Capítulo 11 | Asunto personal

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CONNOR

Connor se armó de valor y tocó con los nudillos la puerta del despacho de su padre, Darren Blackwood. Que su padre le citara allí a solas después de la grieta en el sistema de seguridad de La Glimera solo le daba malos augurios. Y es que Connor no solo se sentía inquieto, se encontraba terriblemente enfadado y avergonzado consigo mismo.

A estas alturas estaba casi seguro de que estuvo a punto de morder y hacer totalmente suya a una de las intrusas que anoche se colaron en la mansión. Y no solo eso, sino que le había dado... bueno, tirado para ser exactos, la llave que le permitió salir de ese despacho. Él no puso ningún inconveniente en dejarla ir. En todo el tiempo que pasó con ella no pensó que se tratara de una amenaza real. Nunca se había sentido tan estúpido.

—Adelante —la voz de Darren Blackwood sonó tras la puerta.

Connor cerró los ojos unos instantes, rezando a algún dios para que su padre no percibiese esa falta, antes de entrar en el despacho. Él era un miembro de La Hermandad y un heredero. El error que había cometido la noche anterior era realmente grave.

—Ah, Connor... —su padre se quitó las gafas de leer, que solo usaba cuando se encontraba en sus habitaciones privadas o con su familia más directa—. Pasa, siéntate. Me dijo tu madre que pasaste la noche aquí.

Darren Blackwood se encontraba sentado frente al escritorio de roble macizo, leyendo en el periódico lo que Connor supuso que era la sección de deportes. El parecido entre ambos era evidente. Mientras sus hermanas eran calcos de su madre, él lo era de Darren. Altos, morenos y de complexión atlética. Una de las pocas diferencias era que Darren mantenía el color amarillo sobrenatural de sus ojos de forma constante. Así había sido desde que sus padres se marcaron y se unieron.

—Sí, ya era muy tarde para coger el coche e ir hasta el centro —contestó Connor con tranquilidad, sentándose en el sillón orejero frente al escritorio y esforzándose por no mirar hacia la pared donde casi muerde a aquella chica.

—Pareces un poco cansado.

—No dormí mucho, ya sabes... tras lo de anoche.

—¿El qué de anoche, en concreto? —su padre cruzó ligeramente los brazos.

—La alarma, por supuesto, ¿qué iba a ser? —Connor tuvo que evitar imitar esos mismos gestos. Se sintió atrapado.

Darren Blackwood miró entonces a su hijo con interés y se sonrió ligeramente antes de levantarse de su silla y acercarse hacia uno de los ventanales. Desde allí se podían ver parte de los jardines de La Glimera y la extensión de bosques y lagos que les rodeaban. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón con tranquilidad.

—¿Y la chica?

—¿Qué chica? —Connor casi se atraganta con su propia saliva.

—¿Quién era?

—¿Quién era quién?

Darren le dio una mirada. Connor permaneció con la misma actitud tranquila y segura frente a él. Sabía que su padre le estaba estudiando. Y su padre sabía que Connor le estaba ocultando algo. De todos sus hijos, Connor era indudablemente el que más se parecía a él, lo que le enorgullecía y asustaba a partes iguales. Por eso mismo era el cachorro que más atado en corto tenía.

Darren sacó entonces una de las manos de los bolsillos y le tiró un objeto que Connor alcanzó al instante. Bajó la mirada y vio en su mano un pasador de pelo, de plata y con algunas perlas. Horrorizado se dio cuenta de que eso pertenecía a la tal Olivia Dickens, que en realidad no se llamaba así.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt