Capítulo 9 | Perspicacia

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KATHERINE

Katherine Blackwood era una de las jóvenes más inteligentes, perspicaces y descaradas que vivían en La Glimera. Ser la hija pequeña y no esperada de una familia compuesta por sus impecables y sublimes hermanas mayores y muchos sobrinos que, en algunos casos, eran también mayores que ella, la había obligado a buscar la manera de destacar desde que apenas tuvo uso de razón.

En sus tejemanejes para imponer su lugar en ese conglomerado familiar, había llevado a cabo innumerables travesuras, mentirijillas e incluso algún que otro chantaje. Estos pequeños comportamientos los había dirigido especialmente a todos esos sobrinos y, muy concretamente, a su hermano Connor. Aunque a este último lo había pinchado siempre por pura satisfacción. Podría decirse que su familia la doraba y hacía esfuerzos por soportarla a partes iguales. Y es que el torbellino de energía y carácter que también desprendía Katherine Blackwood tampoco había ayudado a unos padres que iban a recordar toda la vida el día que esa niña vino al mundo. 

Ahora observaba con increíble interés a su hermano Connor, sentado junto a ella en el comedor de la vivienda familiar que compartían con sus padres. Bueno, que ella compartía con sus padres. Evangeline y Nicole, sus hermanas mayores y con las que se llevaba más de veinte años, estaban establecidas en sus propias casas a pocos kilómetros de allí. Connor, aunque tenía a su disposición un lujoso piso en el centro de Chicago, pasaba más tiempo en La Glimera del que él querría siquiera reconocer.

Katherine arrugó la nariz. Connor se había sentado frente a ella sin siquiera darle los buenos días.

—Podrías al menos haberte duchado. Hueles un poco como a perro mohoso.

Su hermano le dirigió una mirada y cogió uno de los croissants de la bandeja dispuesta en mitad de la mesa, dándole un mordisco al bollo como respuesta. Connor siempre estaba de mal humor por las mañanas, pero esa en concreto lo parecía mucho más. Aquello le pareció interesante.

—¿Es por la alarma de seguridad de anoche? —Katie se inclinó hacia delante, con una perspicaz sonrisa—. Pero si fue solo un susto, ¿o no?

—Kat... —empezó Connor para que no siguiera.

—Ah, sí, fue una falsa alarma. Si no estarías ya reunido con tus amigos de La Hermandad —sonrió y le dio un mordisco a su manzana, mirándole divertida—. Entonces, ¿es por una chica?

—Katie... 

—¿Qué chica?, ¿la conozco?, ¿es una de mis amigas? —ladeó la cabeza con picardía y una sonrisa—. Ayer parecías muy interesado en algo o alguien del baile.

—¡Katherine! —ahora sonó un bramido.

Connor jamás la llamaba así. Katie frunció el ceño y se inclinó de nuevo hacia delante, dispuesta a pincharle aún más hasta conseguir lo que quería, es decir, pillarle a Connor en falta y descubrir qué pasaba. Abrió la boca de nuevo con una nueva e ingeniosa pregunta, pero no pudo realizarla.

—¡Eh! —su madre entró en ese momento por el arco que daba al salón, llamándoles la atención. Nada más ver a Madison, aquellos dos cachorros se hundieron un poco en el asiento y se miraron entre ellos recelosos.

Dejó pasar unos cuidadosos segundos de silencio mientras su madre ocupaba su sitio en la mesa y se servía el café. Katie sabía muy bien cuándo debía o no abrir la boca, pero a veces era más impulsiva que inteligente.

—Mamá, ¿por qué no le preguntas a tu hijo qué hizo ayer por la noche?

—Prefiero no saber las cosas que mi hijo hace por las noches —Madison permaneció tranquila, preparándose para la explosión de energía que Katie tenía todas las mañanas.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Where stories live. Discover now