26. Protection des mères

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Draco fue incapaz de moverse una vez él y sus padres llegaron a casa. Sus pertenencias se encontraban ya en la sala, y los elfos esperaban la orden para hacerlas llegar a su habitación.

Lucius, aún lleno de cólera por lo vivido en el día, comenzó a dar vueltas, pensativo, ansioso de obtener la calma que tanto necesitaba para poder dirigirse a su hijo, pero era imposible. Draco jamás cometía locuras, era un chico tranquilo, un chico coherente, ¡No podía entender nada! Los motivos que habían impulsado a su hijo para terminar en la casa de los Potter no existían, no cabían en su cabeza.

Narcissa se acercó a su hijo, lo rodeó con sus brazos y sólo con aquel abrazo correspondido pudo respirar profundamente, llena de alivio. La preocupación que había vivido durante el día había alterado su corazón y alma, cada minuto sin saber de Draco había sido una pesadilla. Se alejó un poco para ver el rostro de su niño, especialmente aquellos ojos tan bonitos que en el momento lucían llenos de tristeza. «¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?» señaló ella, Draco negó en respuesta, más preocupado por el estado en el que se encontraba su padre, tan enojado, tal vez furioso, todo por su culpa. «Estará bien, tranquilo» indicó la madre antes de abrazar una vez más al muchacho.

— No puedo entenderlo... —dijo Lucius, deteniendo sus idas y vueltas, llamando la atención de su esposa.

— Está muy alterado, y tú también. Será mejor que hablemos mañana. Necesitamos descansar.

Draco se alejó, se dirigió a su habitación y cerró la puerta. Observó a su alrededor, sus pertenencias yacían a un lado, pero no le apetecía ordenar. En su mente rondaban los acontecimientos del día: su plan había fallado, pero al menos había logrado lo más importante: estar con Harry. No era lo mismo a pasar navidad juntos como esperaba, pero en su cuerpo y memoria aún se sentía palpable el contacto, las caricias, cada beso. Se concentró en ello para al fin dormir.

Se despertó al día siguiente enredado entre las mantas, bostezó e intentó ordenar un poco su cabello. Su baúl ya no estaba allí, supuso que su madre había entrado para acomodar todo y no puso más reparo. Así de perezosos eran sus despertares, algunas veces eran apresurados por compromisos, pero normalmente sus padres lo dejaban dormir hasta que él decidiese despertar, tomar una ducha y bajar a comer.

Esta vez se dirigió al patio para visitar el bello jardín de su madre. Recordó el tiempo aquel donde solía recorrer con su abuelo Abraxas los narcisos y rosales, cuando él aún era un niño pequeño. Caminó hasta el centro y esperó por el cantar de esas pequeñas avecillas, pero nunca llegaron.

Un toque en el hombro lo tomó desprevenido, pero suspiró al percatarse de la presencia de su madre. «Te estábamos esperando para desayunar» indicó ella, «lo siento» respondió él. Narcissa observó a su hijo con detenimiento, tomó una de sus manos y la acarició entre las suyas hasta que necesitó de ellas para preguntar: «¿Por qué lo sientes?», «Por lo de ayer» respondió Draco, «¿Padre aún está enojado conmigo?», la rubia negó en respuesta, sonriendo levemente para transmitir paz a su hijo.

Narcissa podía ser una mujer fría y orgullosa, pero amaba profundamente a su esposo e hijo. Había sido un camino duro desde el final de su embarazo, saber que Draco jamás podría oír ni hablar era el golpe más doloroso que pudo haber recibido en toda su vida. Que algunos integrantes de su propia familia se dirigieran a su bebé llamándolo "defectuoso", había despertado en Narcissa el estado más protector y cruel que toda madre en el mundo poseía. El deseo de proteger y cuidar de Draco, empujó a los Malfoy a encerrarse en su mansión, alejándose de la socialité, las influencias y la llama de los medios con sus conmociones mediáticas que provocaron un sinfín de rumores sobre ellos.

Desde aquel entonces, habían recorrido un largo camino sin salida, despertando todas las mañanas a un pequeño Draco para hacerle beber pociones creadas por los mejores pocionistas que se podían encontrar, haciéndole llorar por lo insoportable que podía ser para un niño beber aquellos líquidos de distintos colores y composiciones. Ninguno dio resultado, lo que llevó al matrimonio a tomar la difícil decisión de detener el tratamiento cuando su hijo apenas tenía diez años.

Cuando canta un pájaro | Harco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora