El giratiempo

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Deian abrió los ojos lentamente y observó con detenimiento su alrededor. Se conocía el sitio de memoria, aunque fuese por las feas cortinas y sábanas de color verde. Estaba en la enfermería de Hogwarts, por las ventanas entraba la luz de la luna. Aún era de noche. Se incorporó, gimiendo levemente, pero alegre de encontrarse en el castillo. Pensó en el lago, en los dementores, y un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Hermione estaba sentada en su camilla, hablando con Ron, que estaba al frente con el brazo escayolado.

—Al fin despiertas —Dijo Hermione, su voz era triste, con un tono profundamente lúgubre —Llevo un buen rato intentando despertar a Harry, pero nada. Bébete esto, la señora Pomfrey dijo que te sabrá mal, pero que te sentará bien. Te arregló el brazo, pero debes tenerlo vendado hasta mañana.

—Hermione... ¿qué ha pasado?

­—No lo sé, yo me desmayé antes que tú, pero Ron me contó que el profesor Snape fue a recogernos a todos, conjurando camillas para llevarnos y que... después de eso entregó a Sirius. Mira, Harry ya despierta ¡Harry, Harry!

El chico abrió prontamente los ojos esmeraldas, pestañeando repetidamente.

—He visto a mi padre... en el lago ¡Él nos salvó! Invocó un patronus y expulsó a los dementores.

—Deberíamos llamar a madame Pomfrey —Sugirió Deian.

Hermione le dirigió una mala mirada, indicando que no era el preciso momento para hacer una broma.

­—Harry, Sirius está capturado. Pronto los dementores le darán el beso.

—¡¿Qué lo van a matar?!

—No, no. Mucho peor; le van a succionar el alma.

Las puertas se abrieron, y el profesor Dumbledore entró a toda prisa.

—¡Señor, debe ayudarnos, se han equivocado de hombre!

—Es cierto, Sirius es inocente.

—¡Scabbers es quien lo hizo! —Concordó Ron.

—¿Scabbers? —Inquirió el director.

—La rata de Ron —Abrevió Deian, viendo como el pelirrojo estaba a punto de soltar un monólogo para el que, a todas luces, no tenían tiempo.

—Créanos, por favor.

—La creo, señorita Granger, la creo. Pero me temo que la voz de cuatro magos adolescentes a pocos convencerá —Dumbledore se acercó a Ron y le dio una palmada en la pierna escayolada. Ron contuvo un sollozo y extendió la mano, mientras apretaba los labios, los ojos le lagrimeaban y se ponía tan rojo como su pelo —La voz de un niño, por sincera que sea, apenas tiene valor para los que han olvidado escuchar —Dumbledore dio otra palmada y entonces el reloj sonó —Misterioso asunto el tiempo, poderoso, y cuando se juega con él, peligroso. Sirius Black está encerrado en el despacho del profesor Flitwick. Conoce las reglas, Granger: No debe ser vista. —El reloj sonó otra vez —Haría bien en regresar antes de esta última campanada, o las consecuencias podrían ser nefastas. Y, si actuáis bien más de una vida inocente se salvará. Con tres giros bastará. —Dumbledore se dirigió hacia la puerta, pero antes de cerrarla asomó la cabeza por el hueco y sonrió. Daba mucho yuyo —Ante la duda, desandar lo andado suele ser la opción más sabia. Buena suerte. —Cerró la puerta.

Hermione suspiró.

—¡Deian, Harry! Venid los dos aquí. Lo siento, Ron, pero tú no puedes caminar. —Hermione sacó un colgante atado a una cadena de oro en torno a su cuello, jaló de la cadena, que se estiró hasta rodear el cuello de los tres. De cerca, el amuleto era un pequeño reloj de arena con una manivela y un círculo que lo podía hacer rodar. Hermione tiró de la manivela tres veces y todo a su alrededor se vio borroso, Dumbledore entró y salió otra vez, pero siempre hacia atrás, vieron como ellos mismos llegaban allí, como Madame Pomfrey colocaba una bandeja sobre una mesa y luego todo se paró. La luz brillaba con el último resplandor de la tarde—Las siete y media —Dijo Hermione —¿A dónde íbamos a las siete y media?

Cazando el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora