Dolores Umbridge

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Cuando Harry llegó a Grimmauld Place lo hizo bastante cabreado, sobre todo con Ron y Hermione, porque no le habían escrito, por orden de Dumbledore. Pero, a pesar de su llegada, los días en la casa seguían siendo muy rutinarios. Ojoloco no había vuelto más, pero otros como Tonks o Lupin estaban allí casi a diario, así como Mundungus Fletcher, un ladronzuelo de poca monta que servía para establecer un contacto con gente poco respetada. Los Diggory también les visitaban de cuando en cuando, y la relación de Deian con el señor Diggory pareció haberse relajado. El propio Dumbledore les visitó la noche antes de la vista de Harry.

—¿Puedo ir? —Preguntó al señor Weasley —Estoy acostumbrado a ir por el Londres muggles y a coger el metro.

—¡Eres muy amable! —Expresó el señor Weasley —Dime, que tengo curiosidad ¿Cómo funcionan esas barras que cubren la entrada del andén subterráneo?

—Pues... introduces la tarjeta y te dejan pasar.

—¡Fantástico! —Comentó Arthur, con una luz resplandeciente en sus ojos —Por cierto, me encanta la idea de los trenes subterráneos, muestra que los muggles son bastante interesantes.

—¿Entonces puedo ir?

—Claro que...

—¡No! —Comentó la señora Weasley. Dirigió una mirada muy seria a su esposo y luego una amplia sonrisa a Deian —Prometí a la señora Diggory que te quedarías aquí, junto a Cedric. Si os aburrís podéis limpiar el baño del piso de arriba, está lleno doxys, como las cortinas del salón.

Deian suspiró ¡Otra vez los doxys! En esos días había apuntado a esas pequeñas hadas feas en su lista negra de animales fantásticos, ya eran los segundos, solo detrás de los dementores, aunque eran muchísimo más molestos que los primeros. Quería decir que no, que se conformaría con cuidar a Buckpeack, pero entonces Sirius se molestaría porque no podría hacer lo único que era útil en esa casa y, de todas formas, era imposible enfrentarse a una de las sonrisas de comandante de la señora Weasley.

—Por supuesto —Dijo —Avisaré a Ced.

Subió al piso de arriba.

—¡¡ESCORIA, ENGENDROS ASQUEROSOS, RAQUITICOS SACOS DE CARNE QUE MANCILLÁIS LA ANCESTRAL CASA DE LOS BLACK!!

Claro que sí, pensó Deian, mientras se dirigía a su cuarto. Pero entonces vio como Kreacher forcejeaba con Benny, cada uno sosteniendo una parte de un guardapelo. El elfo doméstico, viejo y anciano, gruñía mientras tiraba con todas sus fuerzas, mientras que el escarbato hacía más o menos lo mismo, pero pare'cia que él estaba ganando.

—¡Suelta, animal repulsivo! Esto era de mi amo ¡¡Era de mi amo!! El amo ordenó a Kreacher que se encargase de él.

Deian se acercó corriendo y tiró con fuerza de Benny, haciendo que Kreacher se quedase con el guardapelo entre sus larguísimos dedos. El elfo gruñó.

—Lo siento, Kreacher.

—¡No le hables a Kreacher! ¡¿Qué diría mi pobre ama si escuchase a Kreacher hablar contigo?!

—Lo siento —Se disculpó, aunque la actitud del elfo le parecía algo molesta —¿Puedo hacer algo para ayudarte y que perdones a Benny? No lo hizo con mala intención, es su naturaleza.

El elfo le dirigió una mirada ceñuda.

—Kreacher no debe hablar con el sangre sucia. Qué diría mi ama, oh... pobre, pobre Kreacher.

El elfo se alejó, bajando por las escaleras. Deian suspiró y miró a los ojos a Benny, que le pasó de inmediato la lengua por la cara.

—Eso no lo arregla y lo sabes. Tienes prohibido robar cosas sin que yo te lo permita, Benny. Venga, no pongas esa cara, no funciona conmigo. Ohh... vale, vamos a pedirle a Cedric que te de algunas monedas.

Cazando el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora