme. Odio esto. Odio ser tan transparente, dejar que las cosas se me noten tanto, no saber ocultar nada.

—¿Qué tal si te sientas y te relajas? —sugiere mi madre, mirándome con diversión desde la puerta.

Quanto tempo sei stato qui? —inquirí, frunciendo ligeramente mi ceño.

—El suficiente como para notarte nervioso por tener una cita —rió negando con la cabeza—. Despreocúpate, Killian, solo es Zaid.

Solo es Zaid.

Me reí, por supuesto que lo hice, la verdad es que el asunto era muy gracioso. Yo había dado la idea de la cita, él solo me estaba complaciendo.

¿Estaría Zaid tan nervioso como yo?

No, probablemente no. Conociéndole.... Seguro que ni siquiera le estaba dando demasiada importancia.

Questo è il problema —suspiré, aguantándome las ganas de pasar mis dedos por el cabello para no despeinarme. Porque si, me había peinado como rara vez hacía—, se trata de Zaid.

—Aw, mi niñito está enamorado —se acerca hasta mi para poder apretarme las mejillas.

Mamá y sus manías...

Intento no sonrojarme ni poner los ojos en blanco con fingida molestia, lo primero le causaría más ternura y sería excusa para volver a repetir la acción, lo segundo le molestaría.

Y mi madre enojada no está en mi lista de cosas favoritas.

Que mi teléfono móvil vibre en el bolsillo de mi pantalón es la excusa perfecta para besar su mejilla de forma ruidosa y salir de la habitación casi corriendo, no por estar ansioso y verme como un desesperado (que también) sino porque no necesitaba escuchar a la señora D'Altrui darme una charla sobre lo que hacer en la cita... O mejor dicho, después de ella.

A mi padre no lo pillo por el camino así que es la excusa perfecta para no darle explicaciones, mi madre le contaría el chisme más tarde, exagerándolo todo como solían hacer las madres.

—Buenas noches, mimado. —Zaid sonríe de esa forma que nos derrite a todos y yo me obligo a mantener la postura y no arrodillarme allí mismo.

—Hola, pesado —saludo, acercándome para besar su mejilla.

Su mano me agarra la mandíbula antes de que mis labios presionen su piel, en cualquier otra ocasión me enojaría pero esa vez no lo hice, me lo compensó cuando dejó un casto beso en mis labios. Uno que me dejó sonriente por el resto de la noche.

Intenté no hacer preguntas de a dónde iríamos porque sabía que Zaid no me respondería, me conformaba con que su mano derecha estuviera en mi rodilla y se deslizara por mi pierna de vez en cuando.

—Vaya, es un restaurante —murmuré, mirando por la ventanilla el exterior—. Es uno de tus restaurantes.

—Lo es —asintió, abriendo la puerta del coche para salir de este, yo imité su acción con una sonrisa en los labios. Supongo que estaba siendo demasiado obvio—. Tiene las mejores vistas al mar que te puedes encontrar en toda la ciudad, también es una zona en donde el cielo suele estar despejado así que las estrellas brillarán sobre nosotros mientras cenamos.

—No me puedo creer que hayas pensado en esto, Zaid —suspiré embobado—. Creo que te subestimé.

Él hizo una mueca al tiempo que posaba su mano en mi espalda baja y me guiaba, entramos al restaurante para después salir por la puerta trasera, en donde estaba la zona exclusiva para comer en el exterior.

—¡Esto es una pasada! —chillo, inevitablemente.

—Lo sé, ya me agradecerás más tarde —sonríe de forma ladeada, indicándome que tome asiento.

La comida era una verdadera delicia, disque de un tal David Muñoz, un cocinero español que Zaid había conocido en uno de sus viajes a España. Le agradezco al de arriba por eso.

¿Ya había mencionado antes que a Zaid se le marca demasiado el acento español cuando está con gente de su tierra? ¿No? Pues lo digo ahora, es una fantasía oírlo hablar.

—¿Te ha gustado la velada?

—Desde luego que si, la comida estaba exquisita y la compañía estoy seguro de que también lo estará —me relamí los labios con descaro, me miró con picardía ante la acción pero no dijo nada al respecto—. Tengo que admitir que tu acento me puso cachondo.

—Me pasa lo mismo cuando hablas italiano, mimado —tomó mi mano sobre la mesa—. Haces que me ponga tan duro.

Sei serio?

—Si, no me provoques —siseó entre dientes, haciéndome reír.

—No aguantas nada...

—Lo dice el que después del tercer orgasmo no puede levantarse de la cama —se burló.

—¡Oye! —protesté—. Eso es privado... —hice un puchero mirando alrededor, asegurándome de que no había nadie cerca, él se carcajeó ante mi acción. Odiaba su manía de reírse de mi—. Eres un pesado.

—Y tú un niño mimado.

Puse los ojos en blanco, el apodo ya me estaba empezando a gustar y más si lo decía con esa entonación... Sacudí mi cabeza, alejando los pensamientos de esta para centrarme en lo que realmente quería decir.

—Antes de que esto se termine quiero pedirte algo —remojé mis labios, de nuevo, al sentir mi boca más seca que nunca.

Nervios, no me molestéis ahora...

Enarcó una ceja, curioso, y asintió para que yo siguiera hablando.

—Vuoi essere il mio ragazzo?

Mierda. Me había salido en italiano.

Cazzo di nervi...

—Pensé que me tocaría a mi hacer esa pregunta —fue su momento de relamerse los labios, detestaba que lo hiciera de una forma tan sensual—. Si, Killian, quiero ser tu novio.

—¡Oh, Dios mío! ¡Dijiste que si!

—¿Preferías que dijera que no? —se burló.

—No, no, no... Prefería que me besaras —admití, soltando una risa—. Cosa aspetti a baciarmi?

Se inclina sobre la mesa, sin importar que derrame su copa de vino sobre el mantel, y me besa con ganas. Los mejores besos siempre eran esos en donde quedaban los labios hinchados y la boca ensalivada. Y Zaid tenía una ligera manía con besarme de esa forma que tanto me gustaba.

ZallianWhere stories live. Discover now