Capítulo 20 | Cuando seas mía

6.1K 871 283
                                    

GRACE

El apartamento de soltero de Connor Blackwood estaba completamente destrozado. Y la culpable de ese destrozo había sido Grace. Nada más poner un pie en ese lujoso loft, se volvió un huracán fuera de control. Intentó escaparse de todas las formas posibles, sin éxito. Intentó enfrentarse a Connor Blackwood y pegarle, sin éxito. Y en ese interludio, Grace le lanzó todo lo que encontraba a su paso, utilizando su cabeza como diana. Sin éxito.

Connor tuvo que encerrar a Grace en una de las habitaciones de su apartamento y obligarse a esperar pacientemente a que se tranquilizase. De eso hacía ya mucho tiempo. Grace se había atrincherado allí dentro y permanecía sentada en el hueco entre la cama y la pared, en el suelo, mirando fijamente a la puerta. Del cansancio, se quedó dormida o inconsciente durante algunos minutos u horas, no estaba segura, pero al despertar la ansiedad volvió a inundarla por completo.

Para su sorpresa, nada ni nadie había roto aquella extraña calma ni tampoco su sueño. Connor Blackwood no la había forzado, ni esposado, ni llamado al resto de miembros de La Hermandad para detenerla de verdad. Increíblemente, tan solo la había dejado allí. Y cuando pensaba que la había dejado sola no solo en esa habitación, sino en todo el apartamento, llamaron a la puerta. Ella no contestó. Se tensó, preparada para saltar ante cualquier peligro.

—Señorita —fue un submís el que abrió la puerta al cabo de largos instantes, inclinando ligeramente la cabeza en un respetuoso saludo—. El señor Blackwood la espera para desayunar. Puede ducharse y vestirse, hemos encontrado algo de ropa de la señorita Blackwood que pensamos que puede servirle. Aquí tiene.

El submís dejó unas prendas en la cómoda y con un suave gesto de despedida, volvió a desaparecer tras la puerta, cerrándola a sus espaldas. El corazón de Grace se aceleró de forma inquietante. Supuso que Connor Blackwood tenía una mujer, una prometida o al menos, una novia que ya llevaba sus apellidos. Una pareja. Una Nalla.  Y ella iba a tener que ponerse su ropa. No supo por qué algo así la sorprendía, ese hombre no era mejor que el resto de los miembros de La Hermandad. Sus ojos se nublaron un instante y cuando Grace quiso darse cuenta, tenía los nudillos blancos de agarrar la bajera del edredón de esa cama. Maldita sea.

Grace tardó unos minutos en decidirse a levantarse y dirigirse al baño integrado en la habitación, tras una cristalera de vidrio. Se sentía entumecida de permanecer tantas horas sentada en la misma posición. Estaba cansada y tenía demasiada hambre. Así que, de nuevo, se vio cediendo a los deseos de Connor Blackwood y se metió en la ducha. Su cuerpo agradeció el agua fría al instante, reparadora, y no solo porque le ayudaría a despertarse, sino porque desde aquella madrugada el deseo que nacía de sus entrañas era demoledor. Después de horas, la humedad y palpitación que sentía en ella no había remitido. Ni siquiera un ápice.

Esa sensación tan primitiva y avasalladora era totalmente nueva para ella. Grace no era una mojigata, había sentido deseo y atracción en otras ocasiones en su vida, pero nunca había sido así. Nunca hasta el punto de perder el control y dejar que alguien traspasara ciertas barreras. Recordaba con cierta vergüenza el momento en el que Connor introdujo sus dedos en ella, hasta el fondo, sin previo aviso, traspasando esa cierta barrera. Recordaba el relámpago de dolor que cruzó su cuerpo en ese instante... y también el placer, el anhelo en lo más profundo de ella, exigiéndole llenar un vacío que no sabía que existía.

Grace no era virgen por ser tímida o tradicional. Tampoco se avergonzaba de ello. Nunca había permitido a nadie traspasar ciertas barreras porque nunca había confiado en nadie. Había pasado demasiados años en orfanatos, casas de acogida, las calles... visto demasiadas cosas en su entorno como para saber que una mujer no podía mostrarse vulnerable a la ligera. Y más allá de todo eso, nunca, jamás, había experimentado una atracción similar a la que sentía por Connor Blackwood. Sabía que ella hubiese seguido adelante esa noche, si él no se hubiese sorprendido. Si él no hubiese parado de masturbarla.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora