32. Dans l'illusion.

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El regreso a clases fue mucho más solitario que los años anteriores.

La rutina de Draco era sencilla: terminaba de ordenar sus pertenencias; se arreglaba temprano en la mañana; le servían el desayuno; su madre intentaba peinarle el cabello, pero él terminaba desordenándolo de todas formas; su padre leía el periódico durante el desayuno y platicaba con su madre sobre lo anunciado; luego todos se dirigirían a la estación, donde se encontraría con Blaise, Pansy y Theodore.

Pero esta vez fue distinto, se había despertado minutos tarde, no se había podido arreglar como a él le hubiese gustado, su madre no tocó su cabello para molestarle, su padre no leyó el periódico, y sus amigos no estaban en la estación. Tuvo que viajar solo.

No encontró a sus compañeros en ninguna parte, ni siquiera al llegar a la escuela, la cama de Blaise estaba intacta, y sólo él hacía uso de la habitación. No vio a ningún conocido durante el primer día, pero todo parecía marchar correctamente para todos, como si sólo él notase que realmente algo estaba sucediendo, que algo estaba fuera de lugar...

En Hogwarts solían suceder muchas cosas, y entre ellas no estaba el hecho de que los alumnos desaparecieran o no decidieran volver a clases luego de las vacaciones de navidad, al menos no que él supiese, tomando en cuenta que poco se interesaba en sus compañeros de clases.

«Padrino, quiero saber qué sucede» escribió en su libreta luego de entrar en el despacho de Snape estrepitosamente. El profesor le observó sin expresión alguna, aunque tuviese curiosidad por el extraño comportamiento del rubio, leyó la libreta y respondió, Draco prestó atención, su padrino nunca le fallaba cuando se trataba de dudas: «¿Suceder qué cosa específicamente?» escribió Severus, haciendo entrega de la libreta para así regresar a los asuntos que tenía pendientes en aquel momento, cosa que Draco ignoró: «Mis amigos no regresaron a Hogwarts, y en Gryffindor faltan alumnos», deslizó la libreta otra vez, Snape le dirigió una mirada desentendida antes de responder por escrito: «Será mejor que te concentres en estudiar. Ve a dormir y deja de comportarte de forma tan inoportuna», el menor bufó al leer esa respuesta, sintiéndose indignado. No escribió nada más, sólo tomó sus cosas y salió de ese lugar casi de la misma forma en la que entró: ansioso, molesto, curioso, sólo que sin esperanzas.

Decidió correr hasta su escondite, pasando cerca por los alumnos de Gryffindor por si corría con suerte, pero nada. Harry, su querido novio suicida, no estaba en ninguna parte, ni siquiera le había enviado una carta o alguna explicación por su ausencia. De tanto pensar había llegado a demasiadas conclusiones, ¿Qué tal si Blaise no había regresado por lo sucedido en su casa? Era probable, y aún más probable era que la familia de Pansy y Theodore siguieran el mismo camino sólo para que todos se alejaran de él, por traición o algo parecido... Tal vez hasta cierto punto podía entenderlo, dolía, pero podía hacerlo, ¿Pero y Harry...? Y los amigos de Harry...

— ¿Estás bien?

Draco salió de sus pensamientos tras sentir un leve toque en su brazo. Levantó la cabeza, cerró el libro que tenía entre sus manos de golpe (aquel que se suponía debía distraerlo, pero jamás lo lograba) y observó a la extraña muchacha que lo observaba atento.

— ¿Eres nuevo? Me presento, soy Luna Lovegood —la rubia extendió su mano, esperando que Draco correspondiese, cosa que no sucedió.

El mayor observó el solitario pasillo. Pasada una semana desde que había decidido aislarse para pensar, nunca había visto a otro alumno por allí, por eso en realidad había elegido aquel sitio para poder estar en "paz" con su repentina soledad, aunque también porque estaba abierto hacia los jardines y bosques de la escuela, podía disfrutar al menos de la vista y el canto de los pájaros mientras se acompañaba a si mismo con una lectura.

Suspiró al percatarse de que aquella Ravenclaw no se movía, al contrario, seguía allí de pie, observando a su alrededor, los árboles, el pasto, el piso... Pasando de él, como todos solían hacerlo últimamente, pero lo que hacía a aquella chica alguien diferente es que (además de invadir su espacio personal) no parecía tener la intención de dejarle allí solo.

— ¿No crees que son geniales las aves...?

Draco solía explicar su condición como persona no oyente desde un principio, con quien sea que tuviese la intención de acercarse a él, pero ahora, ahora era distinto, porque no sólo cargaba un ánimo horrible gracias a todo lo que estaba sucediendo, sino que también la chica lo hacía sentir incómodo, no quería que esta sintiese que podía acercarse desde ya en adelante, porque así no eran las cosas.

Él quería a Blaise, a Pansy y Theo, quería a los alumnos de Slytherin actuando como siempre, quería volver a la rutina, quería volver a reír por las peleas con los Gryffindor, y por supuesto, quería volver a ver a Harry, y a los amigos de este (aunque le costara admitirlo), quería que todos regresaran a Hogwarts, quería respuestas y menos dudas.

— ... Por eso no suelen verse mucho, pero sí se escuchan, ¿Lo oyes?

Observó a la muchacha mover la boca sin parar, diciendo cosas que él no podía entender. Frunció el ceño y decidió levantarse para volver a su sala común, ella no lo detuvo.

Al día siguiente, la misma escena volvió a repetirse. La chica extraña le habló sin parar al verle solitario leyendo en un pasillo que nadie solía visitar, tampoco le detuvo cuando él decidió que era hora de irse. Terminó acostumbrándose a aquella rutina sin sentido, al menos de alguna forma u otra había conseguido dejar esa espantosa soledad, durante las clases era acompañado por un par de tontos amigables a los cuales llamaba Crabbe y Goyle, el primero había nacido con un extraño síndrome que no le permitía tener control sobre sus propias manos, el segundo utilizaba una silla de ruedas que se movía por si sola. Si Lovegood seguía manteniendo distancia tal vez la consideraría como parte del círculo.

¿Pero a quién podía engañar? No era igual a tener a sus amigos, apenas cruzaba palabras con esos tres. Extrañaba a Harry, le había escrito, pero no había recibido respuesta ni una sola vez. Su corazón se sentía apretado, adolorido y aunque intentara acostumbrarse, algo le aseguraba que nada de lo que había a su alrededor era completamente real. 

Cuando canta un pájaro | Harco Where stories live. Discover now