Capítulo 1

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-Vosotros, fuera.

Rodolphus Lestrange no necesitó más para que los alumnos que ocupaban el compartimiento lo desalojaran a toda velocidad. Había varios vacíos en ese mismo vagón pero a ellos les gustaba ese. Y lo que les gustaba, se lo quedaban. No solo porque fueran de séptimo o de Slytherin, ni siquiera por pertenecer a las familias más poderosas del mundo mágico: lo cierto es se habían labrado una fama (o más bien una infamia) desde el principio. Nadie les rechistaba, nadie les hacía frente y si alguien lo intentaba, lo mejor que podía suceder era que terminara en la Enfermería.

Una vez despejado, Mulciber hizo amago de entrar, pero Rodolphus lo apartó de un empujón. Se giró hacia su derecha y con una semireverencia invitó a pasar a su compañera:

-Milady –pronunció con solemnidad.

Ella mostró una media sonrisa y se sentó junto a la ventana. Rodolphus ocupó el sitio junto a ella y Mulciber y Dolohov se acomodaron enfrente. El primero era el más guapo, con su pelo rubio oscuro, ojos ámbar y físico trabajado; también Dolohov, alto y atlético destacaba por su atractivo; Mulciber sin embargo era más bien enclenque y con expresión gruñona. Los cuatro eran amigos (o más bien cómplices) desde primer curso. Eran buenos magos, pero si habían mantenido su reinado durante toda su etapa escolar era por una única razón: Bellatrix Black.

Educada desde pequeña para suplir al varón que sus padres deseaban se había convertido en la bruja más brillante de su generación y de varias más. Hacía honor a su nombre ya que era una estrella: estaba a años luz de sus compañeros, lograba conquistar cualquier meta con su astucia y parecía incluso tener luz propia, una especie de halo oscuro que la rodeaba. Pero sobre todo era una guerrera: desde antes de llegar a Hogwarts su manejo de las Artes Oscuras superaba al de varios profesores, había inventado sus propios maleficios y ganado todos los campeonatos de duelo a los que se había presentado. Era una bruja sobresaliente y lo había conseguido porque llevaba entrenando desde que tenía uso de razón. Además, tenía ayuda...

-¿Tú le has visto ese verano, Bella? –preguntó Rodolphus bajando el tono- Rabastan y Goyle se unieron el año pasado y no han sabido nada.

-Sí, hemos entrenado al menos una vez por semana, viene a verme a la Mansión –comentó distraída mientras miraba por la ventana.

Los tres chicos se miraron entre sí con la admiración palpable en sus rostros.

-Vaya... Sí que te tiene aprecio... -comentó Dolohov.

-Es que soy la mejor –sentenció ella llanamente.

En gran parte era gracias a él. Era la única a la que Voldemort entrenaba personalmente desde hacía años. Le había enseñado todo: sus propios hechizos, antiguos maleficios prohibidos hacía siglos, las artes de la lectura de la mente y llevaban practicando duelo desde que Bellatrix cumplió diez años. Era muy duro y cuando no cumplía sus expectativas los castigos eran verdaderamente dolorosos. Pero merecía la pena, para ella merecía la pena cada segundo. Quería ser la mejor guerrera y además ansiaba colaborar en su causa. Lo de ser su subordinada y llamarle amo como hacían sus mortífagos ya no le hacía tanta gracia. De momento se negaba a hacerlo y Él se lo permitía sabiendo que cuando terminara el colegio se uniría a ellos.

-Ya estamos –murmuró Mulciber horas después cuando la silueta del castillo se perfiló en la lejanía.

Entraron al Gran Comedor y dio comienzo la ceremonia de selección de los alumnos de primer curso. Al principio prestaron atención, pero se aburrieron enseguida y empezaron a charlar en susurros sobre sus vacaciones. Todos habían visitado lugares exóticos y conocido a altos cargos de diferentes instituciones que les habían ofrecido trabajo en cuanto terminasen ese año. Bellatrix no intervino. Ella no había viajado con sus padres y sus hermanas, prefirió quedarse practicando magia y liberando adrenalina en las misiones a las que la llevaba Voldemort.

El profesor y la mortífagaWhere stories live. Discover now