Capítulo ∞ 18

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NENA

Cambio la corona de margaritas que estaba marchita sobre el césped por una de rosas blancas que acabo de comprar. Me siento junto a la tumba, en silencio, observando su lápida.

Aquí descansa Brandon Román Manzanares, amado hijo y hermano. Septiembre 23 de 1994 - Marzo 10 de 2015.

Una lágrima rebelde se desliza por mi mejilla, pero no me molesto en secarla. A su paso se abren incontables más, que sin mi permiso empiezan a derramarse. Muy pronto, las lágrimas se convierten en un llanto desgarrador, que atraviesa mis entrañas y se escucha en el solitario claro del cementerio donde está enterrado quien fue el amor más puro y noble que he tenido.

Los sollozos que provienen de mi garganta son imparables, y por más que trato de serenarme no lo consigo, pues esta es la primera vez en cuatro años que visito su tumba. Nunca lo había hecho después del entierro. El velorio fue demasiado para mi. Ver su cuerpo desprovisto de vida o emoción fue un golpe certero a mi corazón. Escuchar cómo la tierra golpeaba su ataúd al ser enterrado fue mi perdición. No lo pude soportar.

De repente siento una presencia a mi lado así que levanto mi cabeza, la cual tenía apoyada sobre mis brazos cruzados sobre las rodillas, y me encuentro con Bayron, de pie a mi lado con un pequeño ramillete en su mano derecha, que deposita junto a la corona que dejé hace unos minutos, y una botella plástica en la mano izquierda.

Se dirige hacia un grifo que estaba a unos diez metros de la tumba y llena la botella de agua, para después acercarse y regar el césped como puede. Luego se sienta a mi lado sin decir una palabra y empieza a arrancar partes del césped que no han sido cuidadas propiamente.

—Por fin dejaste de llorar. Tus gritos se escuchaban hasta la otra etapa —murmura.

—Lo siento.

—No te disculpes. Todos reaccionamos distinto.

—Quise venir muchas veces, pero nunca tuve el valor de ver su tumba... Hasta ahora.

Él permanece en silencio unos segundos, sin mirarme.

—Desde que falleció intento venir al menos una vez a la semana —comenta, distraído en su tarea de podar el césped.

—Eso es muy noble de tu parte, Bayron.

—Lo hago más por él, que por mi mismo.

—¿A qué te refieres? —Frunzo el ceño.

—Sólo digo que, si fuera yo quien estuviera cinco metros bajo tierra, en lo oscuro y desconocido, me gustaría sentir la presencia de algo o alguien conocido aquí afuera. Sentir que no fui del todo abandonado.

—¿Tus padres no vienen?

—Ellos se fueron de Cali unos meses después de lo sucedido. Yo decidí quedarme con mi Nona.

Analizo lo que acaba de contarme, tratando de imaginar qué tipo de padres harían algo como eso, pero una vez más recuerdo que Carmen y Roberto, los padres de Brandon, nunca supieron muy bien cómo afrontar eventos inesperados. Así lo fue con nuestro compromiso.

—Lo siento —es todo lo que puedo decir.

—Está bien. Mi Nona me ha apoyado mucho en esto, más de lo que lo hacen ellos. Pero no los culpo. Perder un hijo debe ser la peor cosa del mundo.

No sé qué responder a eso así que permanezco en silencio.

Después de un rato decido levantarme, tomar la botella y llenarla, para repetir lo que hizo Bayron y regar un poco el césped de la tumba. Después, hago otra ronda pero esta vez me acerco a la lápida y la lavo con cuidado, para que su inscripción se pueda leer claramente.

Cenizas de una felicidad efímera © | #2Where stories live. Discover now