Capítulo 47 | Miedos

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GRACE

La primera vez que despertó, lo hizo en los brazos de Connor. Grace sintió la calidez de su cuerpo albergarla y el olor a sándalo colmar de nuevo los retazos de la ansiedad que aún recorría sus venas. Apenas fueron unos minutos de conciencia, antes de sucumbir de nuevo al sueño y la seguridad de tenerle a su lado.

La segunda vez, despertó en la cama, somnolienta. La luz cálida del atardecer entraba entrecortada tras las cortinas. Respiró hondo, en calma, e inconscientemente buscó la presencia de Connor junto a ella. Le encontró sentado en un sillón a su lado, completamente dormido. Aún tardó unos segundos en darse cuenta de que su mano se encontraba sobre la de ella, acariciando sus dedos.

Grace apartó la mano de él y experimentó un inexplicable vacío acomodarse en su pecho. Se quitó con cuidado el suero intravenoso de la mano, consciente de que aquel extraño letargo se debía a los ansiolíticos que seguramente le habían administrado, y se levantó en completo silencio.

Encontró junto a la cama una bolsa de deporte, donde identificó las pocas pertenencias que tenía. Sus objetos personales, un pedazo del poco hogar que le quedaba. No se atrevió a indagar en la caja de sus recuerdos, a mirar las fotografías de diecisiete años de mentira.

En su lugar, indagó en el rostro exhausto de Connor, en sus pestañas oscuras y largas, sobre unos ojos cerrados. En su respiración acompasada y en los golpes que mostraban sus mejillas. En el músculo de su cuello, latente. Casi pudo percibir sus pulsaciones, el borboteo de su sangre recorrer sus venas.

Una sensación avasalladora le golpeó las entrañas con fiereza y las palabras de su más profunda conciencia se hicieron presentes.

Muérdele, Grace.

—¿Qué? —Grace susurró, apenas en un suspiro.

Muérdele, es tuyo. Muérdele.

Retrocedió con torpeza, cogió sus cosas y en un arrebato se metió en el baño cerrando la puerta de un golpe, asustada. Se encerró allí dentro y trató de respirar hondo. El corazón le latía con violencia, su vientre se tensaba y sus instintos más primitivos latían.

Sentía pulsaciones reales, en su pecho, sus colmillos y en...

—¿Grace? —la voz de Connor, alterada, le llegó tras la puerta—. ¿Qué haces?

—Estoy... bien —respondió, entrecortada. La voz no le pareció suya.

—¿Por qué te encierras? —Connor se asustó, las manos le temblaron cuando intentó abrir la puerta, sin éxito—. Ábreme.

—¡NO! —le espetó, alterada, tratando de pensar. Se abrazó a la bolsa de deporte con fuerza—. Estoy bien. Voy a ducharme.

—Vale... —Connor trató de calmarse—. Pero quita el cerrojo, por favor.

Muérdele, muérdele, muérdele, Grace.

—Es mejor que no lo haga —murmuró, para sí misma.

—¿Qué?

—Que no voy a discutir contigo, Connor Blackwood —dijo, con toda la entereza que pudo—. Salgo en un rato.

Un minuto después y el agua fría caía sobre ella como un bálsamo. Su cuerpo se encontraba adolorido, entumecido e increíblemente tenso. Todos sus músculos estaban agarrotados. Apoyó la frente en los azulejos y se relajó.

Ella no quería morderle.

No quería.

Ella, de hecho, le odiaba.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora