9. Cita a tientas. Pt. 6

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Nota del autor:

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Tratando de aleccionarme sobre las cualidades nutritivas de aquel engendro de empanadilla le di un bocado. ¿Habéis bebido alguna vez keroseno directamente de la lata? Yo tampoco, pero supongo que debe de ser la sensación más parecida a la que mi faringe experimentó en ese momento. Las paredes de mi estómago quedaron como la carretera del anuncio de “Firestone”. El ardor descendió de súbito por mis intestinos, y sufrí la segunda dilatación de esfínter de la noche. Una diarrea súbita amenazó con inundar mi asiento. El mexicano se estaba “partiendo el rabo” a mi costa. En mis ojos afloraban también lágrimas pero no de risa precisamente.

—Ej...ej...ejtá mu güenojj —intenté aseverar con lo que me quedaba de cuerdas vocales. La garganta me abrasaba.

—Sí, pos no más que haces que no te los has terminado ya —dijo sonriente aquel mariachi con vocación de Maquiavelo. Creo que en ese momento fue cuando aborrecí las películas de Cantinflas.

—Nojj...—repuse tragando fuego— si es que yo soy de poco comer...

—¿Qué? ¡Te hago la “reseta” que me enseñó la Mamá Guadalupe, que la hemos heredado de los Mayas ancestrales, y no más el “pinche velloso” me dice que es de poco comer! Levanta el campo soldado.

—¡No, no, qué me lo como! —La estimulante visión de los compinches del Guanán armados con palos esperando en la puerta con impaciencia me abrió el apetito.

El segundo bocado fue algo más... rebajado, algo así como comerse un polo de ácido sulfúrico.

—Ajjjj...ajjj...agua....—supliqué; aquello debía estar prohibido por la convención de Ginebra.

—¿Agua? Creo que no está en el menú ¿Por qué no pides “algo de eso” de beber...?

—Aguaaaa —volví a repetir suplicante.

—Bueno, ahorita te la traigo —Y se alejó entre carcajadas.

En ese momento el Guanán pasó por delante mía hacia el servicio. Se estaría meando la criaturita. Cuando saliera me vería de frente. El “Mengele mejicano” retornó a la escena, con una deliciosa jarra de agua abundante. Se me saltaron “las hieles”.

—¿Quieres agua? —preguntó con tono malevolente antes de dejar la bandeja en la mesa. ¡”Pos” degusta otro burrito!— Y se sacó de detrás de la cintura una bandeja con tres más de aquellos rollitos demoníacos. Aquel tío era odioso. Estaba valorando la posibilidad de enchufarme al extintor de la pared como si fuera un sifón. Eso, o metérselo por le culo con los restos de fuerzas que me quedaban. Como siempre, elegí la vía diplomática. Burrito al canto. Mi estómago se quería morir, y mi culo parecía un lanzallamas.

Recé para que mis calzoncillos no fueran de fibra.

Por fin el agua neutralizó el ardor. En ese momento sonó la puerta del cuarto de baño. Estaba perdido.

—¿Nos podemos poner un gorro de mejicano? —Había dos que podían servir de tienda de campaña para un señor bajito colgados en la pared. Pillé al “coyote” fuera de juego. Me miró con cara extraña.

—Ya sabes, para sintonizar más con vuestra cultura.

—Pero vamos a ver, muchacho ¿Tú te crees que en México nos dan de mamar leche paterna? —me contestó, escéptico.

—Bueeenooo —dije con resignación—, burrito —mientras lo masticaba precipitadamente logré ponernos a Espasmos y a mí los dos grandes gorros. Ya me estaba acostumbrando. El burrito tan sólo me produjo la sensación del vinagre con sal en una herida fresca. Comencé a convulsionarme. El cuate se cayó al suelo de la silla en que había tenido que tomar asiento. Sin duda era el mejor día de su vida. El Guanán casi se parte los morros al tropezar con él.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now