Capítulo ∞ 17

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DANIEL

Los hermanos de Nena, extrañamente, se han convertido en mi compañía regular el último par de días. Como agradecimiento por mi participación en su muestra de peluqueros me han invitado a ver un partido entre los equipos clásicos de esta ciudad: Cali y América.

Todos son gritos, música y saltos. Por un lado están los del Frente Radical Verdiblanco, que apoyan al Cali, y por el otro está el Barón Rojo Sur, que apoyan al América. Se escuchan las barras bravas:

—¡Del Cali soy, del Cali es la alegría de mi corazón! ¡Vos sos mi vida, vos sos la pasión, daría mi vida por salir campeón!

—¡Que ya han pasado muchos años, seguimos siendo la pasión de un pueblo, seguimos siendo la Banda del Diablo, es la que te juró amor eterno!

Al parecer, consiguieron estas boletas hace algunas semanas pero José tuvo que salir de la ciudad por motivos personales, así que a los gemelos les sobraba una entrada. Por supuesto, yo no me negué y la acepté con gusto. Lo cierto es que me muero de ganas por presenciar el fútbol colombiano en vivo y en directo.

Nos encontramos en la taquilla, haciendo la fila para entrar al estadio, cuando de repente Andrés se disculpa diciendo que ha ocurrido algo en la peluquería, y que debe ser él quien lo atienda, así que al final permanecemos Felipe y yo. Buscamos nuestras sillas, las cuales están en la parte suroccidental del Estadio Pascual Guerrero. Es muy guay, debo admitir, pero no se compara con los que hay en Barcelona.

Tardamos una eternidad en llegar a nuestro sitio, pero cuando finalmente lo hacemos descubro una cabellera crespa muy conocida para mi. Sus rizos sobresaliendo en la multitud. Cuando me paro a su lado, ella levanta su mirada y me regala una pequeña sonrisa.

—Hola, palmesano.

Y en este preciso instante, renazco.

—¿Pero qué...? ¿Tú... por qué...? —No soy capaz de formar una frase coherente. Era como ver a la Nena que conocí hace un año. No. Era como ver una versión más relajada y en paz que la Nena que conocía.

—Qué tal si dejas de balbucear y te sientas conmigo, Pardo. Ya casi empieza el partido.

Volteo a mirar a Felipe y él se toma la gorra haciendo un gesto de despedida.

—Yo me retiro por ahora, los muchachos y yo estaremos por allá. —Señala un par de filas más abajo, donde ahora me doy cuenta que están José y Andrés—. Arrivederci.

Se va a paso ligero, dejándome algo desconcertado, aún sin poder creer que Nena haya decidido pasar tiempo a solas conmigo por voluntad propia. Hace meses no estamos así, y la verdad es que me asusta cómo pueda terminar este encuentro.

Sin más preámbulos decido sentarme y permanezco en silencio. No quiero ser quien lo rompa, pues tal vez diré algo equivocado.

—Y... —dice Nena.

—Y... —respondo, evadiendo su mirada.

Otro silencio incómodo se antepone. Creo que no seremos capaces de hacer esto después de todo.

—¿Desde cuándo se volvió tan difícil llenar un silencio cuando estamos juntos? —pregunta, con algo de tristeza en su voz.

Finalmente decido mirarla y regalarle una pequeña sonrisa. Actuaré casual, si eso es lo que ella desea.

—Hace tiempo que no vemos un partido juntos, ¿eh? ¿Quién crees que ganará?

—El Cali, obviamente. —Y así se explaya en una ardua explicación de por qué su equipo será el ganador. Yo la escucho con atención, amando cada palabra que sale con pasión de su boca cuando habla de fútbol. Admirando cómo se iluminan sus ojos cada vez que recuerda un detalle importante del equipo.

De verdad amo el hecho de que tengamos esto en común. De que ambos sintamos esa pasión por lo mismo y que hablemos el mismo idioma con respecto al fútbol.

Cuando empieza el partido disfruto los disparates que salen de sus labios cada vez que hay un tiro de esquina, o un penalti para su equipo, o cómo celebra cada vez que le conceden una tarjeta amarilla al equipo contrario. Cuando el Cali anota un gol, ambos celebramos y gritamos al unísono con la mitad del Pascual.

Por un momento, consigo olvidar. Olvidar que los últimos meses casi nos convertimos en extraños, o más bien en fantasmas. Pero justo ahora se siente como si ella hubiera desaparecido de mi vida tan rápido como volvió a ella, y me siento dichoso.

Al salir del estadio, cantando la victoria del 2-0, somos incapaces de encontrar a sus hermanos así que ella decide invitarme a beber algo mientras nos contactamos con ellos. Les envía un mensaje de texto y después me conduce calle abajo.

Llegamos a un bar, que es bastante concurrido por las hinchadas ya que queda a unas cuadras del estadio, y nos sentamos alejados del barullo, en las mesas de afuera.

—Hoy la pasé muy bien —dice, después de que llegan nuestras bebidas.

—Yo igual. Siempre quise ver el fútbol colombiano de cerca. Gracias por la oportunidad. —Levanto mi botella para brindar con ella

—Pues espero que no sea la última vez —susurra mientras chocamos nuestras cervezas.

No respondo a eso.

—¿Y ese silencio? —pregunta al cabo de unos segundos.

Me aclaro la garganta.

—Lo siento, creo que ya he arruinado suficiente las cosas, por eso no quiero decir nada que te incomode.

—Daniel —murmura—. Lo siento, de verdad.

—No, no tienes que...

—Sí, Daniel —me interrumpe—, tengo que disculparme. Lamento todo lo que hice. Lo que nos hice a ambos.

—¿Acaso importa ya?

—¿A qué te refieres? —Frunce el ceño.

—En un par de días lo que tanto querías se hará realidad, Nena. Me iré de vuelta a Palma.

—Daniel, yo no quiero...

—No, escucha, Nena. Ya lo comprendí. Sé que tu forma de lidiar con las cosas es alejándote de todos hasta que te sientas lista para retomar las cosas. Y entiendo que eso estás haciendo justo ahora con nosotros. Quieres volver a como estábamos antes... pero eso es imposible.

—Pero ahora sé cómo hacerlo bien, Daniel. Y si quieres que me disculpe, lo haré por el resto de mi vida. Sólo necesito...

—Lo que yo necesito, Nena, es que me dejes cerrar esta puerta. Que me dejes ir, así como una vez te dejé ir también. Los últimos meses me han drenado emocionalmente como nunca antes, y por fin he comprendido que debo dejar de aferrarme a ti.

—No digas eso, Daniel. Ya te dije que lo siento.

—No, soy yo quien lo siente, Macarena —digo su nombre de pila para enfatizar mi decisión—. Te amo, ¿me escuchas? Te amo como jamás he amado a nadie. Y lo siento, pero no soy de piedra, Nena. También me afectan las cosas.

Observo la entrada del bar y veo a sus tres hermanos entrar.

—Así que, supongo que esto es un adiós. —Choco mi botella con la suya y bebo el último trago antes de levantarme—. Gracias por haberte topado en mi camino. Supongo que no estábamos destinados a ser, pero eso no cambia mis sentimientos. Te amo, caleña. Cuídate. —Me agacho ligeramente y deposito un casto beso en su mejilla.

Camino hacia la salida, pasando de largo a sus hermanos que me observan en silencio. Cuando me encuentro afuera dejo salir el aire contenido y apoyo mis manos sobre las rodillas, tratando de no desfallecer ahí mismo. Lo que acabo de hacer ha sido, de lejos, la decisión más dura que he tomado en toda mi vida. Y temo arrepentirme luego, pero por fin he comprendido que mi tiempo con Nena ya ha pasado y que por más que quiera aferrarme a lo que vivimos juntos, también debo pensar en mi propia salud mental y aprender cuándo debo soltar aquello que tanto me afecta.


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SIN EDITAR

Cenizas de una felicidad efímera © | #2Where stories live. Discover now