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Incluso si has caído, yo estaré allí para ti... Tomaré tu mano y nos levantaremos juntas, porque no se trata de ti o de mí... Se trata de nosotras.

¿En algún momento has sentido que tu corazón parece estar a punto de estallar sólo de nervios?.
Es como si mil agujas se incrustaran lentamente en tu carne buscando desesperadamente llegar a ese órgano que te mantiene con vida; es un sentimiento tan intenso y abrumador que nunca querrás experimentar.
Lamentablemente, Priscila se sentía justamente de dicha manera y resultaba aterrador; toda su vida la había vivido al lado de su hermano mayor, quien nunca dudó en interponerse entre ella o su hermana menor y los problemas, pero ahora estaba sola, labrando un camino por su cuenta que contaba con demasiadas trabas que le causaban dolor y por más que se había esforzado en mantenerse fuerte, empezaba a creer que la valentía que portaban sus hermanos, no le había sido heredada en misma cantidad a ella.

Muchas veces había visitado el departamento de Mackenzie, ya fuese desde su hogar o desde el trabajo y siempre consideró que el tiempo recorrido era lo suficientemente perfecto, ni tan largo ni tan corto. Sin embargo (y a lo mejor por la prisa que llevaba), ésta ocasión el tiempo de recorrido se le hizo eterno; muchas personas caminaban y viajaban de un lugar a otro, todas interponiéndose en su camino.
Una hora más tarde, por fin llegó al edificio en el que Mackenzie vivía, tomó la llave de acceso y ésta se encendió de un color verde permitiéndole pasar. En su momento había odiado recibir dicha tarjeta (al igual que la de acceso al cuarto de Mackenzie), principalmente cuando la castaña se fue de su lado sin mencionar palabra alguna, pero ya que aquella ocasión realmente las necesitaba, estaba feliz de contar con ambas.

El portero le sonrió y alegremente, Priscila entró al elevador, oprimió el número del piso al que iba y esperó.

La puerta se abrió un piso después y la silueta de una mujer (de al menos treinta años) se unió a ella.

—Buen día.

—Buen día.

La mujer oprimió su respectivo piso y luego esperaron.

—No vives aquí, ¿cierto?.

Con una sonrisa en el rostro, Priscila negó.

—No, sólo soy una amiga.

—¿De la chica del departamento 316?.

—Así es.

—Siempre he considerado que ella es la única joven que se merece mi respeto, sólo la veo salir a trabajar y de vez en cuando sale al supermercado; pero hace días que no la veo, ¿se encuentra bien?.

—Honestamente, no lo sé, estoy preocupada y he venido a verla.

El elevador se detuvo en su piso y caminó hacia la salida.

—Oh, cualquier cosa, soy del departamento 420, piso 5.

—Gracias señora.

—Dime Susana.

—Susana. Fue un placer.

—El placer fue mío.

En cuanto estuvo fuera, la puerta volvió a cerrarse y Priscila caminó rapidamente hacia el departamento de Mackenzie con la tarjeta de acceso en la mano.
Normalmente, Priscila escucharía música saliendo de dicho departamento, pero sorprendentemente, ésta ocasión no fue así... El lugar estaba en completo silencio provocándole una punzada de dolor en el pecho.

La tarjeta abrió la puerta y para sorpresa de Priscila, el lugar estaba en completa oscuridad, apenas era visible el pasillo (y únicamente gracias a la luz de la ciudad), se quitó los zapatos que llevaba puestos y se colocó el par de zapatillas que se encontraban al lado de la puerta, fue directo hacia la sala buscando el interruptor y en cuanto lo tuvo al alcance, encendió la luz...
La sala era un completo desastre, los cojines de los sofás adornaban el suelo al igual que trozos de vidrios (algunos blancos, otros amarillos, rojizos y uno que otro verde); dos copas llenas de vino descansaban sobre la mesita central; la cocina estaba igualmente destrozada, comida y cristales de recipientes deshechos impedían por completo el paso; pero lo más alarmante para Priscila, fue que al acercarse al lavaplatos, un rastro de sangre destellaba con intensidad. El corazón le dolió y al girarse, se encontró con la silueta de Mackenzie... El cabello castaño lo llevaba desordenado (como si hubiese salido de una pelea); su ropa tenía manchas de sangre; iba descalza y el brazo derecho lo llevaba adornado de un rojo escarlata.
Pata cuando la chica reparó en ella, el dolor aumentó en el pecho de Priscila... Mackenzie llevaba una tristeza siniestra en el rostro.

Princesa de la Inocencia© [Libro #1/ Saga Realeza]Where stories live. Discover now