Capítulo 32 | Son solo recuerdos

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CONNOR

Connor Blackwood no solía ir a los bosques de los Grandes Lagos. No recordaba la última vez que se había perdido entre esos paisajes, bajo el manto de pinos y robles centenarios. La Hermandad y la universidad, las fiestas de la alta sociedad y las de sus amigos, las chicas que entraban y salían habían ocupado todo su tiempo. Ahora se sentía cambiado, estúpido al pensar en esa vida.

Cuando se lo propuso a Grace esa mañana, no pensó que ella accedería. Connor no quería que los únicos recuerdos que Grace tuviese de él, de esos días, fuesen de un encierro. Él tampoco quería atesorar sólo eso en su memoria y decidió salir del ahogo de la ciudad de Chicago, de la imposición de las restricciones sociales.

Ahora caminaban con calma bajo las frías y grises nubes que cubrían el cielo, siguiendo un estrecho sendero repleto de hojas otoñales. Grace miraba hacia las copas altas de los árboles, desde hacía rato encerrada en sí misma. Connor sentía y percibía sus sentimientos encontrados, porque él mismo también los tenía. Se sorprendió cuando ella rompió el silencio.

—¿Hace mucho que no vienes aquí? 

Connor advirtió rápidamente su mirada y no pudo pasarlo por alto, dibujando una suave y traviesa sonrisa.

—Si quieres saber si traigo aquí a todas las chicas con las que he estado, la respuesta es no, señorita Grace.

—Desde luego que eres un idiota —le espetó Grace dándole una mirada a su lado, con las mejillas teñidas de rojo.

Connor se rio de manera genuina y la abrazó por los hombros, acercándola más a él. No quería tenerla lejos, no al menos durante el poco tiempo que les quedaba. Nada más despertarse, había hecho un gran esfuerzo por sacar a Grace de la cama. La había obligado a ponerse unas botas y un abrigo de Katherine, y había conducido junto a ella durante dos horas hasta llegar a los bosques de Mystic Hollow, los valles de su infancia. Durante ese tiempo, Grace le permitió conocerla, al menos un poco.

Connor supo que fue abandonada en un convento de Seattle, en la otra punta del país, siendo tan solo una recién nacida.

Supo que había vivido en orfanatos y en casas de acogida, hasta que escapó del sistema.

Y supo que desde entonces cambiaba de ciudad cada dos o tres años, borrando los rastros de su anterior vida.

—Vine hace algunos meses, a visitar a mi abuela —explicó finalmente—. Vive en las inmediaciones del Caserón.

Habían desayunado en un local de tortitas a las afueras del pueblo y después iniciaron el camino hacia la antigua casa familiar de los Blackwood, situada en las profundidades del bosque. Era posible adentrarse en coche, pero Connor quiso disfrutar del sendero y la naturaleza con Grace. En esa casa su madre vivió durante siglos. Entre esas paredes sus padres se conocieron y se unieron, nacieron sus hermanas y nació él, antes de que La Glimera fuese constituida.

Si Connor Blackwood tenía un hogar, ese era su hogar. Las pocas veces que pisaba esos bosques desde que se vieron obligados a huir, Connor se sentía en calma, en casa. Allí no era un heredero, ni un príncipe, ni tenía obligaciones políticas, militares o sociales.

Allí tan solo era Connor, un joven de veintitrés años con inquietudes y con ganas de vivir. Con ganas de ser libre.

—¿Ahora está ahí? —Grace se sintió ligeramente inquieta—. Tu abuela...

—No, no lo está. Tiene un pequeño boticario en el centro del pueblo —Connor la tranquilizó—. Aunque estoy seguro de que le caerías bien, ella también es una gran bruja.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Where stories live. Discover now