XIII Sucesos Inesperados

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No estaba prestando la más mínima atención a lo que hablaban a su al rededor, y tampoco le importaba mucho.
Se sentía incómodo al estar sentado al lado de Manuel, más bien al estar sentado al lado de Mateo y Manuel, le incomodaba y le molestaba por el simple hecho de que el bajito se reía cada dos minutos, está bien, tiene derecho a reírse y él se sentía feliz por ello, pero le molestaba que fuera Mateo y no él el causante de la alegría del menor.

Se sentía culpable por como lo había tratado antes, su intención no era hablarle de forma tan alterada, pero los celos lo dominaron en ese momento y no pudo evitar responderle de forma pesada, un simple pero brusco "¿Se pueden callar por favor?" había bastado para recibir una mirada llena de asombro y, sobretodo, tristeza por parte de Manuel, lo que en cierto modo lo había roto un poco.

¿Cómo es que todo había cambiado tanto en tan poco tiempo? Hace cerca de una semana, Yelo y él eran casi mejores amigos demasiado unidos como para llamar así su relación, eran como uña y mugre, no se separaban jamás, había dormido juntos dos veces, lo había protegido durante todo el momento de la catástrofe, él prácticamente se le había declarado (o eso quería creer) ¿Y ahora? Era como si nada de lo anteriormente dicho hubiese sucedido alguna vez, era como si el pequeño casi ni lo recordara, como si no lo tomara en cuenta.
Todo por culpa del culiao ese del Mateo, pensaba guiado por los celos. Tal vez, lo mejor sea dejarlo como está, miró de reojo hacia donde se encontraba la parejita, se veían más felices de lo que al ruliento le hubiese gustado. Si el Manu es feliz, yo... yo también lo soy... o tendré que acostumbrarme a serlo.

¿Eso sería todo? Después de todos esos años de amistad, después de tantas cosas que habían pasado juntos, después de tanto tiempo reprimiendo esos sentimientos por el simple pero tonto temor al rechazo ¿Se daría por vencido así como así? Se ve feliz con el Mateo ¿Qué más puedo hacer yo?

Sintió un repentino olor a quemado, notó cómo todos sus acompañantes se miraban extrañados al tiempo que trataban de localizar el lugar de origen del olor. Miró hacia la arboleda y, en el instante que mucha gente empezaba a gritar descontroladamente, notó como las llamas se extendía entre los árboles de forma rápida, dejando una nube de humo negro que se expandía cada vez más. El viento que había no ayudaba en nada, una que otra chispa saltó hacia el pasto seco, provocando que el siniestro se expandiera por el lugar.

Más fuerte que los gritos de la multitud, escuchó a Alfonso desesperado decir que no había forma de controlarlo, que los hombres se dirigieran lo más rápido posible al comedor a tomar todo lo útil para iniciar el viaje a Santiago, mientras que el resto saliera del lugar.

Hicieron caso al instante. Al mirar el lugar veía las caras asustadas de las personas y la lágrimas deslizarse por los rostros de los niños mientras se dirigían a paso rápido hacia la salida a través del frondoso bosque que había de por medio.

En lo primero que pensó Edgar mientras se ponía de pie no fue en correr y salvarse, sino en correr para encontrar y salvar a Manuel, pero al ver que él ya iba junto a Mateo hacia el comedor, ignorando la enorme decepción y el dolor en su pecho, pensó en Jaime y Nicolás. Sabía que ambos estaban en los búnkers, por lo que cabía la opción de que no supieran lo que estaba pasando en ese momento.

Entre la gente asustada y las ordenes que se escuchaban cada cinco segundos, los gritos no cesaban, así que el alto apuró el paso y entró rápidamente a donde estarían sus amigos. Lo único que esperaba era no interrumpir en nada, el moreno y Jaime tenía mucho de que hablar y no quería estorbar, pero esto ya era una emergencia, tampoco podría dejarlos ahí como si nada.

Golpeó la puerta de metal con fuerza, como informando de su presencia. La abrió y casualmente, justo al otro lado estaban ambos, como si segundos antes hubiesen estado a punto de salir.

Juntos, hasta el Final de los Tiempos (Jaidefinichon GOTH)Where stories live. Discover now