13. Misión impasible pt.4

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Hacía ya cinco minutos que había visto desaparecer a Ramiro y a Makcoma por la entrada de "la estrella de la muerte". Lamentando que mi condición de impresentable me impidiera acometer yo mismo tan valerosa tarea, me puse justo en la esquina de una bocacalle perpendicular al polideportivo. Hacía ya diez minutos que estaba de pie, y las varices comenzaban a molestarme; aquello iba para rato. Al menos contaba con que Antoine estaría tan aburrido como yo.

Por fin, al cuarto de hora un destello de actividad; por la puerta salían con paso rápido el Cabezudo y su amigo, y, cómo no, a unos segundos a la zaga apareció Ramiro.

Me dispuse a salir para que me viera, y hacerle el gesto de que estaba preparado para dar la señal a Antoine en el momento que él indicara, cuando, subiendo por la acera que pasaba delante de la bulliciosa esquina en que me hallaba ubicado, vi un rostro que me resultaba familiar, terroríficamente familiar.

-¡Ostia, el Guanán! -exclamé para mis adentros. Su identidad era un hecho, constatado por sus horteras botas camperas de color "fosforito", sus combados andares (que yo diestramente me había encargado de ensanchar) y sus melenacas al estilo Camarón de la Isla, que eran el reverso oscuro de mis rizados bucles. Como si estuviéramos unidos por un fuerte vinculo sobrenatural, y justo cuando di el primer paso atrás para ocultarme en un callejón cercano muy íntimo y recogidito que yo conocía, el muy puñetero levantó la vista de la conversación que venía manteniendo con el Epaun (otro entrañable conocido mío) para ir a posar sus ojos justo en los míos, pero no fue precisamente amor lo que se reflejó en su rostro. El flechazo se hizo sentir, y automáticamente se echó mano a la entrepierna.

-¡¡"Cago min muerto"!! ¡¡Epaun, mira palante, qui er presindente nos ha traio un regalo"!!

El Epaun sonrió diabólicamente.

Eché a correr tan rápido como pude, pero estaba demasiado cerca, y sus zancadas eran impulsadas por una ciega hambre de venganza y mucha mala leche, que superaron a las mías, impulsadas a reacción por los litros de heces figuradas, que por desgracia resultaban menos efectivas.

Con medio kilo de más en mis calzoncillos sentí un brusco empujón en mi espalda y mi cabeza chocó contra el muro. Resbalé aturdido casi a punto de caer, justo cuando había llegado a la boca del callejón.

Me di la vuelta decidido a encarar el peligro.

-Seguro que lo que estáis es buscando a mi gemelo. ¡Siempre me pasa! Pero no importa, yo no soy rencoroso, os digo dónde está y en paz! -como única respuesta obtuve el ¡ÑEEEEK! de los siete muelles del navajón de Albacete que de seguro le había venido junto con el resto de herramientas del kit "mi pequeño cirujano calé".

-¿"Y si es tu hermano gemelol, polqué coño tiemblas tanto, so Maricóóón"? -me exhortó el Epaun con cortesía -¿"Tú qui te creess, que somo gilipolla"?

-Hombre...- me costó muchísimo trabajo contenerme -no.

-¡"Anda, tira par callejón que te vi a dal yo a ti hermano gemelol"! ¡"Te voy a cortá la vena er sueño, hijoputa"! -me indicó el Guanán con mucha amabilidad. El Epaun coreó la petición sacando una navaja aún más grande que la de su colega, en un universal gesto de concordia. Yo me limité a obedecer sumisamente. El sudor bañaba la palma de mis manos, chorreaba por mi espalda e impregnaba mis sienes.

-¡A ver si por lo menos del mal olor los espanto! -rogué para mis adentros a quien estuviera escuchando.

Una vez más comprobé que el hombre está solo en el universo.

-¡"Mi tinío que tirá do semana juntándome Natusan en lo güevo, mi tinío que comprá na más que pantaloness ancho, que parisía un rapero de mielda desos, polque de la inrritasión no podía ponermi ni calsunsillol, mi tinío que tirá un mes sin poder jugá ar furbol, pero ahora me vi a desquitá como que llamo Güanantonio, pol los güesos de la burra"!

-¡"Te baj a cagá"! -añadió el Epaun al ya de por sí elocuente discurso de su compañero.

Estaba arrinconado y a punto de ser intervenido por dos expertos en cirugía digestiva callejera. El terror que sufría tan sólo era comparable con el temblor de mis piernas. En breve me reuniría con Fredy Mercury, Kurt Cobain, Jimi Hendrix, Chanquete, y todos esos seres queridos que habían dejado hace tiempo el mismo plano de existencia que me disponía a dejar yo. En aquel momento agradecí la generalizada manía que tienen todos los malos de "darle a la húmeda" antes de rematar la faena.

-"¡Pégame ahora si tienes güevo, anda!" -gritó exaltado, y por un momento, como meditando sobre sus propias palabras, echó un furtivo vistazo a su entrepierna con cara de nostalgia.

Su aliento, que apestaba a cieno mezclado con tabaco, me salpicó la cara junto con algunos salivajos. La terrorífica presión de su navaja en mi vientre me impidió darle réplica.

-¡"Venga valiente"! ¡"Kunfú de mielda"! ¡"Te voy a cortal er cueyo a la artura de los tobillol, y antes de que te mueras te vi a "estripá" como un marrano"! -siguió elogiándome.

-¡"Y lo de los dienter, dile lo de los dienter! -exigió el Epaun con cara de furia.

-¡Perdona tío, "joé", que no había "caío"! -dijo mi interlocutor para intentar calmar a su amigo. -"Por tu curpa, so mierda, er "Perlán" le quitó doss muelal al Epaun de una ojtia..."

-"Ira, ira" -trató de vocalizar el Eapun con toda la boca abierta, señalándose el lugar con los mismos dedos gruesos y mugrientos que no me lo dejaban ver.

Aquello era de pasillo de comedia.

-"Li tuvieron que poné doss muelal de porselana, que no las pone er seguro, y nos costaron sitenta mil pesetass. Nos tuvimoss que pasal vendiendo jaco una semana a jolnada intinsiva, asín que ademá ti vamo a rancá a tí do muelal con las tinasas der coche."

-¡Co-co-con lo decorativas que quedan, hombre! -ya puestos a morir, por lo menos hacerlo con estilo.

-"Qué cachondo é er jodío ,¿Eín?" -exclamó el Guanán.

-"E vi a agá u muerto" -masculló el interpelado a sus espaldas.

El Guanán giró el rostro extrañado, y exclamo colérico:

-¡"Ya ti pues saca los deos de la boca, so gilipolla, qui seguro que ya los ha vistol"! -y dicho esto volvió a mirarme con gesto resignado.

Yo asentí en un acto de conmiseración; teniendo que aguantar a gente así todo el día no era de extrañar que el muchacho tuviera tanta furia reprimida.

Vi la luz, el túnel, y a san pedro, perdón, a San Pedro (no se vaya a ofender algún miembro de la fe católica) vestido de ferroviario cuando noté que el Guanán comenzaba el movimiento de la "mojá".

De repente se oyó algo caer con estruendo sobre las losetas del callejón.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now