La tutora

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Al finalizar el mes, McGonagall estaba más severa que de costumbre, principalmente porque les estaba enseñando el encantamiento aviatus, que convertía los objetos en aves, un hechizo de lo más complicado y que, según ella, era vital, pues podía ser uno de los tantos hechizos que serían el examen práctico de final de curso.

Luego de esa clase tuvo runas antiguas, con la profesora Babbling, que les instruyó en los animales que representaban un número en las runas y sus significados. Marcó la tarea de anotarlas todas y tenerla siempre a mano, pues sería un tema muy recurrente durante el curso.

La tercera hora de la mañana la tuvo en Cuidado de Criaturas Mágicas, con Kettleburn, que les llevó a los lindes del bosque prohibido, donde les esperaba Hagrid.

—Hola, profesor —Saludó el guardabosque mientras cargaba su pesada ballesta a la espalda y una ristra de hurones muertos en el otro. Su perro, Fang, estaba a su lado, con las babas cayéndole de la boca mientras respiraba repetidamente, como el sonido de un tambor. Hagrid, al ver a Deian, le saludó con cierta timidez.

—Hagrid —Saludó Kettleburn, tratando de moverse entre la hierba y las ramas del suelo —Gracias por ayudarnos en esta práctica. Con suerte, no arriesgare ningún miembro más. Muchachos, vamos. Recordad, que nadie se separe y acariciad el lomo del libro antes de abrirlo.

Austin, que estaba al lado de Deian lanzó un suspiro, lacónico, murmurando que podían haberlo dicho desde un principio. El pobre casi perdió dos falanges. Casi.

Hagrid los guió hasta el lugar donde estaba Buckpeack. Algunos alumnos se sentaron en el pequeño muro que estaba cerca, otros en rocas y otros, en el suelo, mientras observaban con grandes sonrisas al hipogrifo, que ya estaba tan grande como un caballo.

Kettleburn comenzó a explicar ciertas cosas sobre el hipogrifo mientras los alumnos copiaban.

—¿Por qué no dejamos que uno suba? —Propuso Hagrid, mientras señalaba al hipogrifo con una inocente sonrisa.

El profesor arrugó el ceño, como si hubiese escuchado eso muchas veces y hubiese observado sus consecuencias. Hagrid bajó la cabeza, visiblemente avergonzando así que, al ver así a su amigo, Deian alzó la mano.

—¿Sí, Dugués?

—Profesor ¿Podría ir y acariciar al hipogrifo?

—¡¿Quieres perder la mano?! —Inquirió Kettleburn con vehemencia, aunque Hagrid había alzado la mirada y muchas estrellas brillaban en sus ojos —De acuerdo. Seguirás mis instrucciones al pie de la letra. Levántate y acércate a él con muchísimo cuidado. Despacio, Dugués. Bien, bien, lo estás haciendo bien, pero para ahora y haz una pronunciada reverencia y espera a ver si él te la devuelve —Deian obedeció, haciendo una reverencia, Buckpeack le imitó, y pudo acercarse y acariciarle, pero el hipogrifo bajó más la cabeza, hasta el estómago de Deian y lo alzó, haciendo que acabase colgado de su cuello mientras emitía chillidos de emoción. Cuando por fin bajó, Buckpeack acarició su pico contra su mejilla. —¡Bien! Bravo, Dugués. Diez puntos para Ravenclaw. Bien, ahora ¿Más voluntarios? Lo suponía ¡¡Todos a clase!!

Deian se alejó el último, esperando a que Hagrid lo alcanzase, pues se había detenido para lanzar un hurón a Buckpeack.

—Ha crecido mucho —Le susurró Deian. ­—Se nota que lo alimentas bien.

Hagrid se sonrojó mientras sonreía y le restaba importancia con la mano.

—Gracias por salir en mi defensa. Sé que lo hiciste por mí y eso significa mucho para mí.

—Claro, Hagrid —Le respondió —Somos amigos.

Y para Hagrid eso supuso un derrame de lágrimas y toda una alegría.

Cazando el amorWhere stories live. Discover now