Capítulo 25

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Zaid Vélez

Haberle confesado mis sentimientos no cambia nada, en parte agradezco eso, no quería una actitud cambiante solo porque ahora sepamos lo que sentimos. Aunque creo que no era un secreto a voces para nadie, el amor estaba en el aire, ¿no?

Aunque la gente pensara que solo se trataba de una estrategia de marketing... No sé de donde sacaban eso, éramos bastante profesionales en el trabajo, fuera de este nos comportábamos como cualquier pareja. ¿Cual era la necesidad de tener que hacer publicidad con lo nuestro? Era una idea verdaderamente ridícula y más si tenemos en cuenta de quién somos hijos.

—Oye, ahora que lo pienso —la voz de Killian me sacó de mis pensamientos para centrarme en él—, nunca hemos tenido una cita.

—Claro que hemos tenido citas —bufé en descuerdo.

Creo que las hemos tenido...

Las hemos tenido, ¿verdad?

—No, no las hemos tenido —frunció su ceño, mirándome con completa indignación.

—Las hemos tenido —rebatí—. Salimos de fiesta juntos, cenamos juntos, ahora estamos desayunando juntos...

—¡Eso no son citas! —se escandalizó—. Simplemente son cosas que hacen los amigos.

—Los amigos no follan después de cenar, mimado —señalé, con una sonrisa torcida en mis labios.

Ver sus mejillas sonrojarse ante mis palabras fue todo lo que quería y necesitaba.

—Eres un caso...

—Te encanta este caso —le guiñé un ojo, llevando la mano a mi bolsillo para sacar la cartera.

Killian se percató de mi acción y no tardó en imitarla, sacando él la suya y dejando un par de billetes sobre la mesa. Puse mi expresión más aburrida, el mimado me devolvió una reluciente sonrisa de satisfacción.

—Detesto que siempre quieras pagar tú —me hizo saber.

—Eres un niño mimado que está acostumbrado a hacer siempre lo que le plazca, ¿no es así?

—Tú también lo eres —bufó, cruzándose de brazos sobre la mesa—. Has tenido también siempre lo que has querido y no te han limitado nunca para hacer nada, te han criado con mucha libertad.

—Lo soy —sonreí de forma socarrona—, pero yo lo disimulo más.

Miré el reloj que mi padre me había regalado por mi cumpleaños, ya era una manía desde que cumplí los quince, y me di cuenta que había pasado más tiempo del permitido con Killian. Me levanté, alisando con mis manos mi camisa, dándole una mirada al joven que estaba sentado frente a mi.

—Tengo que irme, algunos somos responsables y trabajamos —me burlé—. Ponte guapo para las nueve, pasaré a recogerte a tu casa.

—No quiero que tú me pases a recoger, ¿no puedo pasar yo a por ti? —refunfuñó, como de costumbre.

—No, esta noche no.

—¿Será una cita? —cuestionó, casi en un susurro, como si hacer la pregunta le ocasiona vergüenza.

—¿Qué? —alcé mis cejas, lo había escuchado a la perfección pero tenía la necesidad de que me lo repitiera.

Aclaró su garganta al tiempo que se removía un tanto incómodo en su asiento.

—¿Será una cita?

—¿Quieres que lo sea, mimado? —inquirí, sonriente. Él asintió ligeramente dándome una respuesta que yo ya sabía—. Será una cita.

Me incliné para besar su mejilla, por lo general era él quien me solía besar a mi dicha parte del cuerpo, creo que ya se me estaban empezando a pegar sus costumbres.

Salí de allí antes de que cualquiera de los dos dijera alguna estupidez más. No sé qué tenía en mente al decirle que sería una cita, creo que lo romántico no era mi punto fuerte, necesitaba pedirle consejo a alguien que supiera del tema para no quedar como un pringado.

¿Y que magnate era el indicado para eso?

Claramente, De Jesús.

—A ver si lo entiendo... —se pellizcó el puente de la nariz—. ¿Has venido a verme por que necesitas consejos para una cita?

—Exacto —asentí.

—¿Por qué no se los has pedido a tu padre? —cuestionó, pero de inmediato sacudió la cabeza—. Vale, no habría sido una muy buena idea... Y está bien que me lo preguntes, yo también tengo un hijo que en algún momento me pedirá consejos, ¿no? Supongo que puedo practicar contigo.

—Que majo —me mofé—. Ahora dime, necesito que sea algo romántico...

—La playa —no lo dudó—. Keshia y yo tuvimos nuestra primera cita en la playa.

—Ya, pero fue en Grecia, no me cunde ir hasta allí para tener una cita.

—No seas tonto, ya te estás pareciendo a tu padre —gruñó por lo bajo—. Aquí hay playas, si mal no recuerdo estás trabajando en una cadena de restaurantes... Busca uno con vistas al mar, quedará una velada muy hermosa, si puede ser donde el cielo esté despejado para disfrutar de las estrellas.

—Esa idea me gusta —admití—. ¿Tengo que poner rosas, velas y esas pijerías?

—Solo si tú quieres, Zaid —puso los ojos en blanco—. Mejor no, no te molestes. Intenta que sea un rato agradable y romántico, los jóvenes de hoy en día soléis ser bastante brutos en las citas.

—La mayor parte de los jóvenes de hoy en día no tenemos citas, por si no lo has notado —suspiré—. Lo que pasa es que hay cierto niño mimado chapado a la antigua que insiste por una cita, no soy quien de rechazar tal propuesta.

Lo escucho reírse y sé que no es una risa burlona ni nada por el estilo, eso me agrada, si no fuera así iba a reclamarle.

—Bueno, cuéstame, ¿cómo está Diego? —cuestioné, preguntándole por su hijo mayor, se le iluminó la mirada nada más escucharme y no tardó demasiado en comenzar a parlotear sobre este.

Al parecer los magnates tenían todos una misma debilidad, a parte de sus mujeres, y esa era sus hijos. Si, sin duda éramos unos privilegiados por ser hijos de ellos.

Papá, espero que tú hables de mi cosas tan bonitas como los demás magnates hablan de sus hijos, eh.

ZallianWhere stories live. Discover now