28. L'article sur la trahison

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Harry se apoyó junto a la ventana de su habitación, observando cómo los árboles terminaban de pintarse con el bonito blanco que traía la nieve en diciembre. Frunció el ceño pensativo, y producto de esos pensamientos es que terminó alejándose para ir a la cama, sin conclusiones valiosas, sin noticias de Draco, sin nada.

— Harry, yo y tu padre iremos al ministerio, volvemos enseguida —anunció Lily, asomándose por el marco de la puerta para ver a su hijo, quien no respondió—. ¡Harry!

— Ya escuché...

La pelirroja no se movió, observó a Harry en la cama y luego el desorden a su alrededor, buscó las palabras correctas para el momento, pero finalmente desistió y se retiró de la habitación.

Harry escuchó el momento exacto en que sus padres se fueron al ministerio por medio de la chimenea. Estar solo no le hizo sentir mejor, a pesar de que era lo que quería desde hace días. Necesitaba pensar, y con la presencia de sus padres y tíos era imposible hacerlo, siempre había motivos para meterlo en medio de una conversación en la que no quería participar, no importa si se encerraba en su habitación o pasaba de la cena.

Siempre había sido así, y sabía bien qué era lo que le molestaba ahora: todos hacían como si nada hubiese pasado.

Él había escuchado las palabras de Lucius Malfoy con tanta claridad, pero nadie había sido capaz de responder sus dudas. Quería respuestas, pero llevaba días sin saber por dónde empezar. Bufó y dio algunas vueltas por la cama intentando dormir, aunque se le hiciese imposible.

Una lechuza entró por la ventana, agitando sus alas hasta soltar una carta sobre la cama. El ave aterrizó junto a Hedwig estrepitosamente, pasando a llevar alguno de los libros apilados que se encontraban cerca. El pelinegro reconoció de inmediato a Errol y estiró el brazo para tomar el presente.

«Harry:

Te necesitamos en la madriguera lo más pronto posible. Es urgente.

Si no vienes iremos por ti.

Tu amiga
H. Granger»

Arrugó el papel y lo lanzó lejos, se dejó caer en la cama y odió con todas sus ganas el no poder tener ni un minuto de paz a solas. Terminó levantándose de mala gana a los pocos minutos, vistió sus zapatos y abrigo, tomó su varita, dejó ir a Errol antes de que provocara otro desastre mientras él no estaba y partió hacia la casa de los Weasley por medio de la chimenea. No tenía permiso para utilizarla, y sabía que Hermione tenía conocimiento sobre ello, por lo que la carta debía ser realmente urgente. El sólo pensar en eso le espantó la pereza.

Al llegar se encontró con algunos integrantes de la familia Weasley reunida en el comedor: los gemelos, Ron, Percy y Hermione, charlaban en voz baja, como si tuviesen cuidado con sus palabras. Aquello cambió cuando notaron la presencia de Harry.

— ¡Harry! —exclamó Hermione, levantándose para saludarle con un abrazo. El oji verde no pasó por alto la angustia en el rostro de su mejor amiga.

— ¿Qué sucedió?

— Volviste loca a la comunidad mágica —comentó Ron desde su asiento junto a la mesa, arrastrando la última edición de El Profeta por la mesa.

— ¿Hice qué? —murmuró, acercándose para tomar entre sus manos el periódico.

«¡ESCÁNDALO! ¡Los Potter se unen a los Malfoy!

¡Una total locura acaba de ser descubierta! Los Potter han cambiado completamente su camino del bien. Quienes creíamos parte del ejercito que nos salvó en el pasado de las oscuras manos de ustedes-saben-quién, al parecer, han unido lazos con la ya conocida (y no particularmente por cosas buenas) familia Malfoy, aquellos que llevan años sin dar una noticia de tal magnitud.

Cuando canta un pájaro | Harco Where stories live. Discover now