Lo siguiente que vio lo dejó sin habla. El ataque dio de lleno en la capa pero al instante Marco se dio cuenta que aquella no era una tela común. Absorbió el impacto como si se tratara de un escudo rígido; el choque de energía se expandía dejando a su paso un patrón exagonal que se disipaba por toda la tela. «¡¿Qué clase de tecnología es esa?!», pensó con los ojos desorbitados. Lo poco que había podido ver en Licantia no dejaba de sorprenderlo. Y es que la estética medieval del sitio podría dar una imagen equivocada, pero con respecto a tecnología, Marco ahora estaba más que convencido de que esa civilización estaba incluso más avanzada que en la tierra. Cientos de años adelantada.

El ataque se detuvo de golpe. Marco se permitió alzar la mirada y vio a la criatura tirada en el suelo, con una flecha azul y luminosa atravesándole la cabeza desde uno ojo. Entonces, oteó el sitio con detenimiento y se topó con Leyla; estaba en el techo de un edificio más allá, con un arco y otra flecha lista, atenta a que la bestia se levantara.

—¡Gran trabajo, Leyla!—animó el soldado.

—¡Gracias, Ben! —contestó alegre, aunque con una sonrisa cansada, al igual que sus párpados ligeramente caídos.

—Debo admitirlo —comentó el simbionte—. La loca tiene puntería.

Marco escuchó otros pasos llegando. Era Keyren con una cara igual que la de él; sudorosa y decaída. Cargaba a una niña en su espalda, quien rodeaba el cuello del muchacho con timidez.

—Su majestad —saludó primero el soldado, adoptando de repente una postura firme—. ¿E-esa niña...?

—Emori, la hija del herrero local. Se torció el tobillo mientras huía. La llevaré al centro médico a que la atiendan.

—Si quiere yo pued...

—No, descuida. Tú encárgate de encontrar a sus padres, deben estar en la frontera preocupados. Es probable que la guardia les este impidiendo el paso.

—¡Yo me encargo, señor!

El soldado se marchó y Keyren continuó caminado con la niña. Le hizo seña a Marco de que era hora de irse. Este último obedeció, no sin antes echar un último vistazo al combate de los soldados. Rostros serios, movimientos coordinados, ágiles, golpes precisos y cortes certeros con sus espadas. Las bestias no igualaban el ritmo, y ellos no tenían necesidad siquiera de convertirse en lobos. Para Marco era simplemente asombroso, y  ver aquello lo hizo recordar con anhelo el propósito por el que había decidido dejar la tierra en un principio; su deseo de ser caballero.

—¿Qué...? ¿Temes que no puedan?

Marco espabiló y se giró hacia Keyren quien ya iba varios pasos adelante.

—Todo lo contrario. Son asombrosos.

De pronto escuchó venir una voz eufórica gritando su nombre con entusiasmo. Dio un respingo del susto pero antes de poderse girar, Leyla ya había aterrizado sobre su espalda por lo que se vio obligado a mantener el equilibrio.

—¡Estuviste genial, Ubaldo!

—¡Auch! Gracias. T-tú también.

—Ay no, la loca.

—¿Y tú a quién llamas loca? —replicó ella hacia el sombionte—. Que no se te olvide que puedo escucharte.

—Me da igual.

Menos de una semana había necesitado Leyla para percibir el sonido de aquella voz interna, y Marco no supo si maravillarse ante aquello o tener miedo de sus capacidades. «Eso sí es ser una bruja», pensó. Según lo que ella le explicó, percibir esa voz no era lo mismo que leer la mente, puesto que no se trataba de pensamientos. Simplemente eran ondas de sonido que viajaban a una frecuencia distinta.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora