Desastrosos sueños en vigilia

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Malfoy tenía la intención de tirar los libros de Deian. El Slytherin caminaba con un sentimiento de invulnerabilidad por los pasillos del castillo, creyéndose bajo la égida de Umbridge por pertenecer a su Escuadrón Inquisitorial. Sin embargo, las intenciones se le veían a la legua, y por eso Deian agitó su varita, y Draco acabó desviándose a un lado, cayendo por sus cordones atados, hasta un escobero lleno de polvo. Por los gritos, una rata le pasó por encima.

Deian lo habría dejado pasar, pero no era posible, porque no solo eran los agentes de la Suma Inquisidora, sino también de la nueva directora de Hogwarts.

Hacía semanas que Hagrid había vuelto, y Deian lo visitaba tanto como podía, pero Umbridge también tenía su punto de mira puesto sobre el guardabosques, por lo que solía salir con mucho cuidado del castillo. Hagrid había ido a una misión secreta de Dumbledore para tantear a los gigantes, pero había llegado con las manos vacías.

Mientras le servía una enorme taza de té, Deian acarició a Fang, que jugaba en el suelo con un trozo de ternera cruda que Hagrid usaba para aliviar un moretón en su sien derecha.

—Deberías ir a que te lo miren.

—No, no hace falta. No quiero acercarme al castillo más de lo necesario, y menos ahora que Dumbledore no está. Cuéntame de nuevo, ¿cómo fue que Umbridge supo lo de vuestro grupo?

Deian se levantó, rascando por última vez a Fang y se sentó frente a Hagrid.

—Marietta, la amiga de Cho. Confesó que estábamos reunidos en la Sala de los Menesteres. Su madre trabaja en el ministerio, supervisando la red Flu. Tenía miedo de que Umbridge despidiese a su madre. Por suerte, solo cogieron a Harry y Hermione, y Kinsley consiguió manipular sus recuerdos para que olvidase todas las demás sesiones anteriores del E.D.

Hagrid suspiró, recostándose en su butaca. Deian llevó las manos a la enorme taza y bebió a sorbos sin inclinarla en demasía, porque corría el riesgo de derramar todo el té sobre su uniforme.

Fang abandonó la carne y dio unos pasos con la cabeza gacha hasta situarse frente a Hagrid y recostarse, esparramado junto a su pie. Benny, quien rodaba por las vigas del techo, saltó y se recostó a su lado. Los dos juntos, parecían el vivo retrato de la serenidad. Casi parecía un recuerdo de cuando Hagrid le había entregado el escarbato para que lo cuidase.

—Ya nada es igual, Hagrid.

El gigante asintió, con una risa suave y susurrante.

—No eres el primero que me lo dice —Hagrid se inclinó hacia adelante; en sus ojos, Deian notó algo, una especie de emoción que nunca le había notado antes—. Debes prometerme, Deian, que tendrás cuidado. Se avecinan tiempos oscuros, como los de antaño. Y mucho me temo, que lo peor está por venir. Camina con cuidado y, sobre todo, que no te pillen haciendo nada peligroso.

­—Te lo prometo, Hagrid.

Esa tarde, recibió un castigo. Al parecer, obstrucción al Escuadrón Inquisitorial era una especie de delito penal en la escuela. Una hora escribiendo en el despacho de Umbridge. Volvió a la sala común, y fue hasta el baño de chicos para poder limpiarse la sangre, que le escocía y le picaba bajo el torrente de agua proveniente del chorro cristalino del lavamanos.

Los siguientes días, Ced, Lu y él intentaron mantenerse alejados en público, y solo se juntaban para estudiar en la biblioteca o pasar el rato en algún rincón lejos del Escuadrón Inquisitorial. Deian había visto suficientes películas malas policiacas, de esas que le encantaban a su padre, como para saber que estaba viviendo una auténtica ocupación militar.

Por suerte, a la hora del almuerzo, cuando todos comían, el pudin de cada una de las mesas estalló en pedazos, como si fuesen bombas, y los desperdigados trozos sobrevolaron las cabezas de los alumnos, y por unos segundos, se mantuvieron sobrevolando sus cabezas hasta que todos se detuvieron y salieron disparados en dirección a Umbridge.

Cazando el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora